Una nueva etapa

1489 Words
Al final, Abel y Karina habían decidido arrendar sus apartamentos de solteros sin siquiera avisar algo a amigos, mucho menos a la familia de Karina, ella así lo había decidido. En el transcurso de tres noches y parte de las madrugadas, Abel estuvo moviendo cielo y tierra para trasladar las cosas de Karina del apartamento hasta la casona antigua y en cuanto menos lo esperaron ya la mudanza estaba hecha por completo. Cuando las últimas cosas estaban llegando, ya Karina estaba más que instalada, de hecho, se había acomodado en el sofá de la gran sala y cual niña con juguete nuevo, brincaba de emoción en el asiento celebrando que de manera oficial ya estaba viviendo con el amor de su vida. —De verdad, ¡no puedo creer que ya estemos aquí… viviendo juntos! —exclamaba Karina con sus ojos tan iluminados por su evidente felicidad. —Sí, lo logramos —respondió él con un poco de dificultad porque llevaba algo pesado. Abel traía entre sus brazos la última caja con lo que restaba de las cosas personales de Karina y la volteó a ver con una sonrisa, esas que a ella la derretían por completo. Sin decir más, Abel dejó la pesada caja en el suelo y se acercó a su prometida. Ella rodeó su cuello con los brazos y comenzó a hacerle mimos en el cabello, esos que le gustaban tanto a él. —¿Sabes, amor? Creo que deberíamos hacer algo especial para celebrar este logro —sugirió Karina con una sonrisa de oreja a oreja, aun inquieta de la emoción—. Quizás… una comida especial. Abel la observó con una sonrisa sincera y sus ojos se suavizaron al ver la emoción de su prometida, era contagiosa. —Me parece una excelente idea, yo prepararé una deliciosa velada que no olvidaremos —dijo Abel, decidido con esa idea espontánea. Karina negó con la cabeza mientras reía con suavidad. —Amor… si tan solo yo estuviera en condiciones no tendrías porque hacer esto solo —se lamentó Karina con un puchero— ¡Puedo ayudarte a cortar las verduras! Abel posó un dedo en los finos labios de ella, haciendo que ella lo viera con expectativa. —No, no, no… deja de preocuparte de más —sermoneó Abel, con suavidad—. Esta noche será perfecta para ti. Karina no podía con ese hombre que tenía enfrente, se sentía en el cielo con su trato, con sus palabras, con todo y sin más le estampó un dulce beso que lo dejó sin aliento. Los dos cerraron los ojos para disfrutar el momento y esas caricias amorosas que se brindaban. —Te amo —murmuró Abel en cuanto se separó de ella. —Y yo a ti, bebé…. —respondió Karina mientras apoya su frente contra la de él, sus flequillos se entremezclaban, haciendo que azabache y castaño se fusionaran—. Ya no podía esperar para comenzar esta nueva etapa juntos. El resto de la tarde pasó de una manera demasiado amena entre la pareja, que terminó de acomodar todo en su lugar y luego ya era hora de preparar la comida. Abel deseaba sorprender a Karina, así que haría su platillo preferido: pasta a la boloñesa, acompañada de una ensalada ligera y vino que no podía faltar, ya que era un gusto que ambos compartían. Mientras tanto, Karina esperaba en la habitación en la que Abel se había estado quedando a dormir desde el accidente de ella, mientras él se esmeraba con la comida. Al momento de arreglar la mesa, a él se le ocurrió apagar las luces y colocar unas velas para crear un ambiente romántico, parecido al que creó al pedirle matrimonio, así que no perdió tiempo y fue a por unas que tenía guardadas, pero al encenderlas su ente se transportó a aquel acontecimiento vívido en donde los candelabros iluminaban toda la casa. Abel sacudió su cabeza para salir de su ensimismamiento y se dedicó a concentrarse para terminar su decoración con pétalos de rosa roja, de un rosal de su madre que había sobrevivido. Como Karina no podía moverse sola, Abel la cargó hasta el lugar donde estaba la mesa y ella se llevó las manos al rostro, casi lloró de alegría por ver ese esmero y dedicación de su prometido. —Eres… simplemente increíble, me he sacado la lotería contigo —musitó Karina en el oído de Abel y él disfrutó la caricia de aquellas palabras para darle un casto beso