Gabriela
Desperté con el sonido de una sirena, mi propio pulso acelerado resonando en mis oídos, mientras la ambulancia me llevaba a través de la ciudad a toda velocidad. La enfermedad había tomado el control, mi cuerpo cediendo bajo su peso implacable.
Otra vez, esto no era nada nuevo.
Pasaba otra vez.
A mi llegada, el personal del hospital actuó con rapidez, moviéndome en una camilla por los pasillos iluminados de neón hasta una habitación. No pasó mucho tiempo antes de que el doctor Miralles apareciera a mi lado. Su rostro, normalmente sereno y controlado, estaba tenso, las líneas de preocupación marcadas profundamente alrededor de sus ojos.
No era nada bueno, ya lo sabía.
⏤Solo me caí⏤dije antes de que dijera nada.
Su ceño se arrugó ligeramente antes de hablar.
¿Qué podría ser peor de lo que ya era?
⏤Gabriela⏤dijo, su voz era una mezcla de firmeza y compasión, odiaba su compasión, pero eso a él no le importaba, tan solo ser sincero conmigo y que supiera mi estado⏤. Tu estado ha empeorado más rápido de lo que anticipamos. Hemos observado signos de un deterioro significativo, y... necesitamos ingresarte de inmediato.
¡No! Todo menos eso.
Las palabras me golpearon con la fuerza de un mazo.
Ingreso.
Hospitalización.
Palabras que significaban que la lucha se había vuelto aún más real, más desesperada.
Todo avanzaba muy rápido, todo… todo se complicaba aún más.
Observé mientras el doctor señalaba los signos visibles de mi lucha: la ictericia que teñía mis ojos y piel de un tono amarillento, las marcas de moretones que aparecían con el más mínimo roce, evidencia de mi problemática coagulación.
⏤¿Cuánto tiempo tengo? ⏤La pregunta salió de mí antes de que pudiera detenerla, cada palabra cargada con el peso de la incertidumbre y el miedo.
Tenía miedo.
Tiempo.
¿Tenía tiempo?
¿Cuánto me quedaba?
Me daba miedo saber que mi tiempo era muy corto, que no me daría ni tiempo a lamentarme. Y las peguntas que seguirían luego de esa.
El doctor Miralles tomó una pausa, eligiendo sus palabras cuidadosamente.
Sé que no mentiría, pero siempre era muy cuidadoso con lo que decía.
⏤Es difícil decirlo con certeza, Gabriela.
⏤Solo dígame cuánto, así… así se si debo empezar a llorar ya o intentar verle el maldito lado bueno a esto, si es que lo tiene. ¿Cuánto tiempo me queda? ¿Qué tiempo puedo sobrevivir sin ese trasplante?
⏤No lo sé, Gabriela. Lo que sí sé es que cada momento es crítico. Pero necesitas estar aquí, donde podemos monitorearte de cerca.
Asentí, las lágrimas empañando mi visión. El hospital se convertiría en mi nuevo hogar, un limbo entre la vida que quería vivir y la realidad implacable de mi condición.
Otra vez aquí.
⏤Ya. Supongo que solo pasó a darme la bienvenida.
⏤Vamos a cuidarte⏤aseguró el doctor, su mano encontrando la mía en un gesto de apoyo⏤. No estás sola en esto. Y tú eres muy fuerte.
⏤Casualmente eso no me garantiza un trasplante.
Solo en mi habitación de hospital, rodeada de máquinas que pitaban y susurraban secretos sobre mi condición, me permití llorar. Lloré por los sueños pospuestos, por las noches de libertad robadas, por cada momento que la enfermedad me había arrebatado. El tiempo que parecía detenerse cuando estaba en estas cuatro paredes y lo solitario y tristes que eran los hospitales, alimentados de miedos, lágrimas y sueños que no llegaban a nada.
No tenía dinero y por eso moría.
El trasplante no era solo una necesidad; era mi única salvación. Sin él, me enfrentaba a un reloj que tic-taqueaba hacia un final inevitable.
¿Cómo podría reunir la suma astronómica que mi vida costaba? No podía, ni contaba ya con las fuerzas para intentarlo.
Desperté a la tenue luz del amanecer filtrándose por la ventana de la habitación del hospital, un recordatorio silencioso de otro día en esta batalla incierta. Mis ojos, pesados y cansados, encontraron de inmediato un destello de color en la monotonía blanca: una rosa roja, solitaria y elegante, descansaba en la mesa junto a mi cama. No había nota, ningún indicio de quién podría haberla dejado ahí, pero su presencia era un pequeño consuelo, un mensaje silencioso de esperanza o tal vez de despedida.
Era más seguro que fuera de una despedida.
No tuve mucho tiempo para reflexionar sobre el misterioso regalo, ya que la puerta se abrió y Jackie entró, su rostro marcado por la preocupación y las lágrimas recientes. Su presencia era un bálsamo para mi alma, pero también un recordatorio de todo lo que estaba en riesgo.
Seguro que la rosa era de parte de ella.
⏤Jackie⏤mascullé al verla ya llorando⏤. No debiste venir.
⏤Pequeña conejita, ¿cómo no iba a venir? No me llamaste, no contestaste. Esta mañana pasé por tu casa. Y no estabas, llamé al hospital y me confirmaron tu ingreso. ¿Por qué no me avistaste? Sabes que me duele bastante que quieras protegerme de esa manera. No me gusta, no me sienta bien. Me asusta mucho. Me quedaré aquí, contigo⏤anunció, con una determinación que me conmovió y asustó a partes iguales.
