Al fin había llegado el momento esperado... Karina fue dada de alta en el hospital y el doctor Poncio dijo que todo marchaba bien con su salud, quedándole un último período de reposo intenso en casa para estar como nueva. Luego de eso, un último chequeo bastaría para darle luz verde a la rutina de vida que llevaba la joven.
Ese día justo cayó día de descanso para Abel, quien desde temprano se había tomado la libertad de entrar al apartamento de soltera de su prometida y, con la ayuda de Charlie y Rodrigo, el hermano de Karina, preparó una pequeña bienvenida a la aludida.
Por la tarde, luego de un almuerzo casero, la morada de Karina estaba llena de familiares: sus padres, su hermano menor, sus tíos y primos; todo el mundo estaba allí incluyendo a Maggie, la mejor amiga de su prometida que trabajaba con ella en el área de psicología industrial de la prestigiosa empresa en que laboraba la joven.
Karina se sentía más que nunca, apreciada y agradeció a todos por estar allí presentes. Abel observaba desde el fondo del salón, de alguna manera sentía aun el peso de la mirada de los padres de su prometida. Él sabía que ellos guardaban cierta molestia hacia él desde el fatídico día del accidente, y aunque no lo acusaran directamente por aquello que puso en esa situación a su hija, podía ver en sus ojos que lo culpaban de alguna manera.
Los padres de la joven, Johana y Gabriel, pensaban que quizá ellos tenían problemas de pareja y presentían que él podría haber ocasionado, aunque fuera de forma indirecta, el estado deplorable en que su hija se encontraba.
Sin embargo, habían reconocido que su futuro yerno se había dedicado a visitarla y a estar presente en todo el proceso de recuperación de su hija; eso lo salvaba por mucho de toda acusación. Aunque no lo dijeran, él sabía que notaban cuanto se amaban y no daba cabida a alegatas de ninguna clase.
En cuanto la mayoría de gente se fue, solo quedaban Johana, Gabriel y Rodrigo alrededor de Karina y por supuesto, Abel.
—Mi niña querida, ¿estás segura de que te sientes bien? —preguntó la señora Johana, mientras acariciaba el rostro de su hija con mucha preocupación. El señor Gabriel observaba, conmovido.
Karina sonrió con suavidad para tratar de aliviar la excesiva preocupación de su madre.
—Te juro que ya me siento mucho mejor, mamá —respondió Karina—. Sé que solo necesito el mes de reposo y podré retomar mi vida.
Karina le dedicó una mirada intensa a Abel, quien estaba frente a la escena familiar y también la miraba con ilusión y una sutil sonrisa en su rostro.
—¿Estás segura, hija? —preguntó el señor Gabriel, mientras lanzaba una mirada de soslayo hacia Abel, pero sin poder decir todo lo que pensaba.
—Que sí, papá... gracias a todos y sobre todo a Abel que ha estado pendiente de mí todo el tiempo —Karina le guiñó el ojo a su prometido en señal de complicidad y coquetería, lo que aceleró el corazón del joven.
—Me consta, yo sé que Abel ha cuidado mucho de mi hermana. Ella no finge cuando está contenta con alguien —aseguró Rodrigo y Karina asintió.
Después de algunos minutos de charlas y planes a futuro, Abel notó en la mirada de Karina que se había cansado de hablar, aún estaba débil, así que se atrevió a interrumpir un poco el momento.
—Karina, mi amor... ¿necesitas algo? Puedo ir a traerlo —musitó, intentando no alterar más a los padres de Karina.
—No, cariño, por ahora estoy bien. Gracias por todo —respondió Karina, con una gran sonrisa.
Aquello había suavizado un poco las miradas de los padres de Karina y mientras ellos se preparaban para irse a su casa, que quedaba alejada de la bulliciosa ciudad.
La señora Johana había estado insistente con una idea antes de retirarse.
—Karina, realmente creo que debería quedarme... Puedo ayudarte con todo lo que necesites —aseguró aun aferrando sus manos a las de su hija.
Karina le dio un beso en la mejilla a su madre, pero negó con la cabeza, dejando a la señora con una mirada desconcertada.
—No mamá, yo voy a estar bien, aquí tengo todo lo que necesito y Abel estará conmigo si es que algo es urgente, ya lo hablamos.
Abel asintió para apoyar a su prometida, pero aquello no era verdad, no habían hablado nada sobre eso. De hecho, él había pensado que sería buena idea que la señora se quedara con ella; sería un gran apoyo cuando le tuviera que trabajar jornadas largas. Aun así, decidió no intervenir en nada.
Finalmente, los padres y el hermano de Karina se despidieron, pidiendo a Abel que la cuidara y que los mantuviera sabidos de cualquier emergencia que pudiera ocurrir.
—Lo prometo, señor Gabriel —respondió Abel y se despidió de él y de Rodrigo con un apretón de manos; de la señora Johana se despidió con un abrazo rápido y al fin las tres personas se subieron al auto y desaparecieron por aquellas calles asfaltadas.
Cuando por fin quedaron solos, Abel se acercó a Karina, que por el brillo de sus ojos, juraría que ella estaba muy ansiosa por estar a solas con él.
—Definitivamente te ves mucho mejor, amor mío —comentó Abel con una sonrisa ladina, mientras se sentaba en la orilla de la cama para ver que el color sonrosado en el rostro de su prometida había vuelto.
Karina esbozó una sonrisa socarrona y sin decir palabra alguna, jaló con suavidad la camisa de su prometido y lo atrajo hacia ella para acercarse peligrosamente a su oído.
—No sabes cuanto te he echado de menos, ...—confesó en un susurro que provocó un agradable cosquilleo recorriendo todo su cuerpo hasta su zona baja.
—Nuestros momentos a solas, ya no soportaba un segundo más teniéndote tan lejos de mí. Ya quería que todos se fueran para tenerte así conmigo —respondió Abel, con su voz más grave de lo normal y la miró a los ojos.
Karina no pudo resistir más aquella cercanía tan cálida y sin previo aviso, estampó sus labios contra los de él. Abel se acomodó más cerca de ella y se subió a la cama para posarse encima sin dejar caer su peso. Sin planearlo ambos se comenzaron a sentir excitados... y ese solo era el inicio de su reencuentro.