CAPÍTULO VEINTIUNO Mientras se acercaba el atardecer, Ceres se preparaba. Afiló su espada, se aseguró de que el puñal que Eoin le había dado todavía era fuerte, revisó los movimientos de la forma de luchar de los habitantes de la isla, estiró los músculos y esperó. Nadie la molestó. Todos parecían saber por instinto que tenían que dejarla tranquila para esto. Finalmente, llegó el anochecer. Allá abajo, Ceres veía a los hombres que venían del ejército del Imperio moviéndose al centro de la planicie. Por un instante, pensó que Lucio quizás estaba intentando un ataque sorpresa, pero aparecieron con palas y prisas, cavando una serie de hoyos que llenaron y a los que prendieron fuego, iluminando así una sección del campo aunque el sol se estuviera escondiendo. Estaban haciendo un círculo
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