El conde y Elizabeth fueron haciendo los cambios de caballo tal cual se había planificado únicamente que en vez de engancharlos a la silla de posta, estos eran montados a pelo por los fugitivos que a cada paso que los animales daban se sentían mas dichosos, no habiendo tenido más inconvenientes en el camino se encontraban en medio del último camino que debían de cabalgar. Ondas de felicidad les cruzaba uniéndoles en una sola línea, produciéndoles unas ganas inmensas de ya encontrarse perdidos en medio del océano navegando hacia ese futuro dichoso, lleno de sonrisas y amor. Por su parte, el señor de York les había adelantado el paso, llegando con una hora sobra para preparar su plan. Cubriéndose el rostro para no ser identificado camino en medio de las calles de aquel último pueblo del que