Determinante decisión II

1524 Words
La mirada de Karina no era una buena señal para Abel, y lo que menos quería en ese momento era entrar en discusión con su prometida, después de todo el haberse mudado los dos allí era para compartir en pareja un tiempo antes de casarse, pero al parecer las cosas se tornaban diferentes a lo que él había imaginado. —Y si eso es así, ¿por qué no me lo dijiste para que no me llevara un mal rato? Sabes que me perturba y lo pones frente a mí, algo no me cuadra aquí, Abel. Si lo escondí en el pasillo es por la misma razón y no me arrepiento de haberlo hecho, ojalá hubiera podido dejarlo otra vez en el ático —reprochó Karina con frustración y evidente molestia para apartarse de la cercanía de él y cruzarse de brazos. —¿Y todavía lo estás dudando? Ya te dije mi razón, ahora el hecho de que refundas el cuadro me parece exagerado, Karina —Abel devolvió el reproche, pero vio la ofensa en la mirada de su prometida. —Ah... ¿y ahora yo soy la exagerada? —rió con ironía y volteó para otra parte, no podía creer lo que él le estaba diciendo. —Está bien, está bien, perdón, amor ¿sí? —Abel gruñó al sentir que todo se complicaba, aun así intentaba que Karina lo mirara de nuevo—. No creí que hubiera tanto alboroto por cambiarle de lugar, igual tú lo hiciste también, entonces estamos a mano y se acabó el problema, ¿estamos de acuerdo? Karina lo volteó a ver consternada, porque la disculpa de él no le había sonado sincera, sino sarcástica, eso encendió en ella otro enojo más. —Así que todo se resuelve así de fácil para ti, ¿eh? —contestó ella con desdén— Yo soy de hablar las cosas claro, Abel y siento que ese cuadro te tiene raro, no sé, algo está diferente pero no sé qué es. No sé por qué estoy tan enojada, no sé si solo soy yo por lo de mis golpes o eres tú con esa manía tuya y esos cuadros que parecen embrujados ¡No sé! Al verla así de conflictuada, Abel sintió que en verdad algo estaba afectando el ambiente. Abrazó a Karina, ella tensó su cuerpo, pero al final cedió al gesto de su prometido con desgano. —Yo nunca tuve la intención de que te sintieras incómoda o asustada, de eso tienes que estar segura, Karina —sus miradas se encontraron y ella tenía toda su atención en él—. No quiero estar mal contigo, solo míranos, peleando por algo que no tiene sentido otra vez. Déjame encontrar una solución al asunto, pero no me pidas que me lleve esos cuadros sin antes haberlos investigado, necesito descubrir lo que guardan, es importante para mí. Karina cerró sus ojos para asimilar lo que había escuchado, suspiró y preparó su respuesta. —Está bien, resistiré por nosotros porque lo vale, Abel —dijo Karina más calmada—, solo déjame decirte que no soy una niña o una tonta para que me comiences a ocultar cosas, por si planeas hacerlo. Si hay algo que te esté pasando necesito que confíes en mí y me lo cuentes, incluso si son difíciles de entender deseo saber todo de ti... todo. Abel al escuchar el énfasis en esa última palabra, comenzó a tener un sentimiento extraño de incomodidad y culpabilidad, lo cual le parecía extraño y hasta absurdo, pero sabía que lo único que le ocultaba era ese acontecimiento alucinógeno y la forma tan sutil en que el cuadro cambiaba sus expresiones ante sus ojos que solo él parecía notar. Al escuchar esas palabras de Karina, se replanteó en contarle todo lo que le pasó, pero primero quería investigar, ya después debería buscar las palabras adecuadas para hacerlo, porque ella estaba predispuesta a asustarse con facilidad y se dio cuenta de esa faceta de su prometida que desconocía por completo. —Tienes razón, Karina, yo también necesito que haya confianza entre nosotros, que estemos bien —musitó Abel a centímetros del rostro de Karina, sus narices se rozaron con ternura y pronto la tensión se iba disipando. —Espero que eso que me dices así sea, Abel, porque no podría continuar sintiéndome insegura en nuestra propia casa —respondió Karina, con indicios de lágrimas en sus ojos. Abel pasó sus pulgares por las mejillas de Karina y la caricia pareció calmarla aún más, ya su mirada no estaba tensa ni molesta, lo cual le brindó