Capítulo 4

2205 Words
—Lamento que toda tu familia presenciara nuestro arrebato —llegué hasta donde estaba y le pasé mi bolsa. —No tienes de qué lamentarte, no sabías que iban a escucharnos.—Tomó la bolsa con mucho cuidado, pero no se movió, ambos nos quedamos paralizados, posiblemente dándole mente a todo lo que nos dijimos esa tarde. —Lo que sí lamento fue gritarte, nunca te había alzado la voz antes. —Me encogí de hombros intentando quitarle importancia. —¿Podemos no hablar de eso? —él asintió y me tendió su mano. La acepté y dejé que me llevara dentro de la casa. No soltó mi mano hasta que estuvimos sentados en el suelo, con nuestras espaldas apoyadas en el sofá. Dejó la bolsa con comida a un lado y gateó hasta llegar al tocadiscos del abuelo. —¿Qué quieres escuchar? —lo pensé. —Sorpréndeme —comencé a sacar todo lo que traje y lo organicé en la mesa de centro de la sala. Era la primera vez que estaba en aquella casa luego de que mis bisabuelos fallecieron. Me aterraba entrar allí y no verlos, no encontrarlos sentados susurrándose cosas o bailando por el salón, tocando mientras la abuela cantaba. Martín, mis hermanos y yo solíamos venir y cantar con ellos, yo bailaba y giraba sobre mis pies para que mi vestido se ondeará a mi alrededor. Sonreí por el recuerdo. El abuelito Gustavo murió primero, de un infarto, pasó tan rápido. La abuela Helen no lo soportó y varios meses después murió, siguen sin decirme la causa de su muerte. Martín se despertó un día y la encontró desmayada en la cocina, pero era tarde. Ellos fueron como unos segundos padres para él luego de que su madre muriera, dejándolo solo en el mundo. Martín volvió a mi lado cuando los primeros acordes de "How Soon Is Now" de The Smiths se escucharon. Cerré los ojos y los vi a ellos, a los abuelos cantando esa canción. Lo miré comer durante unos 15 minutos. Siempre me fascinaba la forma en que él comía, tan pausado, disfrutaba cada bocado que se llevaba a la boca. Si veíamos una película, comía tan despacio que no le quitaba los ojos a la pantalla y disminuía la comida en la cuchara. Le gustaba que le durará toda la película. Cuando había terminado, echó la cabeza atrás. —Gracias por alimentarme. — No pude apartar la vista de su perfil. Dioses, estaba bastante perdida y jodida. —Es mi trabajo de tiempo completo —se puso en pie y recogió todo para llevarlo a la cocina. La casa era pequeña, la sala y el comedor no estaban divididos, la cocina la separaba un desayunador y solo tenía dos habitaciones y un baño. Era de madera, mis abuelos nunca quisieron remodelarla, decían que allí era su hogar, que no necesitaban más de ahí, siempre y cuando se tuvieran el uno al otro. La abuela Lena le dejó la casa a Martín porque él vivía con ellos desde los 15 años y era quien los cuidaba. Ellos cuidaron de él. Cuando volvió de la cocina, estiró la mano y la acepté. Me dejé llevar a su habitación y nos acostamos en la cama. La ventana estaba abierta y podíamos ver el cielo desde allí, nuestro cielo estrellado. Nosotros nunca nos habíamos besado, él nunca intentó hacer algo así. Yo, desde los 13 años, estaba esperando ese momento, probar por fin sus labios, saber cómo se sentía. —Lobo —susurré, bajo sus largas pestañas para mirarme. Iba a decirlo, necesitaba decirlo. En cambio, dije—: Llevas el cabello muy largo. —Lo sé, ¿debería contármelo? —¿Qué? No —me apoyé en el codo—, no serías tú, ya no podría llamarte lobo. —Le hice pucheros. Él me tocó la boca con sus dedos calientes, la verdad es que se había ganado ese apodo porque siempre estaba caliente. Era como si su cuerpo estuviera bajo el sol todo el tiempo—. Tal vez un poco, dejártelo por los hombros. Lo llevas más largo que yo ahora. -- No me concentraba en nada más que en sus dedos