―Señor, procurador ―dijo el asistente del señor York al entrar en el despacho del primero―. Su esposa, lady Elizabeth de York, pide una audiencia con su señoría ―informo con acento grave. ―Hacedla pasar, ella no tiene por qué esperar afuera como un criminal cualquiera ―dijo sin la más mínima alteración de sus facciones. Podría decirse que aquella visita le causaba curiosidad por ser inesperada, sin embargo, la rudeza con la que normalmente se desenvolvía en su día a día, le había curtido de una fachada inexpresable que, a juzgar por las almas románticas debería al menos sufrir un leve cambio en su ánimo al enterarse de la presencia de su amada. Pero como ya hemos dicho, él no amaba realmente a Elizabeth y ahora con la sospecha de infidelidad que llevaba sobre sus hombros sin que esta se