Pasiones, ilusiones y dudas

1328 Words
No pasó nada de tiempo desde que todos habían dejado solo el apartamento de Karina y ya los dos estaban encendidos por hallarse a solas, sin interrupciones. El beso se tornó más necesitado, sus lenguas se acariciaban con frenesí, dejando escapar suspiros deseosos y leves jadeos por parte de ambos. Karina llevó sus manos a los oscuros y sedosos cabellos de Abel para apretarlos con lascivia, y él no perdió el tiempo para meter una de sus manos debajo de la blusa de ella. Bajó con deseo la tela de su sostén y comenzó a jugar con uno de sus pezones, a estimularlo con ambos dedos; ella gimió un poco más con aquella punzada de placer. Sin separarse ni un momento a tomar aire, mientras sus labios colisionaban una y otra vez, Karina exigió con sus manos que Abel se despojara de su camisa cuadriculada y no pidió permiso, la comenzó a desabotonar ella misma. Él solo se dejó hacer lo que ella deseara y se atrevió a llevar su mano más abajo para colarla por debajo del pantalón licra rosado que ella llevaba puesto; ambos sonrieron en medio del beso, porque siempre se sorprendían el uno al otro. Cuando quedó al descubierto de su torso, Karina se separó del apasionado beso y con los labios un poco hinchados, la respiración fuerte y pupilas dilatadas, se dedicó a pasar una de sus manos sobre aquella piel trigueña, varonil, intentando llenar de caricias cada parte del perfecto cuerpo de Abel. Posó sus manos en los anchos hombros de su prometido y descendió con su tacto por todo el pecho hasta el abdomen endurecido y marcado que tanto la enloquecía. —Te deseo... —soltó ella mientras se pasaba la lengua por los labios, en una invitación a subir de nivel lo que ya habían comenzado, palabras que mandaron una punzada de placer a la zona baja de Abel. —Eres tan sexy, ¿lo sabías? —inquirió Abel, mientras mordía su labio inferior con la vista de su deseosa y traviesa prometida. Abel no esperó más y deslizó su dedo por la bien lubricada zona íntima de Karina, y así comenzó a estimular el punto que la hacía sentir mucho más deseo y placer, los gemidos de ella le indicaban cuanto lo estaba disfrutando. Ella, con cuidado y con algunos quejidos de dolor se logró quitar la blusa y se despojó de su sostén; él no dejó pasar la oportunidad para saciarse con la dulzura de sus firmes y deseosos pechos en su boca, lamiendo y mordiendo cada uno. Karina no se quedó atrás y volvió a besar a Abel, para desabotonar y bajar el cierre de su pantalón y así metió su mano allí donde la esperaba el gran y endurecido m*****o palpitante, deseoso de hundirse en ella. Sin más esperas, lo sacó para verlo mejor, asimismo apretó con su mano para pasearla con dedicación por toda la longitud erguida. Ambos se estaban estimulando de tal manera, sus bocas entreabiertas, los ojos cerrados de ella y los deseosos de él lo decían todo. Tanto él como ella sabían que se debían contener de hacer todo lo que sus deseos demandaran, ella no estaba en condiciones para eso, pero al menos intentarían gozar un poco. Abel deseaba que ella se recuperara por completo antes de lastimarla y que recayera. Aquel golpe en la cabeza y demás contusiones no habían sido algo leve. Ambos llegaron al clímax, Karina, con la boca abierta, elevó sus caderas con la sacudida del orgasmo y unos segundos después, Abel se derramó sobre el abdomen de la joven para sellar con un profundo beso; había sido un excitante reencuentro. Después de limpiar las evidencias de lo que había ocurrido, ambos se vistieron de nuevo y Abel se recostó junto a Karina en la cama para pasar su brazo por los hombros de ella de manera protectora, ella suspiró al sentirse confortable y también lo abrazó con dulzura; ambos sentían la calidez de sus cuerpos y la paz se hizo en la habitación. Pasaron algunos minutos en los que charlaron de cómo Abel había terminado de limpiar la antigua casa y de cómo le había ido en el trabajo, pero una pregunta no dejaba de rondar la mente de Abel y así que la soltó en el que consideró el momento perfecto para hablar del tema, sin que nadie más interfiriera en la plática. —Necesito que me saques de una duda, amor... —comenzó a decir, mientras apartaba un mechón del flequillo de Karina— ¿Por qué no aceptaste que tu madre se quedara contigo para cuidarte? Yo sé lo unidas que son ustedes y lo bien que te haría su compañía. Karina sonrió con picardía, con sus avellanados ojos brillando con la respuesta antes de decirla. —Porque es evidente que quiero pasar más tiempo contigo, en esa casa que compartiremos juntos el resto de nuestras vidas ¿No te parece genial esta oportunidad? Aquella respuesta, aunque había enternecido a Abel, lanzó una punzada de sorpresa que rayaba en el desconcierto del joven. No sabía muy bien porqué, pero esa idea no le pareció del todo bien; primero, porque su madre la podría cuidar cuando él estuviera fuera trabajando, pero sobre todo por todo eso que le ocurría y de lo que aún no tenía jodida idea. Preguntas sin respuestas rondaron su mente en cuestión de milisegundos ¿Y si se trata de algo malo? ¿Y si todo solo era producto de su imaginación por fantasear con la belleza del arte? En un instante, algo dentro de él se sintió incómodo. Deseaba con todas sus fuerzas alegrarse, pero era todo lo contrario. —¿Estás segura, Karina? No quiero que te sientas presionada a estar en ese lugar, quiero decir... es muy prematuro, ni siquiera nos hemos casado ¿Estás dispuesta a que, quizá nos vean con malos ojos? Sabes que a mí no me importa el qué dirán, lo digo por ti. Karina rodó los ojos con la molestia queriendo comenzar a hacer estragos en sus emociones, pero no dijo cómo se sentía realmente, aunque muy en el fondo algo le decía que él simplemente no quería que ella fuera a esa casa ¿Por qué? ¿Qué ocultaba de ella? Como pudo, controló sus dudas conflictivas y se dedicó a tomar la mano de Abel para apretarla con ternura y suavidad. —Cariño... este es nuestro momento y quiero que sea así, además ¿Cuándo tendremos otra oportunidad para saber si funcionaremos como esposos? Creo que esta será la excusa perfecta —Karina volvió a sentirse segura de sí misma y con sus ilusiones revoloteando su estómago—. Además... si a ti no te importa el qué dirán, a mí menos. Hagamos esto, por nosotros ¿O solo no quieres que invada tu privacidad por algo? Dilo de una vez. Abel negó con la cabeza para tratar de ocultar sus verdaderos motivos, además no quería que ella comenzara a dudar de él como pareja por una estupidez que podría deberse a simples ilusiones de su mente. Así que solo se limitó a abrazar a Karina. —Entonces hagámoslo, mi amor, por nosotros —respondió con una sonrisa mientras apoyaba el mentón en el hombro de su prometida. Ella rió complacida y suspiró entre los brazos de Abel y se separó del abrazo. —¡Te amo, te amo! Esto será maravilloso —dijo Karina y volvió a los fuertes y protectores brazos de su amor. —Yo también te amo, Karina —musitó para seguirla abrazando. En el fondo, una sombra de inquietud siguió acechando a Abel con dudas que su mente no podía ignorar, por mucho que lo intentara. Mientras se abrazaban con amor, los pensamientos de él se enfocaron en aquellos misterios sin resolver, devolviendo todas las dudas que comenzaban a hacer estragos su vida y pensando que aquella no era una buena idea después de todo.
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