Karina no esperó mucho tiempo allí sentada en el sofá, pero en su garganta hervían las palabras que deseaba reclamar a Abel, quien se asomó un tanto cohibido y con pasos pesados se presentó frente a ella, el cuadro de sus pesadillas estaba entre las manos de él y solo le mostraba el reverso para que ella no viera a la doncella.
Abel suspiró ante su boquiabierta y confundida joven, que no despegaba su vista de aquella cosa despreciable para ella.
—Amor, sé que te prometí sacar de acá este cuadro, pero todo tiene una explicación —comenzó a hablar Abel—, si deseamos que las cosas se calmen y no empeoren, tengo que devolver el cuadro a la casa o no sé qué va a pasar.
Karina, alterada y molesta se puso de pie con dificultad.
—¡Yo sabía que ese cuadro tenía algo que ver! Pero, ¿sabes qué? No se trata de nada sobrenatural, Abel… eres tú quien a lo mejor está enloqueciendo —espetó ella, con indicios de lágrimas en los ojos.
Las manos de Abel temblaron sin soltar el cuadro, Karina enarcó una ceja, observando como él volteó a verlo con un dejo de aflicción y sin responder a las palabras de Karina, se adentró con el cuadro de la hermosa doncella para dirigirse al ático.
Cuando subió las altas escaleras y llegó por fin, miró el cuadro salpicado de carmesí y negó con la cabeza.
—Espero que esto sea lo que alivie tu dolor o angustia y la paz vuelva a esta casa... al menos por ahora —musitó y esa vez no se sintió como un loco, podía percibir que ella lo escuchaba.
Ante sus ojos, las manchas desaparecieron del hermoso rostro de la Doncella. Abel abrió los ojos, maravillado y en parte aliviado. Suspiró y se dispuso a bajar para enfrentar a una furiosa Karina.
—Ahora me vas a decir, ¿qué has hecho, Abel? Me hiciste una promesa de no traer eso aquí otra vez —se lamentó Karina, indignada.
—Tenía que hacerlo —respondió Abel, calmado—. Ahora, por favor, necesito que me escuches y trates de comprenderme, porque lo que voy a contarte suene quizá de locos, pero es algo por lo que estoy pasando. El cuadro me pidió volver aquí, o más bien… la Doncella, está ligada a esta casa y le hace daño irse por mucho tiempo de acá.
Karina seguía mirando a Abel, desconcertada y sus ojos brillaban por las lágrimas acumuladas que se resistían a brotar de ellos.
—¿Esa es tu explicación? Abel, porque yo en serio, ya no sé en qué creer con todo esto —dijo ella y su voz se quebraba con cada palabra—. Yo observo cambios tremendos en ti y en esta casa… Esas condenadas goteras siguen allí donde mismo, la casa sigue siendo el mismo desastre antiguo.
Abel observaba a Karina y apretaba los labios mientras escuchaba sus palabras, parecía que no veía sus esfuerzos por conseguir el dinero para remodelar, como si se le hubiera olvidado, pero se tragó sus reclamos, no deseaba sacarle en cara nada a su prometida, solo la dejó seguir hablando.
—Discúlpame con tus difuntos padres, pero esta casa no tiene ni pies ni cabeza y… comienzo a creer que tú tampoco. Creo que volver aquí no te ha hecho ningún bien —espetó con desdén y esas palabras fueron como una puñalada al pecho de Abel.
—¿Estás tratando de hacerme algún análisis psicológico, Karina? No soy tu paciente, soy tu prometido y no, no estoy loco, si deseas que te cuente las cosas tienes que ser de mente abierta —debatió Abel, con los puños cerrados de la frustración.
—¡Soy de mente abierta! —replicó Karina, con el mismo nivel de frustración que él—. Eres tú el que está cerrado, no exteriorizas nada, incluso vi tu mirada despectiva hacia la buena de Evie. Tienes que dejar ir el pasado, yo sé que es difícil, pero no puedes seguir siendo tan hermético, especialmente conmigo ¡Soy tu futura esposa, por Dios!
Abel hizo el intento de extender sus brazos hacia Karina, pero se resignó a no tocarla en ese estado iracundo que ella tenía y regresó a su posición neutral. Solo respiró hondo y soltó el nudo de palabras que tenía acumulado desde hacía mucho.
—Seré sincero contigo… creo que esta casa tiene alguna especie de maleficio. En realidad estoy casi seguro que se trata del cuadro, la joven que está allí, existe, tiene vida y pide auxilio.
Karina frunció el ceño y entreabrió la boca con desconcierto.
—¿Y ahora sales con más disparates? ¡Es obvio que es un retrato, pero debe ser demasiado antiguo, la mujer debe estar hecha polvo! —exclamó Karina con desesperación.
—No, Karina, siento que ella está aquí y se mueve con esta casa, no sé qué es lo que pasa con exactitud, pero me siento involucrado, más de lo que debería y sabes que siempre fui escéptico con esas mierdas de fantasmas y brujerías, pero esto es más fuerte que yo… siento que ella me necesita —explicó Abel, con una voz suplicante para que Karina intentara entenderlo.
Karina se quedó en silencio, intentando procesar lo que Abel le decía.
—¿Qué ella te necesita? —Karina rió con ironía y molestia— ¿Te estás escuchando? Abel, yo sí llegué a pensar que eran cosas paranormales, pero me di cuenta que solo es que, ese cuadro se ve demasiado realista y la casa está vieja, necesita ser reformada.
Karina tomó un respiro largo y siguió hablando.
—Todo lo que ha pasado ha tenido una explicación lógica hasta el momento, lo único que no lo tiene es el disparate que me estás diciendo. Pienso que solo quieres traer eso porque sabes que me molesta.
Abel contuvo la respiración, sabía que su prometida estaba teniendo la reacción que justamente se imaginaba cuando él intentara sincerarse, la conocía demasiado bien.
—Sabía que no ibas a creerme, Karina, pero lo que te digo es la más profunda de las verdades… He tenido visiones vívidas con ella, incluso ella me guio hasta aquí, yo la traía en mis brazos, ella me pidió que la ayudara a volver aquí.
Karina soltó una risa amarga y negaba mientras se quitaba las lágrimas acumuladas.
—¿Cómo esperas que te crea eso? A menos que te estés drogando… como en el pasado —escupió Karina con desdén—. He descubierto que todo ha sido más que pestes con ratones y achaques viejos. Esta situación necesita renovaciones, no exorcismos ¿Sabes qué creo? Que tu sensibilidad con el arte, esa que yo tanto admiraba, se ha convertido en algo turbio, te aconsejo que te trates esa obsesión de inmediato.
Abel se pasó las manos por el cabello, frustrado y desesperado.
—Karina, no es una obsesión, te digo que algo está sucediendo de verdad y no puedo ignorarlo, sé que tú tampoco puedes hacerlo —refutó Abel, con la decepción anidando su pecho.
—¡Por favor, Abel! Dame un respiro, siento que me ahogo —reclamó Karina—. No estamos en una película de terror, es una casa vieja y necesitamos un buen arquitecto, no un médium.
—No estás entendiendo, Karina —respondió Abel, intentando no alzar más la voz, no deseaba ser tosco con ella—. Solo olvídate de lo que te acabo de decir… piensa lo que quieras, no discutamos, por favor.
Karina negó con la cabeza y respiró profundo para no llorar.
—Abel, te amo, pero no puedo seguir viviendo esta pesadilla contigo…
El corazón de Abel parecía haberse detenido con esas palabras ¿Acaso estaba terminando con él?