Un silencio incómodo y tenso siguió a su tajante aceptación. Sin decir nada, se miraron durante unos segundos, donde ella aguardaba a que él dijese algo más y el Conde rogaba porque la dama cediese. —Bue... bueno, entonces... Adiós, Milord —tartamudeó ella, alucinada con su veloz rendición. Pasando por su lado y comenzando a alejarse con la espalda envarada y porte de reina. —¡Menos mal que deseaba compartir la vida a su lado! ¡Libertino redomado! ¡Canalla mentiroso!... —Reprochó para sus adentros inusitada e irracionalmente compungida Valery . —Una cosa más, milady. —La detuvo la voz grave del conde, justo cuando se disponía a atravesar el escudo de arbustos. Ella se congeló, pero no se giró —. Me debe usted un favor —anunció con tono distante Victor. —¿De qué está hablando, Lord Richmon