Pronto el día llego y con eso el castigo al cual sería sometida la pobre doncella, en un área destinada para tal ocasión dentro de la propiedad del barón Mortimer, se encontraban Sofía junto a sus padres y a su prometido, quien no dejaba de observarla haciéndola sentir nerviosa al tiempo que su corazón se comprimía tanto que pensó que en algún momento caería desmayada frente a todos.
La imagen de su doncella y única amiga atada al palo con los brazos extendidos hacia arriba la hacían gemir con dolor, desde muy temprano esa mañana Sofía irrumpió en el despacho de su padre suplicando piedad o un castigo diferente, pero sus ruegos fueron en vano, sus palabras ignoradas y su dolor la lección que debía aprender por haberse comportado tan groseramente delante de su futuro señor.
Con la espalda descubierta, Alice esperaba asustada que su castigo iniciara, sosegó sus lágrimas, se dijo así misma que no valía la pena llorar cuando eso no evitaría su suerte y muy al contrario de los que todos esperaban mostró fortaleza a pesar de que su mirada temblaba. Se consoló en la promesa de su amiga, sabía que Sofía la llevaría con ella para ser tan libre como se puede ser en una sociedad donde las mujeres deben vivir toda su vida sujeta a un hombre.
El mayordomo dio inicio recitando los motivos de su castigo y como era de esperarse, ninguno era cierto, no obstante, nadie se atrevió a objetar ni una sola palabra. Los sirvientes por miedo a que los castigaran de igual manera y Sofía por miedo a que el castigo hacia su amiga se hiciese mayor, ella habría dado su vida entera por cambiar de lugares y ser ella quien recibiera los azotes. Sabía que su padre la castigaba de esa manera por no ser capaz de arruinar la piel de lo que él consideraba mercancía preciosa.
—Buenos días, hermosa Sofía —dijo el coronel acercándose a ella.
—Buenos días, caballero —Sofía alargo la palabra caballero mientras se mordía la lengua para evitar decir algo más que le desagradase a su prometido.
—Tal parece que vuestra doncella no es una buena influencia, por lo que estoy considerando la idea de prescindir de ella cuando os vayáis a mi casa —susurro cuál alacrán, el cuerpo de Sofía se estremeció de impotencia cuanto ansiaba ella decirle que ni en mil vidas estaría con él, sin embargo, opto por ser educada.
—Os aseguro, señor mío, que mi doncella no es culpable de nada y que he sido yo la causante de su desafortunada situación, ya que mi padre considera su castigo el mío —contesto con ese carácter que no sabía que poseía.
Con el cuerpo firme y sin despegar la mirada en ningún momento del cuerpo tembloroso de su amiga, se mantuvo a pesar de que el coronel le insistía buscando la manera de que ella le mirase, no obstante se sintió frustrado cuando no lo hizo. De pronto, el silencio apago el murmullo que se había propagado por todo el espacio, Alejandro sonrío de medio lado mostrando satisfacción, al tiempo que Sofía llevaba su mano enguantada a sus labios y ahogaba un grito.
Emiliano con látigo en mano se posicionó detrás de Alice, reconociendo en ella a la cómplice y confidente de su amada, sus pasos se detuvieron, su mano tembló y sin darse cuenta soltó el instrumento en ellas. Él no podía ser capaz de mancillar el cuerpo inocente de la pobre Alice, no podía hacerle eso a la única persona que los había ayudado a él y a Sofía para que su amor floreciera.
—Lo siento, señor, yo no puedo hacer esto —declaro volviéndose de frente al barón. Quizás si el castigado fuese sido a uno de esos rufianes que normalmente se encuentran en las caballerizas, Emiliano no habría dudado o tal vez sí, pero habría cumplido con su tarea de todos modos, en cambio, Alice, ella era diferente, su amiga y la hermana de su amada.
—Te ordeno que lo hagas —dijo el barón desde su lugar, pero Emiliano no se movió ni un ápice—. Bien, no me sirves —declaro e hizo una seña a uno de sus hombres para que sometieran a Emiliano y lo castigasen de igual modo.
Pronto el corazón de Sofía amenazaba con salirse de su pecho cuando observo a las dos personas que más amaba en el mundo, atadas una al lado de la otra, no pudo negar que su amor se incrementó al ver que no lastimaría a su amiga, pero ella sabía que eso no detendría a su padre.