tranquilidad a su alma. —Mi amor... si vine a la casa a almorzar fue para compartir contigo, vivamos nuestro momento ¿Ahora podemos comer en paz al menos? —Abel llevó su mano al mentón de Karina para que fijara más su llorosa mirada en la de él. Karina asintió y se dejó cargar por Abel, pero el dolor de sus magulladuras por la caída envió punzadas a todo su cuerpo, ella no se quejó, aunque hubiera querido gritar, ya no quería más angustias y para ambos, algo le decía que las cosas comenzarían a mejorar luego de esa plática, eso quería creer. Pasados los minutos de aquella discusión, Abel y Karina almorzaron lo que él había llevado, que consistía en pasta Alfredo, pero algo aún seguía diferente en el entorno que se sentía lleno de tensión. Ambos evitaban mirarse a los ojos y solo se percibía el sonido de los cubiertos que chocaban de cuando en cuando contra los platos. Finalmente, Abel dejó el tenedor para limpiarse con una servilleta y así tomó una respiración para hablar. —Karina —dijo sin mirarla a los ojos, sino que observaba su reloj de pulsera—, esta noche llegaré tarde, tengo que ver a unos clientes. Karina, que aun revolvía los fideos en su plato, lo miró con un poco de sorpresa y preocupación. —Clientes... ¿tan tarde? —cuestionó ella, con el ceño fruncido. Abel asintió, intentando mantener la serenidad en su rostro. Lo de los clientes era verdad, pero también tenía otro plan en mente que esperaba Karina comprendiera y le diera fin a ese mal entendido. —Sí, es importante, sabes que no puedo perder a nadie, más cuando mis comisiones son las que pagarán la futura remodelación, y... —Al hacer esa pausa se levantó de la mesa y se volteó al llegar al inicio de las gradas—, comenzaré mi investigación sobre lo que ya sabes, entre más pronto termine más se acercará el día en que ya no te preocupes por el cuadro de la doncella. Karina entrecerró los ojos, aun con la molestia rondando su pecho y su mente cuando observó a Abel subir para caminar en dirección del cuadro de la doncella y posiblemente pasaría a cepillarse los dientes. Cuando él volvió con el artefacto entre las manos, ella prosiguió la plática. —De verdad, ¿vas a llevártelo ya? Abel asintió y direccionó el cuadro para que Karina solo viera el reverso y no se perturbara más con la figura realista de la joven en el cuadro. —Yo creo que es lo mejor —respondió secamente al ver como su prometida parecía hasta alegrarse con aquello ¿Acaso no deseaba apoyarlo ni un poco? Abel abrazó el cuadro con uno de sus fornidos brazos para tomar su maletín con su mano libre y así se preparó para salir y apoyar el cuadro en la pared exterior de la entrada de la casa y se acercó a Karina. —Volveré tarde, te dejé una rica ensalada para que cenes y en el refri hay gelatinas, jugos, agua pura y yogurt del que te gusta —dijo Abel y se despidió con un casto beso que Karina recibió con gusto y solo observó la ancha espalda de su prometido. —Abel... —Karina hizo que él volteara—, ten cuidado por favor y cuéntame todo cuando vuelvas. Abel asintió y desapareció por la puerta para llevarse el cuadro lejos de la casa, lejos de Karina y los conflictos que se generaron por supersticiones paranoicas de ella, según él, porque todo tenía que tener una explicación relista con hechos históricos quizá, no de fantasía ni de demonios que no podía ver y que quisiera hacerle daño a él o a ella. Con esos pensamientos, Abel salió de la casa y cerró muy bien la puerta, se encaminó a su vehículo con el cuadro en el brazo. Y mientras lo colocaba en los asientos traseros, algo llamó su atención, algo que le hizo restregarse los ojos... La doncella del retrato tenía una expresión de dolor en sus ojos llorosos y su boca apretada ¡Pero qué locura más excitante la que ese retrato lo hacía pasar! Más que nunca se determinó a la decisión de averiguar qué pasaba con la enigmática joven, quizá estaba a punto de descubrir una nueva especie de arte móvil antiguo o algo más sorprendente que anhelaba saber. Aquello solo lo había impulsado mucho más y no estaba dispuesto a quedarse sin respuestas.
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