Le sonreí débilmente, apreciando su fidelidad, pero consciente del peso de mi situación.
⏤Jackie, no puedes. Esto no es cuestión de un día. No sé cuándo... o si saldré de aquí. ¿Para qué quedarte? Mi ingreso no tiene fecha de salida, solo perderías tu tiempo.
Pero Jackie, firme en su resolución, me sorprendió aún más con sus palabras.
⏤Venderé mi coche, mis cosas... No voy a dejarte morir, Gabi.
Las palabras me apretaron el pecho, un gesto tan noble y desesperado que me dejó sin habla. Tomé su mano, sintiendo la calidez y la vida que emanaba de ella, tan alejada de mi propia realidad.
⏤No, claro que no. ¿Es que no has visto la cifra? No dejaré que te quedes en la calle solo para que esto sea un intento fallido. Jackie, no puedes hacer eso. Aunque lo vendieras todo, podría no ser suficiente. Y yo... yo no puedo permitir que arruines tu vida por mí. Voy a morir⏤dije, con una franqueza brutal que dolía en el alma pronunciar⏤ ¿Por qué no empezamos a aceptarlo? Eso sería más sano, más… más saludable para las dos. No quiero que te quedes, no quiero que vendas nada y no deseo hacerte pasar por esto, Jackie.
⏤Si pudiera darte mi vida… te la daría, conejita. ¿Qué diablos importa que venda lo poco que tengo?
⏤Pero no quiero, no puedo dejarte sin nada, tan solo con un rostro bañado en lágrimas. ⏤Le pedí que se fuera, que me dejara enfrentar esto sola, intentando protegerla de la tormenta que se avecinaba. Estaba cansada, tan cansada, y no quería que ella viera lo que vendría después.
Pero Jackie, con una fuerza que no sabía que poseía, se negó a ceder. En lugar de irse, me abrazó, un abrazo que contenía todo el amor, el miedo y la determinación que nos unía.
⏤No te dejaré morir, Gabi. No sin luchar⏤susurró sin dejar de abrazarme.
Nos quedamos así un largo tiempo, hasta que comencé a contarle lo que me había pasado.
⏤¿Cómo alguien podría interesarse en una moribunda? ⏤le pregunté luego de mi relato⏤¿Puedes creerlo? Debió de ser una broma, un loco, un sicópata. Solo mírame, parezco algo extraño y sin forma.
⏤Eres la mujer más hermosa que jamás he conocido.
⏤Tú eres la mejor mentirosa que ha llegado a mi vida, Jackie. ¿Y quién pagaría tanto dinero por alguien que no conoce? En fin, incluso si fuera una propuesta seria, jamás aceptaría. Le daría mi vida, mi libertad, a un hombre mayor, estaría vendiéndome.
⏤Estarías con vida.
⏤Atada a algo así, un matrimonio con alguien que me triplica la edad, eso sería asqueroso, Jackie. No quiero pensar en eso, porque mi respuesta seguiría siendo que no.
Al pasar las horas, convencí a Jackie de que fuera a casa, que mejor viniera una o dos horas al día. Y ella aceptó.
No pasó mucho tiempo desde que ella se fue hasta que llegó una enfermera para cambiarme de habitación.
⏤¿Cómo estás, Gabriela?
⏤Aún viva, no puedo decir nada más.
⏤Veo que tus ánimos siguen sin subir. Pues te tengo una buena noticia, irás a la mejor habitación del hospital.
⏤¿Sí? ⏤Estaba sorprendida⏤. Asumo que realmente no me queda mucho tiempo de vida y el doctor quiere lucirse. No lo culpo, siente mucha pena por mí.
⏤No se trata del doctor, ha sido un pedido especial que han hecho al director.
¿Jackie habló con el director?
De todos modos, ahora mismo no tenía mucha importancia, solo pensaba en ver por primera vez la mejor habitación del hospital.
Recorrimos el pasillo hasta el ascensor, me llevaban en mi camilla con todos los aparatos caminando a mi lado.
Esta área no la había visto, pero parecía elegante, con clase y muy llamativa, como si no fuera un área del hospital, no se veía triste y olía diferente.
Estaba bien.
Mi habitación parecía una de hotel, incluso tenía vistas, una enorme televisión y espacio como para meter tres camas más, al fondo un sofá con diversos juegos en una pequeña área de la esquina. En la mesa junto a mi cama había una rosa roja, entonces será que ahora la dejaban en cada habitación.
⏤Es linda la rosa. ¿Desde cuándo las dejan en las habitaciones?
⏤Nunca se hace eso. Te la han traído hace unos segundos, justo antes de llegar, porque cuando yo vine antes ella no estaba.
⏤¿Puedo tomarla?
La enfermera me la dio.
⏤Es bonita, parece que alguien te la ha traído. ¿Tienes un admirador secreto?
¿Admirador secreto? ¡¿Era ese hombre?!
Por favor, no otra vez.
Arrojé la flor lejos de mí y cerré los ojos, no pensando en ese señor.
Esperaba no verlo en el hospital, porque sin importar cuál fuese su oferta, estaba dispuesta a rechazarlo.