—Barón, ¿Me permitís ser yo quien ejecute el castigo? Después de todo, la primera ofensa fue hacia mi persona —cuestionó el coronel al ver la angustia incrementada en los ojos de su prometida.
Alejandro del Castillo, ya sabía sobre el amorío que mantenía su prometida con el sirviente sin que lo supieran, los mantenía vigilados, por lo que tenía conocimiento sobre el beso que se dieron y el cual laceraba su alma y su hombría.
—Como guste coronel —declaro el barón con satisfacción.
—Te voy a demostrar que nadie prueba lo que es mío y sale indemne —susurro colocándose frente a su prometida y clavando la mirada en sus labios.
Entonces lo supo, ella se dio cuenta de que él se refería al beso que se había dado con Emiliano, ese acto tan puro de entrega de amor se había convertido en el infierno para el único hombre al que ella amaba.
—No me sorprende para nada su actuar, sin embargo, mi señor si os juro mi obediencia absoluta, prometéis detener todo este circo —pidió en el mismo tono, evitando que sus padres escuchasen.
—No puedo detenerlo, pero si disminuirlo. No son mis sirvientes ni esta es mi casa —dijo él saboreando la idea de tener su sumisión total.
—Entonces, esposo mío, os juro que obedeceré todo lo que me ordenéis sin replicar nada —declaro ella solemne—. Si me hacéis este suplicio menos penoso y perdonáis a esos dos desdichados que esperan por su castigo y que castiga mi alma más de lo que imagináis —finalizo ella, dejando en claro cuán importante eran esas personas para ella.
—Barón, vuestra hija, me ha hecho ver que no es necesario un castigo demasiado extremo, por lo que os suplico, me deis libertad para decidir —se dirigió al padre de la joven que renunciaba a su amor sin ni siquiera voltear a verlo.
—Proceded —fue lo único que respondió el barón Mortimer.
El coronel se encaminó hacia donde las dos almas esperaban ansiosos que su suplicio terminase, Alice le había susurrado un “Gracias” a Emiliano cuando lo vio a su lado en la misma posición que ella. Estaban seguros de que eso no detendría al dueño de la casa, pero al menos se tendrían el uno al otro para apoyarse. Por su parte, el barón se mostraba satisfecho con su hija, se doblegó ante su señor y con eso daba por cerrado el negocio de compra y venta que lo hacía estar más cerca del rey.
A dos metros de distancia, el coronel lleno sus pulmones de oxígeno antes de girarse hacia su prometida, quien en silencio suplico escuchase sus palabras para luego volverse de frente, alzar la mano con fuerza para luego dejarla caer blandiendo en ella un látigo de una punta. La piel de la espalda de Alice se cruzó con tres líneas sangrantes y enrojecidas que le arrancaron gritos ensordecedores, al tiempo que sus piernas perdieron la fuerza y la dejaron caer inconsciente, quedando colgada por las ataduras en sus manos.
El corazón de Sofía se convulsionó al ver tan cruel escena, parecía presa de un nerviosismo extremo. Ella habría dado su alma al diablo con tal de que su única amiga no pasase por tal ocasión, la mano del coronel se alzó de nuevo y esta vez estallo sobre el cuerpo de Emiliano, que a pesar de que su rostro se desfiguraba no emitió sonido alguno, soportó en silencio sabiendo que con uno solo de sus quejidos bastaría para que su amada se rindiera al dolor que todo aquello le causaba.
―¡Deteneos! ―exclamo Sofía no pudiendo permanecer más en silencio ―. Os suplico, por piedad detened todo esto coronel, tenéis mi palabra y mi completa sumisión ―rogó la desdichada rompiendo el corazón del castigado.
―Con vuestra palabra me conformo, querida Sofía ―contesto el coronel arrojando a sus pies el látigo. Los ojos enrojecidos de Sofía luchaban por no dejar que sus lágrimas brotasen.
El barón sonreía satisfecho, ya que en un mismo día disfruto de un espectáculo bastante entretenido a su parecer y además contemplo el castigo de su hija, cuya alma se doblegaba y subyugaba a la voluntad de quien le ordena. Ya solo quedaba firmar los documentos que lo liberaban de una hija que últimamente le causaba disgustos por su naciente altanería.