sobre mis labios. —No me lo he cortado desde que te fuiste. —¿En serio? —asintió—. ¿Por qué? —No lo sé. —Deslizó sus dedos por mis mejillas, volví a fruncir los labios porque ya extraña su toque. — Deja de hacer pucheros. —Sonreí. —¿Alguna vez vas a besarme? —le solté, sin pensarlo mucho. —Siempre he querido hacer eso, pero he tenido miedo de que nuestra relación se dañara, de que las cosas se complicaran y yo no quería perderte. No podía perderte, Val. Cuando me confesaste que me amabas, me asusté, me asusté muchísimo de perderte. —¿Por qué ibas a perderme?— se me llenaron los ojos de lágrimas. —Porque todo el que me ha dicho que me ama termina muriendo —se me salió una lágrima que él atrapó de inmediato, el corazón se me estrujo muy feo en el pecho al escucharlo decir aquello. —No voy a morirme. — susurré, intentando contener mi llanto. —No digas eso, todos lo haremos en algún momento. No puedes prometerme que no te morirás, no lo hagas —asentí, sabía que él no iba a hacerlo, me armé de valor y lo besé. Solo un roce, un simple roce que me erizó todo el cuerpo. Fue como si cuerpo estuviera durmiendo por todos esos años y acabara de despertar de un largo invierno. Él me sujetó por la cintura, pegándome más a su cuerpo, con su otra mano me sujetó la cabeza mientras profundizaba el beso, y joder, había fantaseado tanto con esto, que valía toda la pena hacerlo. Me coloqué sobre él sin despegar nuestras bocas, maravillada por el momento, por esto, que lo soñé tanto tiempo. Lo sentí endurecerse debajo de mí y moví mis caderas. Gruñó entre mis labios, se apartó tomando grandes bocanadas de aire. —Val —susurró, se sentó en la cama, llevándome con él, apoyó la espalda en la pared—no quiero ir tan rápido, ¿sí? Podemos tomarnos nuestro tiempo para esto —asentí, aunque una parte de mí se desilusionó, porque lo sentí como un rechazo—. Hey, mírame —me levantó el mentón—, no, no vayas por ahí. No te estoy rechazando, solo quiero ir despacio, que no nos saltemos nada. Quiero que hagamos todas las cosas que se supone que deberíamos haber hecho. —Sí —me besó en la frente y luego me envolvió en un abrazo—. ¿Has tenido sexo con muchas chicas? —sentí cómo le vibró el pecho al reírse. —¿Qué pregunta es esa? —Por favor, dime. Necesito saberlo —suspiró, me apartó un poco de su pecho para poder mirarme a la cara. —No muchas —me puso las manos en las mejillas y me besó, pero me decepcioné cuando acortó el beso —Un número.— Volví a insistir. —¿Por qué quieres saber eso? —Porque necesito saber qué tanta experiencia has tenido —volvió a suspirar. —Solo con tres. No te voy a decir sus nombres —asentí, con eso me bastaba por ahora—. ¿Y tú? —lo miré a los ojos, esos ojos que parecían una tormenta. Tan oscuros. —Solo uno. —asintió, al tiempo que una sonrisa se le formaba entre los labios—. ¿De qué te ríes? —Me alegro de saber que no mucha gente se ha dado cuenta de lo increíble que eres. —Y me acordé de Sebas. Se me borro la sonrisa de inmediato. —Tengo que confesarte algo.—Puse mis manos sobre sus hombros. —¿Qué? ¿Sucede algo?— respire profundo antes de dejar salir las palabras. —Estoy saliendo con alguien —se quedó en silencio, me sujetó por la cintura y me quitó de encima de él. —¿Es serio? —se fue al otro lado de la cama, lejos de mí. Empecé a preocuparme por su lejanía. —No, bueno… llevamos un tiempo saliendo, no era nada serio, se lo deje claro desde el principio, pero él quiere que nos mudemos juntos cuando vuelva a España. —¿Y tú quieres eso?