—No podemos seguir así, Abel, simplemente nada está bien, yo lo puedo sentir desde el fondo de mi ser —espetó Karina y esta vez las lágrimas sí se desbordaron de sus ojos.
—No es verdad... no puedes estar terminando lo nuestro por esto. Se supone que los dos venceríamos cualquier obstáculo, lo prometimos —dijo Abel, incrédulo a lo que sus oídos escuchaban.
—Tú te niegas a ver la realidad, Abel —dijo Karina, en un hilo de voz—. Si tú no estás bien, yo tampoco, entonces nada a nuestro alrededor lo estará y yo ya no sé qué hacer.
Abel apretó los puños y la miraba a la distancia con desconcierto ¿Era verdad lo que le estaba diciendo? Solo se limitó a mirar al suelo, sin saber qué hacer realmente.
—Karina... ¿y si te prometo que haré lo que sea necesario para solucionar dodo, te quedarías? —preguntó él, con la voz entrecortada, no podía creer que Karina se hubiera puesto en ese plan—. Si después de esto sientes que no puedes más yo no te insistiré, pero primero necesito intentar resolverlo a mi manera.
Karina miró al hombre frente a él, tan desesperado, tan herido tanto como ella. Algo se apretó en su pecho al escrutar su gallarda figura, esa que tanto la enloquecía y la hacía perder toda duda, lo amaba demasiado que solo caminó hacia atrás con dificultad, buscando sentarse y ahí comenzó a dejar salir ese llanto que estaba reprimiendo
Abel se quebró por dentro, sus ojos también se llenaron de lágrimas, él la amaba con locura, pero necesitaba sentir que ella lo hacía con la misma fuerza. Sus pasos se dirigieron hacia ella y al fin se acuclilló frente a ella para tomar sus manos entre las suyas, así las comenzó a llenar de besos ansiosos.
Karina, aun sollozando miró fijamente a su prometido. Intentó leer en su mirada ese amor que decía profesar, la razón por la que le había propuesto matrimonio y por la que habían llegado hasta el punto donde se encontraban... viviendo juntos.
Abel suspiró con resignación y miró hacia abajo, apretó con ternura sus manos y al fin la volvió a ver a esos bellos ojos marrones. Ella lo observó con expectativa.
—Karina... olvida lo que te dije, eres libre de terminar esta relación si así lo consideras... —dijo él con su voz desbordando angustia y aflicción mientras se levantaba para proseguir—. Si esa es tu decisión, llama a tu familia lo antes posible para que vengan por ti, solo quiero estar presente cuando te vayas para ayudarte a explicar por qué estás aquí y así podernos despedir.
Karina soltó sus manos de las de él, apretó sus puños sobre su regazo mientras veía a Abel alejarse para comenzar a poner la mesa con la comida que había traído. Observaba esa imagen con la indecisión anidando en su pecho.
Las pupilas de Karina se movían hacia un lado y hacia el otro, comenzando a pensar en sus propias palabras, es que estaba convencida de que solo eran achaques de la casa, nada más que eso, nadie podía quitarle esa idea de la cabeza. Además, otro pensamiento, uno que llevaba desde hacía rato volvió a surgir:
¿Y si no era la mujer del cuadro, sino una mujer real la que estuviera rondando a Abel con otras intenciones? Los celos se arremolinaron en su estómago, surgiendo avivados por la incapacidad de comprobar la sutil inquietud que le brindaba su intuición, pero ya no deseaba ignorar aquello.
Karina suspiró largo y profundo, con ese conflicto y debate interno se levantó y encaró a Abel, que la volteó a ver desconcertado, con la duda de las acciones y decisiones que ella tomaría.
Ella elevó su mano sana y tomó el rostro de Abel, con un arrebato emocional lo atrajo a ella y le estampó un beso intenso en una posible señal de reconciliación. Abel correspondió, sus labios chocaban una y otra vez, enviando electricidad a ambos cuerpos. Con la misma, él se separó con lentitud mordiendo con delicadeza el labio inferior de Karina y sorprendido la miró con ternura y un dejo de alivio.
