En la casa Richmond —Nació y vivió, siendo un hombre de honor. Amado por sus padres. Querido por sus amigos. Respetado, por todos aquellos que le conocieron. Padre Santo, recíbelo en tu trono. Abre tus brazos y... —¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? —graznó sin abrir los ojos Victor. —Callense los dos.— reprochó Nicolás, cada músculo del cuerpo le dolía, sobre todo la cabeza, que le palpitaba con cada respiración. Paul no respondió, así que Victor a duras penas abrió un ojo y lo localizó, parado a los pies de su cama. Tenía una gran Biblia en sus manos y una túnica parecida a la que los vicarios usaban puesta. Y, por supuesto, traía una irritante sonrisa en su cara. —Largo, Paul, hijo de puta, hoy no tengo paciencia para tus tonterías —le advirtió cuando le vio acercarse. —