Ella lo arrastro cerca de la ventana pero su hermano si que era pesado. —¿Qué haces? Saquemoslo de aquí —dijo con sequedad, haciendo una seña de ayuda—. En eso el balbuceó de un borracho las alertó era el conde de Richmond. Ambas tenía el corazón a mil por hora. Rubí se inclinó a ver al principe. —¿Está muerto? Porque no se mueve —dijo con tono asustado a la princesa. —¿¡Qué!? No, solo está desmayado, tonta —rebatió Valery, tras asegurarse de que el inmóvil hombre continuaba respirando. —Vaya, sí que le diste fuerte. Mañana tendrá más que un dolor de cabeza —se burló la otra, señalando el gran chichón que Nicolás tenía en el medio de su frente. —Basta, Rubí. No pueden descubrirlo aquí, no se que pasara si nos encuentran con estos dos—protestó con pesar y preocupación. —No te preo