Tercer encuentro con Ella II

1062 Words
La Doncella seguía señalando con una mano temblorosa y apuntaba una dirección más allá de los confines donde ambos se encontraban. Abel, sin chistar, comenzó a caminar con la convicción de salvar a la convaleciente. De manera sorprendente para Abel, no se sentía cansado ni fatigado, era como si esas sensaciones no fueran del todo reales en esa dimensión. Ya hacía un tiempo que habían salido del viejo molino y caminaron por una larga vereda, mientras se adentraban en un pequeño y remanso bosque, lo extraño era que no había animales ni nada por el estilo ¿Acaso no había más seres vivos que ellos dos en ese sitio? El camino parecía interminable, pero Abel no se detuvo ni un solo momento. Finalmente, y luego de caminar por un pequeño puente de madera, llegaron a un lugar con construcciones de estilo antiguo, pero que en realidad lucían nuevas, como si hace poco las hubiesen construido, pero para Abel todo pintaba como sacado de otro tiempo pero en una especie de viaje en el tiempo, como siempre percibía cuando tenía esos raros episodios con ella. Abel miró hacia abajo, en dirección a la joven que llevaba en brazos. La Doncella parecía dormida más que convaleciente. Las dudas del camino lo invadieron, así que la removió un poco para hablarle. —¿Vamos por buen camino? —preguntó Abel, observándola con detenimiento. La dama asintió, sus ojos parecían escrutarlo a él de igual manera, como si ambos estuvieran tan intrigados en una misma magnitud al estar compartiendo tiempo con alguien de quien no se sabía nada en absoluto. Abel elevó la vista y se detuvo sus pasos por un momento, sintiendo una extraña sensación de deja vu. —Oye... ¿es por aquí? —inquirió en un susurro, como si no quisiera perturbar la calma de ella. La doncella asintió una vez más, sus labios temblaban con sutileza, como si quisiera sonreír con agradecimiento, pero no se atrevía. Abel la sostuvo con más fuerza contra su pecho, decidido a descubrir el lugar exacto a donde ambos se estaban dirigiendo y con la incertidumbre de qué ocurriría al llegar. Pronto algo muy conocido se erguía ante Abel... se trataba de la casa antigua, su corazón saltó de emoción por encontrar el lugar indicado, sonrió y aceleró el paso en la avenida que lucía tan diferente a su realidad, pero la casa le era tan familiar, la conocía demasiado bien. Justo parecía que había movimiento dentro del lugar, como si una sombra o presencia se moviera. —¿Qué rayos? —se dijo Abel, cuando se dio cuenta de que la doncella se quejaba y pidió ser bajada de sus brazos, él comprendió y la colocó con delicadeza en la entrada que a los lados tenía un bello jardín frontal. La Doncella seguía sangrando y Abel no sabía qué hacer, porque nunca antes había visto tal afección en alguna otra persona en toda su vida. —Necesitas entrar a la casa, ¿no es así? ¿Esa es la solución para que estés bien? —preguntó Abel y ella asintió, pero su respiración estaba débil—. De acuerdo... te llevaré adentro entonces, siento haberte sacado, no sabía que eso te provocaría algún daño. La doncella miraba con cierto temor hacia adentro de la casa y se cubrió los ojos con sus manos enguantadas. —Creo que hay alguien allí... ¿Quieres que se vaya de la casa? —preguntó Abel y la doncella asintió mientras una especie de convulsión la comenzaba a sacudir. Abel no lo pensó dos veces y cargó de nuevo a la joven moribunda, pero al llegar a la puerta adornada de ornamentos de madera y al intentar empujar hacia adentro, de nuevo la luz cegadora lo transportó hacia la realidad que ya era conocida para él. Un mareo leve invadió su cabeza, pero pronto tomó compostura y se dio cuenta que tenía el cuadro de la doncella entre sus manos, su corazón se aceleró con la confusión llenando todo su ser. Pronto cayó en cuenta de que estaba estacionado un camión de fontaneros, de inmediato asoció el temor de la Doncella con la visita de los hombres. «A lo mejor debo hacer que se vayan para poder regresar el cuadro a su lugar. Solo puedo adivinar, porque ella no me puede decir con exactitud, espero no equivocarme». Abel hizo lo posible por ser educado para descartar los servicios de los hombres, pero eso le había costado que Karina al final se enfadara una vez más con él y frente a Evie, la vecina que a pesar de que se portó amable, sentía la tensión de lo mal que se llevaron en el pasado. Pronto él salió de sus recuerdos, Karina se encontraba pegada a la puerta, esperaba con ansiedad su explicación, su mano sana estaba en su cintura y su ceño estaba fruncido y él no tenía una expresión diferente, porque en su interior estaba el conflicto de cómo le diría a Karina esa sarta de cosas que ni siquiera se podía explicar a sí mismo con lógica alguna. —Sería bueno que por una vez te sinceraras. No quise decir nada frente a los fontaneros y menos frente a Evie, pero otra vez tienes irritados los ojos, Abel —alegó Karina, exasperada— y no me vengas con el cuento del sol u otra excusa barata. —Está bien, sé que necesitamos hablar ¿Por qué no te sientas en el sofá? —Abel intentaba mantener la calma, mientras se acercaba a Karina para ayudarla a sentarse. Ella se dejó ayudar a regañadientes, pero se sorprendió al ver que su prometido, en lugar de sentarse junto a ella, lo notó ansioso, como si tuviera prisa en salir, ya que se estaba dirigiendo hacia la puerta principal. —¿Acaso me vas a dejar sola otra vez en esta casa que parece caerse a pedazos? —preguntó la joven con desesperación. —Ahora te explico, Karina, pero necesito arreglar este problema primero, creo que sé cómo hacerlo —afirmó Abel y con la misma salió de manera apresurada. Karina se quedó abrazándose a sí misma, sintiendo un remolino de rabia, de soledad recorriendo su columna. Su nivel de frustración y desconcierto se reflejaba en sus ojos, mientras miraba hacia la puerta donde su prometido había salido, mientras sus dudas solo incrementaban.
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