Por un simple retrato

1326 Words
Al final Abel casi queda en trance una vez más; ese retrato con esos orbes grandes y hermosos de color marrón cristalino eran algo que lo dejaban perplejo con esa belleza. Él se consideraba amante del arte; de lo hermoso, tanto así que en su habitación tenía cuadros de paisajes naturales y una que otra obra icónica de Picasso. Sí, eso debía estarle pasando a él con aquel cuadro. Sus ojos recorrían toda la extensión del lienzo y quedaba más maravillado cada vez. Allí no había ninguna firma de ningún artista; ni siquiera se habían molestado en escribir la palabra “anónimo” o algo parecido, como muchos artistas hacían al no querer ser reconocidos de manera pública. Abel no pudo resistir la curiosidad que le carcomía las ansias y extendió la mano para alcanzar dicho cuadro, pero de repente un sonido lo sacó de sus acciones y lo hizo voltear de forma precipitada. —Aquí estás, hermoso —musitó Karina, mientras intentaba subir al desván, con un poco de dificultad debido al cansancio. —Espera... Yo te ayudo —dijo Abel de inmediato. Rápido corrió a ayudarle a su prometida y con delicadeza la tomó de la mano para que terminaba de subir. El corazón le había dado un vuelco del susto, ¿o del temor de ser descubierto? No lo sabía a ciencia cierta. Solo sabía que, sentía como si estuviera haciendo algo indebido; un sentimiento de lo más extraño que recordaba haber tenido cuando quería ocultarle alguna travesura a sus padres o maestros. Pero en primer lugar el ya no era un niño, y en segundo, Karina no era ni su madre y su maestra mucho menos. —¿Qué, ahora toca este lugar? —inquirió ella. —Eso parece —Abel se quedó viendo los alrededores—. Aquí y el sótano son los lugares que más necesitan una buena limpieza. —Bueno, entonces manos a la obra —sugirió Karina—. Lo bueno es que aún es de mañana y tenemos tiempo de sobra para ocuparnos en esto. Karina abrazó a Abel por detrás, mientras recostaba su cabeza en el torneado brazo de él. No importaba el sudor, ya que ambos estaban en las mismas condiciones y aquello no era motivo para darle lugar al asco. Lo que intrigaba un poco a la joven era que, cada vez que Abel estaba en ese ático su semblante parecía de lo más cambiado. Ella seguía asegurando que algo le sucedía a su amado cada vez que ponía los pies en dicho cuarto. Aún no sabía qué era, pero esperaba saberlo pronto para poderse quitar las dudas que la consumían poco a poco. Sin más preámbulos, la pareja se ajustó su mascarilla y sin más comenzó a remover cosas que estaban más que deterioradas. Muebles que los padres de Abel habían jurado que volverían a usar; ropa que no quisieron botar porque le tenían un cariño especial, incluso alguna estaba casi sin uso y Abel presentía que en algún momento la irían a donar o algo por el estilo. Aquellas cosas, a diferencia de la ropa que encontraron en las habitaciones, esta estaba ya inservible a causa de la humedad que había en el lugar. Abel se había jurado no caer en la situación de acumular miles de cosas de esa manera; en definitiva esa idea le causaba pesadez. Los dos cargaban cosas y las bajaban poco a poco hacia la planta inferior. Pero ese parecía un cuento de no acabar; las cosas seguían apareciendo y Abel se preguntaba cómo ese lugar que parecía tan pequeño albergaba una cantidad descomunal de cosas que ya no tenían razón de ser ni de existir. Al final de cuentas, los jóvenes se dieron cuenta que aquella jornada estaba siendo más dura y estresante de lo que habían pensado. Luego de detenerse a comer un rico lonche que Karina había preparado, vieron que aún les faltaba mucho por revisar y aún no llegaban cerca del fondo del ático. Abel bufó solo de pensar en volver al arduo labor, porque, a pesar de haber parado y de que sus estómagos ya estaban llenos; era evidente que ese corto descanso no había compensado todo ese trajín. —¿Qué horas son? —inquirió él con pesadez. —Son las tres de la tarde —respondió ella viendo su reloj análogo de pulsera. —No sé tú, pero yo estoy exhausto —dijo Abel, quitándose el sudor de la frente—. Si quieres dejamos aquí y regresamos mañana. —No, no... por mí que nuestra meta sea este sector y ya mañana nos encargamos de lo demás —esbozó Karina con una sutil sonrisa— ¿No sé qué opinas? Abel miró a todos lados por unos segundos, tratando de decidir qué era lo mejor para ambos. Desgastarse nunca era bueno, lo había aprendido en el ámbito del deporte y eso era un tema muy importante. «¿Seguir o volver mañana?» —Bueno... —Abel seguía muy indeciso—. A lo mejor nos resulta seguir un momento más, hasta donde podamos. —¡Bien, entonces sigamos! —dijo Karina entusiasmada. Ella caminó un par de pasos, para tomar una serie de paraguas viejos y llenos de agujeros. Luego los dejó caer a la alfombra de objetos que juntarían en el patio trasero. Abel no pudo evitar tomar los viejos cuadros que tanto despertaban su curiosidad y Karina llegó a su lado para observar lo que él tenía entre sus manos. —¡Wow! Son bellos —comentó la joven, con los ojos bien abiertos, observando con detenimiento. —Interesantes en verdad —esbozó Abel mientras iba pasando uno por uno. Habían unos paisajes bellísimos, unos bodegones... aceptables. Las frutas no estaban del todo estéticas, pero eran agradables a la vista. Y allí, detrás de todos ellos estaba aquel retrato cautivador a los ojos de Abel. Karina no pudo ignorar aquel cuadro tampoco. —Dios, pero qué retrato tan realista —extendió su mano para tocarlo, pero Abel se lo impidió, apartándolo rápido y Karina lo vio con un dejo de desconcierto. —Estos cuadros son frágiles. No hay que tocarlos —dijo en seco. —Ah... perdón por no ser tan cuidadosa —espetó con molestia y se alejó un poco de él —Ni que fueran la gran cosa esos cuadros horribles. Aquel gesto quizá insignificante no debería haber puesto a hervir la sangre de Karina, pero lo hizo en una medida progresiva ¿Por qué se refería con tanta propiedad a ese cuadro de la mujer? Eso era lo que su intuición le dictaba y no sabía si era muy infantil pensar eso, pero eso le había afectado. Karina se dio la vuelta mientras Abel miraba de soslayo cómo ella agarró una bolsa muy pesada, sin siquiera revisar lo que estaba cargando ¿Pero qué pretendía haciendo eso? Él solo observó sus movimientos. Nunca la había visto así de molesta por algo tan simple a lo que no le veía nada grave. Cuando la joven intentó tirar con rabia la pesada bolsa, no se percató que, parte de su esclava de plata se había anclado al plástico y en el momento en que la dejó caer, ella se había ido de largo hacia la pila de escombros. Abel se alertó cuando vio aquello; soltó los cuadros y corrió a auxiliarla, sin poder haber hecho nada por Karina, porque todo pasó en una fracción de segundo. Su prometida se había caído de un lugar alto y aquello no era algo simple. Cuando bajó las escaleras allí estaba ella, boca abajo y quejándose del dolor; por alguna razón se movía muy poco y al parecer un hilo de sangre recorría su cabeza y rostro. Abel sintió que el mundo se le iba encima y rápido la levantó entre sus brazos. Necesitaba atención médica inmediata y aún no se creía lo que había ocurrido por un simple retrato.
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