Olor a metal

1188 Words
Esa mañana Karina observaba cada movimiento de su prometido mientras se metía a duchar y alistaba sus cosas para irse. Esos días en que el cuadro de esa mujer había salido de la casa fueron en definitiva de mucha tranquilidad para la joven convaleciente. —Mi amor, ven a desayunar, vamos —dijo Abel para cargar a su novia hasta el comedor y la sentó como si se tratara de una niña indefensa. Karina solo sonrió y lo besó en la mejilla. Se sentaron a la mesa y la joven observaba a Abel desde el otro lado, mientras desayunaba en silencio esos panqueques que le quedaban suaves y esponjosos junto con esa miel de abeja mezclada con un toque de jarabe de maple. No cabía duda de que había descubierto esa sorprendente faceta de él, su sazón era muy buena, si no sintiera que algo andaba mal y también por su mentalidad de macho alfa, seguramente le propondría que tomara un curso de cocina o repostería. «Maldición, es tan hábil y talentoso… no tengo nada porqué quejarme. Estoy complacida en alimentación, resguardo, protección, compañía, placer s****l… tantas atenciones de su parte no me dejan decirle esto que siento». La realidad era que, aunque su hombre estaba allí presente en esa y todas las comidas, atento a sus necesidades y dolores, ella no podía evitar sentir esa barrera densa pero invisible entre ellos. —Y… ¿esta vez vienes más temprano, más tarde? —preguntó Karina, tratando de sonar casual mientras dividía un trozo de panqueque con su tenedor. —Eh… te avisaré cuando venga a almorzar, aun no saqué el recuento de clientes para hoy, anoche vine muy cansado para eso —respondió Abel mientras miraba su plato sin levantar la vista. —De acuerdo, yo espero tu respuesta, mi amor —Karina sonrió, comprensiva. Pronto la pesadumbre se arremolinaba en su estómago con la culpa de no informarle a Karina sobre los sucesos con el cuadro. Ella tampoco había preguntado más al respecto, pero temía que lo hiciera en algún momento ¿Qué le respondería? Según ella lo tenía el anticuario, pero si le decía la verdad sospecharía, la conocía lo suficiente. —Por cierto… invité a Maggie a ver una película aquí después de que salga del trabajo. Necesitamos tarde de chicas —Karina dijo entre risitas emocionadas. El primer pensamiento que surcó la mente de Abel fue el de ese tipo que estaba bailando con ellas aquella noche y algo en su estómago se arremolinó con un extraño malestar, ese que no quiso demostrar, pero que le hizo tensar los labios. —¿Ese tu amigo Diego, también viene? —preguntó con la firmeza en sus palabras, pero mirando su celular para aparentar estar relajado. —Pues… creo que no, pero voy a asegurarme bien y te comento —respondió la joven, intentando por todos los medios no evidenciar su sonrisa. —Está bien —comentó Abel, con sequedad para hacer como que veía un video interesante. Karina notaba los erráticos movimientos de su prometido y le dio risa por dentro, ya que sabía lo tenso que se había puesto por su amigo, aunque ella todo ese tiempo supuso que se trataba por la falta de haberle comunicado que él estaba allí presente, sin embargo, en ese instante Karina comenzó a creer que sí eran celos de verdad. —Entonces, nos vemos mi amor —dijo Karina para hacer despabilar a su prometido, que pareció salir de su “video” y así se acercó a despedirse con un buen y largo beso que solo los dejó con ganas de más. Luego de que Abel se fuera, Karina se quedó sola una vez más y respiró ese ambiente de paz, provocado al saber que no había cuadros vivientes por los alrededores. Eso en verdad era un gran alivio y un acto que agradecía que Abel hubiera hecho por ella. Ya instalada en la sala, descansando en el sofá cama, tal y como el doctor se lo había recomendado, Karina intentó concentrarse en su lectura sobre paradigmas psicológicos. De cuando en cuando miraba su celular, ya que le había escrito a Maggie para que le confirmara si Diego iba a llegar con ella. En efecto, su mejor amiga ya le había respondido hacía varios minutos. Maggs: Pero claro que por supuesto que Ci :3 Allá llegaremos, prepara palomitas si tienes. Que nosotros llevaremos el chisme, los estómagos vacíos y nuestro buen humor… jajaja bromi. Diego y yo invitaremos la pizza y las canelitas XD Besitos. Karina se carcajeó al leer el mensaje y con sus rápidos pulgares se dispuso a responderle que los esperaba y que ellos podían elegir la película. Maggie siempre era así, sabía cómo despejarla con sus ocurrencias y Diego también era muy divertido, la verdad era que, ella encontraba mucha comprensión y compañerismo con ese par. Con esos pensamientos de sus amigos en mente, algo desconcentró a Karina, era un olor fuerte y metálico, como óxido. Frunció el ceño, dejó el celular a un lado para concentrarse en lo que su olfato percibía. Se puso de pie y comenzó a jalar aire con fuerza para detectar la ubicación. Revisó el comedor, fue hacia la cocina y se acercó al cilindro de gas, pero no provenía de allí, hasta que, caminó un poco más por un pasillo del primer piso. «¡Eureka!, ese hedor viene del sótano sin duda», pensaba Karina y tragó grueso solo de pensar en ese oscuro lugar. Después del primer día en que se encerró y tuvo miedo de una presencia allí en la casona, un miedo sutil vivía albergado en su pecho, pero con la ida del cuadro pensó que ya no volvería a sentirlo. Karina respiró hondo e intentó calmarse porque la duda imperaba más que cualquier miedo al encierro, la preocupación la empujó a decidirse más. Con la mano un poco temblorosa abrió la puerta del sótano, el olor a metal golpeó su sentido del olfato con más fuerza. La joven se tapó la nariz, tratando de evitar ese fuerte y desconocido hedor. «Cálmate ya, Karina… solo te asomarás en un vistazo rápido», se dijo a sí misma para darse ánimos a proseguir. Con dificultad bajó un par de escalones y al encender la luz, todo parecía en orden, aunque un extraño tintineo de agua era lo único que se escuchaba desde alguna parte de ese hermético cuarto, un escalofrío atravesó su espina dorsal y Karina se dispuso a apagar la luz para cerrar de un golpazo. Su miedo incrementaba y comenzó a caminar hacia atrás, por lo cual casi tropezó con una pesa que Abel había dejado en ese corredor. Karina se apoyó contra la pared para mantener el equilibrio, ese movimiento le provocó un dolor en la costilla que aun sanaba. «Karina… tú no eras miedosa y mírate ahora, ¡por Dios!». La joven se regañó por estar pensando tonterías, pero algo llamó su atención cuando su mente se concentró en el hedor metálico y levantó la mirada hacia el techo. Sus ceño se frunció por inercia. «Pero… ¿qué demonios es eso?».
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