—No te vayas... —susurró Abel al oído de Karina, ella cerró los ojos, disfrutando la cercanía del hombre que amaba y ambos se miraron con anhelo.
—Ya lo pensé, Abel y... está bien —dijo finalmente Karina—, solo porque te amo demasiado, pero tengo una pequeña condición. Si después de esto no cambia nada, buscarás ayuda profesional o si no ya no podremos continuar con lo nuestro ¿Entendido?
—De acuerdo, Karina, gracias por darnos esta oportunidad —respondió Abel, con esa sonrisa de perfectos dientes que la podía derretir en un segundo.
Karina y Abel se sentaron a la mesa y comieron ya un poco más calmados, hablaban de los preparativos de la boda aunque aun estaba lejana la fecha, también sobre las reformas venideras para la casa, esas que a Karina le urgían mucho más que a él, pero la comprendía por completo.
—Creo que habría que priorizar esas viejas tuberías para luego enfocarnos en las construcciones mayores —mencionó Karina, mientras se llevaba a la boca el puré de papa que se había enfriado debido a la discusión que tuvieron.
Abel respondía afirmativamente y de forma vaga, sabiendo que esos cambios no se podrían realizar por lo pronto, al menos no hasta resolver el misterio del cuadro de la Doncella.
—No te preocupes, Karina, se hará así y como ves, ya hace media hora no gotea más, así que yo vendré a limpiar y a arreglar lo que pueda al regreso, ahora no me da tiempo —aseguró Abel y Karina sonrió complacida.
Abel dijo aquello para calmar a su prometida, pero estaba convencido de que, mientras no ayudara a la Doncella, más catástrofes podrían suceder en cuanto menos lo esperara. Nadie se lo había dicho, pero muy dentro de él sentía que cualquier cosa o reforma podría lastimar a la dama y eso se vería reflejado en la realidad, afectándolo a él y a su pareja.
Abel se guardó aquellos pensamientos para no perturbar más a Karina, no deseaba envolverla directamente en ese caos, y menos en ese momento en el que la joven psicóloga parecía haberse olvidado de la confesión que le hizo acerca de la Doncella y sus encuentros con ella.
Mientras los dos se cepillaban los dientes, Karina mencionó a Abel que recibiría la visita de Maggie y Diego para ver películas en la tarde.
—Espero que te diviertas, amor y así olvides un poco todo lo mal que lo pasaste por culpa de esta casa —respondió Abel, para darle un beso en la frente a la joven.
Karina asintió sonriente y se despidieron con un deseoso beso, como todos los que se daban, que no querían acabar de lo buenos y deliciosos que eran para ambos. Luego de desearse una linda tarde, Abel salió de la casa y se dio cuenta de que su auto estaba estacionado frente al apartamento vacío que tenía a la venta, justo en otra zona de la ciudad, estaba bastante lejos.
«Maldición, tendré que conseguir un taxi», se dijo Abel mientras recordaba que él había caminado con la doncella... ¿en serio había ido a pie por todas esas calles citadinas? ¿Cuánto tiempo estuvo caminando y lo habrán visto? No podía creérselo ni él.
Resignado, se dispuso a caminar por toda la larga cuadra que salía a la carretera y comenzó a sudar por lo candente de la temperatura y el saco no le ayudaba, le provocaba cierta asfixia, por lo que terminó quitándoselo para quedarse solo con la camisa blanca manga larga y la corbata azul marino.
Continuó caminando y algo lo alarmó demasiado... la salida estaba cerrada por un brutal accidente. Se acercó con el corazón acelerado y se dio cuenta de que se trataba del camión de fontanería que había estado en la casa no hacía mucho tiempo.
«No, no, no... ¡Esto no puede ser!».