El terror se apoderó de ella, no podía quedarse allí un segundo más. Afligida y con dificultad debido al dolor de todo su cuerpo, caminó lo más rápido que pudo, pero no podía quitar la vista del techo del corredor, porque había una hilera de gotas obscuras que parecía caerían en cualquier momento y Karina tenía razón, una de las gotas cayó justo en su coronilla.
La joven salió del corredor, sintiendo lo frío del extraño líquido surcando su frente y con la mano temblorosa la apartó sintiendo todo el asco recorrer su espina dorsal, cuando se detuvo a ver la muestra que quedó entre sus dedos, acercó su nariz para oler aquella extraña cosa, al instante se frunció y una arcada demostró la náusea que Karina sentía con ese olor oxidado combinado con quién sabe qué más.
Con el asco inundando sus sentidos y el miedo que le hizo olvidar sus dolores, salió de la casa lo más rápido que pudo, sus piernas apenas la sostenían, pero tenía la necesidad de pedir ayuda - estaba segura que si el doctor Poncio la viera la retiraría de la lista de pacientes-, y la primera persona que surcó su mente era Evie, la vecina.
Se apresuró por la superficie de concreto, cruzando la acera para llegar a la casa de la amable rubia. Cuando llegó a la puerta de Evie no lo dudó y golpeó con desesperación.
—Hola, ¿hay alguien allí? ¡Evie, soy tu vecina! —gritó Karina, con la desesperación en la garganta.
Pronto escuchó unos pasos acercándose y un ojo claro se asomó en la mirilla, Karina sonrió con nerviosismo mientras zapateaba suave pero con desesperación. En cuanto la rubia la reconoció abrió la puerta con una expresión preocupada.
—¿Karina? —inquirió con los ojos agrandados— ¿Qué pasa, mujer? Estás pálida.
—El sótano de mi casa… un olor… algo asqueroso en el techo —explicó Karina, con la respiración agitada mientras se apoyaba en el marco de la puerta porque se sentía desfallecer.
Evie extendió su brazo y la ayudó a entrar para luego cerrar la puerta.
Karina entró a la casa de la rubia y se sintió un poco más segura al instante. La casa de Evie era un poco oscura y estaba llena de adornos artesanales, lo cual le pareció curiosamente peculiar. Sin embargo, la oscuridad podría deberse a que el ambiente estaba ligeramente nublado, así que dejó pasar ese detalle, por lo demás Karina al fin pudo respirar un poco.
—Tranquila, tranquila… estás a salvo aquí —las palabras de Evie calmaron el tormento de Karina, al menos por un rato—
—Siéntate, Karina —dijo Evie mientras la guiaba a un sillón cómodo—. Ahora podrías contarme mejor qué ocurre.
Evie se fue por unos momentos y le llevó una taza de té de manzanilla. Karina se sintió apenada, había estado balbuceando como una tonta y sin darle algún contexto que le sirviera a Evie a comprenderla. Karina se dejó caer en el sillón, intentando calmar su respiración.
—Había un olor fuerte, metálico desde que Abel se fue a trabajar, luego descubrí que provenía del sótano —contó Karina y Evie entrecerró los ojos, se rascó la barbilla en silencio analizando cada palabra de su vecina—. Abrí la puerta y había algo que goteaba, me dio miedo y al cerrar miré gotas marrones en el techo. Una de ellas me cayó en la frente…, ¡era viscosa y repugnante!
Evie a esas alturas tenía el ceño fruncido y parecía preocupada mientras escuchaba el relato de Karina.
—¿Quieres que vayamos a ver qué es lo que está pasando? Si hay algo raro podemos llamar a la policía, a los bomberos, al FBI, a la CIA o a lo que se nos ocurra —comentó Evie y el comentario sacó una leve risa de la joven.
—Me gustaría mucho que me ayudaras a ver —Karina asintió y se relajó cuando se sintió apoyada por su vecina.
Evie notó que Karina seguía golpeada, su brazo estaba vendado y le costaba moverse.
—Solo… déjame ayudarte, deja lo que queda del té allí, no te preocupes —dijo Evie y sostuvo a Karina del brazo para ofrecer apoyo mientras se levantaba y ambas comenzaron a caminar hacia la puerta.
—Gracias, Evie, no sé qué hubiera hecho si tú no hubieras estado en tu casa —murmuró Karina con una amplia sonrisa.
—No es nada, ayudaré en lo que pueda, Karina —comentó Evie y juntas se encaminaron a la casona.
De esa manera y muy despacio llegaron a la entrada y entraron con la llave que Karina tenía en su bolsillo. Al entrar la atmósfera era pesada debido a la incertidumbre y con cada paso que daban se acrecentaba mucho más.
Karina guió a Evie a través de la amplia sala, el comedor y la cocina, acercándose cada vez más al pasillo que conducía al sótano.
—Sabes… esta casa la recuerdo —comentó Evie con una sonrisa y mirando los alrededores—. La señora Karla, la mamá de Abel, nos invitó un par de veces al grupo de niños del condominio a beber chocolate luego de una tarde de juegos.
—Vaya… me imagino que debió ser un buen momento de niñez —dijo Karina en respuesta a la anécdota que acababa de escuchar.
—Sí… ¡Ah qué tiempos! —exclamó Evie con nostalgia y Karina sonrió al ver lo risueña que era su vecina.
Finalmente llegaron al pasillo que conducía al sótano y Karina le mostró a Evie esa extraña hilera de gotas marrones en el techo que parecían guiar hasta el sótano, que era donde más era sonora la gotera.
Evie frunció el ceño al sentir ese extraño olor metálico en el aire y observaron juntas como ya algunas gotas habían caído al liso suelo de madera.
—Te digo, Evie… este olor me va a hacer vomitar —se quejó Karina con la voz angustiosa—. No quiero pensar que es sangre o algo peor.
Evie se inclinó para examinar el líquido. Tranquila, Karina —dijo Evie con suavidad para que ella no sobre-pensara la situación.
Con cuidado, la rubia tocó una de las gotas con sus dedos y Karina frunció la nariz, en una mueca de asco.
—A mi parecer, juraría que es simple óxido —comentó la Evie.
Karina miró a la rubia con cierto escepticismo.
—No lo sé Evie… el olor es demasiado fuerte, no me parece normal.
Evie se enderezó y se sacudió las manos.
—Vamos a llamar al fontanero de la comunidad para que venga y revise esto —sugirió Evie con el ceño fruncido.
Karina asintió, aceptando lo que decía su vecina y observó a Evie sacar su celular para hacer una llamada rápida y su mirada se quedó fija con horror en el líquido que seguía goteando y ensuciando el suelo. Su mente no podía dejar de imaginar que el cuadro de esa maldita mujer, a distancia era el responsable.