Se amaron en esa habitación con frenesí y deseo. Él la despojó con suavidad y sumo cuidado de su vestido, mientras ella como podía se deshacía de ese molesto traje de negocios, la pesada prenda caía al suelo, pero de eso ninguno de los dos amantes se percató.
Abel paseaba sus manos por cada centímetro de piel de Karina y ella sentía ese cosquilleo que la hacía entreabrir la boca sin apartar su mirada de la lasciva de él, quien la volteó de espaldas para adueñarse de sus firmes pechos y los masajeó en forma circular, lo cual hizo que los sensibles botones de ella se endurecieran al contacto de las yemas de sus dedos.
La joven se dejó llevar al compás de las caricias de Abel, quien la sorprendió mientras apartaba a un lado su cabello y dejaba al descubierto esa suave piel femenina y comenzó a dejar húmedos besos por toda esa sensible área.
Elevó su brazo y aferró su mano al cuello de él para disfrutar de esos varoniles, hábiles dedos que hacían de las suyas sobre su vibrante cuerpo. La caricia de los labios de él la hizo llevar hacia atrás su mano para enredar sus finos dedos en los azabaches y sedosos cabellos, sacando en su prometido un gruñido de placer.
Karina no pudo soportar más ese juego, se volteó para exigir atención a sus labios, pegaron sus cuerpos y nuevamente se fundieron en un largo y profundo beso para comenzar a dejarse caer sobre la cama.
Cuando estuvieron al desnudo, mirándose sin pudor, Abel sobre Karina, continuaron besándose como si no se hubieran visto en días, él se deleitó con la dulzura de los labios de ella y de vez en vez descendía hacia sus endurecidos pezones; ella llenándose de la esencia masculina que solo la enloquecía más, le hizo una petición.
—Mi amor…, no me importa el dolor, pero necesito sentirte dentro de mí aquí y ahora —imploró ella, entre jadeos.
Abel se detuvo y fijó sus ojos en los de su prometida, que lo miraba a los ojos con anhelo, y de cuando en cuando lo escrutaba de cuerpo entero con lujuria, él también se sentía igual, pero recordó las palabras del doctor.
—Mi vida, quedamos que no lo intentaríamos hasta que estuvieras recuperada —respondió él, con la respiración entrecortada por el evidente deseo.
—No me importa… —dijo con un puchero que hizo a Abel soltar una risita y se dirigió hacia su oreja, donde dejó un mordisco que la hizo morderse el labio inferior en medio de una sonrisa.
—Intentaré ser cuidadoso —musitó y ella se mordió el labio inferior de lo complacida que estaba con aquella respuesta.
Así, ambos por mutuo acuerdo, comenzaron con esos juegos eróticos en los que se estimulaban en sus zonas íntimas con sus manos y que solo los encendía un poco más.
Abel al fin sin poderse contener más se hundió en la feminidad de Karina, que sintió esa punzada de placer desde su pelvis, pasando por su vientre y desembocando en su garganta en forma de gemidos sonoros que solo incitaba más los sentidos de él.
No se dieron cuenta por cuanto tiempo estuvieron haciéndolo, pero Karina no sintió una sola pizca de dolor al estar entretenida con la vista de ese atlético y escultural hombre que la embestía con dedicación y repetía su nombre al sentir las contracciones de ella apretando su m*****o que anunciaba un fuerte orgasmo.
El éxtasis los invadió luego de un rato, Karina con un gemido gutural y fuertes sacudidas de placer; Abel con un gruñido sonoro derramando su semilla sobre el pálido abdomen de ella. Aquello era algo que estaban necesitando y sudorosos se vieron a los ojos para sellar el momento con un casto beso.
Luego de ir a tomar una ducha rápida, volvieron para acomodarse en el edredón, ya que, si era cierto que el verano era arrasador en el mediodía y parte de la tarde, algo en el ambiente provocaba que la noche fuera gélida, perfecta para cobijarse bien, charlar y abrazarse un poco más.