en los labios. —Todo lo mejor para mi futura esposa —respondió para terminar de acercarse a la mesa, colocando a Karina con cuidado en su silla. Karina contempló la vista de cerca: la pasta olía demasiado rico y humeaba, la ensalada se veía fresca y el vino le daba el toque de elegancia al momento. Abel no esperó un segundo más y elevó su copa para brindar con ella. —Por nosotros, mi amor y por todo lo que nos espera —dijo él para chocar con suavidad la copa de Karina con la suya. —Por nosotros y nuestra futura familia —repitió Karina sonriendo, mientras tomaba un sorbo de vino sin apartar sus avellanados ojos de los azabaches de él. Ambos sonrieron con complicidad en medio del primer sorbo. El resto de la cena transcurrió entre risas y una amena conversación. Abel y Karina charlaban de los planes a futuro que tenían, en especial el de remodelar esa casa. Entre palabra y palabra, ambos cayeron en cuenta de que se habían pasado un poco de copas cuando ya no había más vino en las dos botellas que Abel había llevado del apartamento. —¡Ups! Creo que bebimos un poquito de más —dijo Karina entre risas contagiosas mientras veían que el contenido de sus copas era el último de manera literal. —Solo… un poco —respondió Abel, esbozando una sonrisa pícara—, pero vaya que esta noche lo vale. Ambos se miraron con amor y brindaron por última vez, para decirse cuánto se amaban, de lo afortunados que eran de estar juntos y lo bien que lo pasaban. Abel se levantó un poco mareado pero lo suficientemente firme como para deslizar su silla justo al lado de la de su prometida para compartir un beso con sabor a vino. Mientras se reían como dos adolescentes, la pareja no sabía cómo habían llegado a la habitación y de la nada comenzaron una guerra de cosquillas sobre la cama. Las carcajadas se hicieron presentes y el juego subió un poco de tono, porque en un descuido, Abel presionó demasiado fuerte una costilla de Karina provocando que ella lanzara un grito de dolor. —Lo siento, lo siento mucho, no quise lastimarte —dijo Abel con su rostro lleno de preocupación cuando observó que Karina estaba llorando. Abel no sabía que hacer, pero Karina lo miró fijamente y a pesar del dolor que sentía intentó calmarlo. —No te preocupes, estoy bien solo fue un pequeño accidente —afirmó ella mientras forzaba una sonrisa para intentar tranquilizar a Abel. Él suspiró con la culpabilidad recargada en su pecho, pero antes de que pudiera seguir hablando Karina intervino. —Necesito ir al baño —cambió el tema la joven en un afán por quitar la tensión del ambiente y él la cargó para encaminarla al cuarto de baño. Abel se mordió el labio inferior, preocupado por cómo iban a manejar aquellas situaciones cotidianas. «Esto es solo el comienzo», se dijo a sí mismo. No le pesaba en lo absoluto, pero tendría que ver cómo se las arreglaría con las necesidades de ella cuando se tuviera que ir al trabajo, pero algo le decía que encontraría una solución. Al llegar y en cuanto Karina fue al baño, también la ayudó a desvestirse para ducharse. Como era de esperarse, no pudieron al verse solos y al desnudo. Ambos lo hicieron juntos entre caricias lascivas y una vez más la llama de la pasión se hizo presente. Abel encontró la manera de hacer maravillas con sus manos, Karina también y esta vez se recorrieron sus cuerpos con la boca, embriagándose de sus sexos para saciar aquel deseo que se consumaba en fuertes orgasmos sonoros. Al terminar aquella sesión excitante, Abel secó a Karina, la cargó y ambos envueltos en toallas blancas comenzaron a dirigirse a la habitación que compartirían por primera vez. Abel creería que Karina iba tranquila, pero en cuanto vio sus ojos como aterrados él se detuvo. Era evidente que ella notó algo que la había sorprendido. Cuando él volteó a ver en aquella dirección era lo que se temía… ella estaba viendo justo “ese” cuadro y su corazón se comenzó a acelerar, porque parecía como si el retrato lo estuviera viendo ¿Acaso ella podía sentir lo mismo? La paz se había ido una vez más en cuestión de segundos ¡Qué locura!
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