El conde tomó la mano de lady Elizabeth y la guio hasta la el centro del salón, la delgada mano femenina temblaba sobre la de él, por los nervios que se arremolinaban en su interior, mientras recurría a todas sus fuerzas, suplicando que no le abandonasen en ese momento y la ayudaran a mantenerse de pie, porque sentía que en cualquier momento caería entre los brazos fuertes y varoniles del hombre a quien pertenecía su alma. El conde no estaba mejor, tener que resistir el deseo de tomar aquella mano y besarla lentamente mientras sus labios ascienden hasta encontrarse con los de ella, era una proeza que no se creía capaz de lograr y que a fuerza de recordarse que pronto no habría porque ocultar sus sentimientos, soporto lo que para él era la más cruel de las torturas. Y mientras estas dos