—¿Ya te queda claro que todo está bien entre nosotros? —inquirió Abel, mientras delineaba con ternura el contorno de la nariz de su prometida.
—Eso quiero creer con todas mis fuerzas —respondió Karina con sinceridad—. Solo necesito que me aclares, ¿por qué me dijiste que no encontraste ningún lugar para investigar el cuadro cuando sí que encontraste al anticuario?
Abel suspiró, porque le cansaba un poco dar ese tipo de respuestas, pero por Karina lo haría.
—Solo estaba molesto en ese rato… En verdad no esperaba que metieras gente desconocida para mí en la casa, pero ya nos olvidaremos de eso, ¿verdad? —dijo Abel con la intención de que al fin se zanjara el tema.
Karina se quedó pensativa y movía sus comisuras de un lado a otro.
—¿Lo dices por mi amigo Diego? —Karina evitó reír, porque notaba los celos de su prometido—. Te juro que no lo esperaba, yo llamé a Maggie porque ese cuadro me asustó al cambiar de lugar, después escuché que rasgaban la pared con las uñas, pero todo resultó ser Evie, la vecina, tú la conoces, ¿verdad? Háblame de ella —inquirió Karina, con curiosidad sobre la opinión que él tenía de su vecina.
Abel miró hacia arriba y entrecerró los ojos para intentar hacer memoria.
—La recuerdo, pero casi no nos hablábamos… solo recuerdo que cuando éramos niños yo la molestaba y ella me pegaba cuando jugábamos a las escondidillas o esas cosas, por eso dejé de hablar con ella. Luego me dediqué a estudiar y a hacer otras amistades. Ella y la bisabuela siempre han vivido aquí, la señora fue muy amable con mis padres, pero siempre sentí que yo no les agradaba, no sé si fueron ideas mías. Desconozco qué ha sido de sus vidas —contó Abel, con el ceño fruncido.
Karina estaba inmersa en todo lo que su prometido le contaba y se quedó pensando que a lo mejor simplemente él no conectaba con las niñas en la infancia y lo ataba a lo que él le contaba en ocasiones, de que su padre era un machista, entonces tenía sentido que él tuviera malos recuerdos con Evie y otras chicas de sus años de niñez.
—Bueno, no es malo que no hayas congeniado con los vecinos, al final cada quien encuentra su lugar en donde menos se lo espera —comentó Karina—. En lo personal me agradó y si se da la oportunidad quizá podamos entablar amistad, sabes que yo considero que es sano conocer a la gente que vive a nuestro alrededor.
—Lo sé, cariño… conócela y ya me cuentas —dijo Abel y besó la frente de Karina para acomodarse con ella abrazada a él.
La mirada de Abel se dirigió hacia el techo y se quedó fija en algún punto que pasó a segundo plano, porque sin duda ese había sido un día diferente por segunda vez en su vida.
Karina, que ya casi se quedaba dormida notó el ensimismamiento de Abel y hasta agitó una de sus manos enfrente de los ojos abiertos de él, pero su prometido no se inmutó ni reaccionó un poco.
Agotada por su agitado día y luchado por no pensar que Abel fuera capaz de estar pensando en otra mujer del trabajo o de otra parte, decidió voltearse para deshacerse de su conflicto de malos presentimientos, mientras que él solo pensaba en esa doncella que cada vez parecía más real que nunca.
Sin querer sus pupilas se dilataron y su mente lo llevó a recordar suceso que lo había dejado maravillado con ese retrato. De tan solo pensar en lo que había vivido, aunque no fuera real y solo se tratara de hongos o moho que lo hacía ver disparates como una especie de droga, se le erizaba la piel con un éxtasis desconocido e inevitable para él de solo pensarlo y recordarlo.
«Te estarás haciendo real?», preguntó y él que era tan escéptico en todo, solo pensaba que la idea ya no le sonaba tan descabellada.