Después del episodio en que su doncella fue visitada por Romeo, es decir, por su desvergonzado hermano. Estaban juntos con las damas en la mascarada de Versalles. —He oído que el señor de Richmond ha pedido tu mano en matrimonio -dijo una dama. —Lo rechacé -solté. Muchas de ellas se limitaron a reír incrédulas. —No lo entiendo. ¿No es el sueño de toda dama casarse con un joven caballero apuesto y adinerado? ¡Es el hombre perfecto! —añadió una damisela soñadora. —Olvidaste que es un libertino, inmaduro, de pérfida reputación y mujeriego -añadió Rubí con una mueca de desprecio. Ante las palabras de Rubí, la dama la miró con horror y frunció más el ceño, como hacían siempre que sus opiniones opuestas sobre los caballeros y el romance estaban en evidencia. —No me interesa nada de eso.