— Tenía una expresión en su rostro que me daba miedo, quise acercarme a él para que me vuelva a tocar. —No lo sé. No, mejor dicho no, no quiero eso, porque yo no lo quiero a él de esa forma… te quiero a ti, siempre has sido tú. —asintió—. Por favor, no te apartes de mí —se puso en pie y sacó un paquete de cigarros del pantalón y un encendedor, se subió a la ventana y se encendió el cigarro. Miré todos sus movimientos, cómo agarraba el cigarro con el pulgar y el índice, se aferraba a él como a un salvavidas. —No sé que decirte, Val— intente no llorar, odia ser una llorona, desde niña siempre lo había sido— ¿Lo quieres? A él. —Sí —dejó salir el humo con furia—, pero no es igual que contigo. —¿Cómo es eso? —No me hace sentir de la misma manera. —asintió, pero no dijo nada—. ¿Te has enamorado? Mientras no estuve. —volvió a llevarse el cigarro a los labios y esperé por su respuesta. —No, Val. No me he enamorado de nadie, porque he amado a la misma persona desde que tengo conciencia —pero no me miró cuando lo dijo. allí se quedó nuestra conversación, esa conversación que necesitamos tomar. Sus palabras permanecieron flotando en el aire y en mi cabeza. Se fumó dos cigarrillos seguidos, mientras miraba por la ventana. No dijimos mucho en ese tiempo, solo disfruté de tenerlo allí conmigo, como en los viejos tiempos, como me dedicaba a mirarlo cuando estaba entretenido en otra cosa. Cuando iba de un lado para otro ayudando al abuelo a hacer tareas en la casa o mientras la abuela le enseñaba cómo cocinar y yo, desde el desayunador, los veía. A él siempre le gustó estar aprendiendo a hacer todo tipo de tarea. Todo lo que se proponía aprender, lo lograba. Hizo que yo le enseñara a hablar inglés y en menos de un año sabía más que yo. Tenía el ceño fruncido mientras miraba la luna. Debía de ser más de medianoche cuando se tiró por la ventana. Gateé sobre la cama para ver lo que hacía, puse mis brazos sobre el alféizar y me alcé para mirar. En la oscuridad, estaba cargando en sus manos un pequeño gatito blanco con manchas negras. —¿Lo sostienes? —asentí y tomé el animal en mis manos, recordé a mi pequeño perro, que murió hace unos años de vejez. Me aparté para que él trepara por la ventana—. ¿Parece que está lastimado? —me quitó el animal y salió de la habitación. Lo seguí por la casa y me quedé junto a la puerta de la cocina. Él sacó una caja de leche de la nevera y le sirvió un poco en un tazón, para luego dejarlo en el piso. Se aseguró de que el animal bebiera la leche antes de que volviéramos a la habitación—. Voy a darme un baño, ya vuelvo —me dio un beso en la frente y me dejó. Quise ir detrás de él, meterme en la ducha y que hiciéramos todo tipo de cosas allí, pero no tenía tanto valor. Me recosté en la cama y lo esperé mientras revisaba mis notificaciones, las fotos que me habían enviado mis amigos de España. Rápidamente les envié un emoji con carita triste y dejé el celular a un lado cuando escuché sus pasos acercarse. No dijimos nada mientras se ponía ropa interior debajo de la toalla, como lo hacía cuando éramos adolescentes. Dejó la toalla húmeda en el perchero y vino a acostarse a mi lado, le hice espacio, descansé mi cabeza en su pecho y le acaricié el tatuaje de estrella. —¿Estás enojado?— pregunte tímidamente, él me beso en la frente, un beso prolongado, cerré los ojos y disfruté del momento. —No, solo no sé qué hacer con la información que me acabas de decir, no puedo culpar a nadie más que a mí por esto. —No tienes que culparte, nadie tiene la culpa. —Volvimos a quedarnos callados, mirando la luna y las estrellas a través de la ventana. —¿Sabes que esta es la cama de la abuela Lena? De cuando era niña. —rompí el silencio mucho tiempo después. —Lo sé. —¿Por qué no duermes en la habitación de los abuelos? —Me parece una falta de respeto invadir esa habitación— asentí— además… — tomó mi mano y me beso los nudillos– desde allá no se puede ver las estrellas. En eso no podía contradecirlo.
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