Gabriela
El día y la noche habían sido demasiado largos, mientras me hacía a la idea de que mi estancia en el hospital ya había comenzado y que probablemente me quedaría aquí hasta el día de mi muerte.
No era muy alentador, pero nada en mi vida lo era.
La oscuridad de la medianoche se había asentado sobre el hospital, un silencio profundo interrumpido solo por los sonidos esporádicos de la maquinaria y los pasos lejanos de los trabajadores nocturnos. En ese tranquilo velo, desperté abruptamente, una sensación de urgencia palpable en el aire, aunque no entendía por qué.
¿Sucedía algo?
Antes de que pudiera orientarme, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.
Una enfermera, acompañada por dos técnicos, se acercó a mi cama con una eficiencia que bordeaba la premura.
Definitivamente sucedía algo.
⏤Gabriela, necesitamos trasladarte de inmediato⏤anunció, ajustando los equipos a mi alrededor sin detenerse.
⏤¿Qué? ¿De qué habla? ¿Trasladarme? ¿A dónde? ¿Qué está sucediendo? ⏤pregunté, la confusión y el miedo enredándose en mi garganta. Pero mi cuerpo no acompañaba mi agitación; estaba débil, desorientada, apenas capaz de mantener los ojos abiertos.
⏤Serás transferida a otro hospital⏤dijo, pero eso no me explicaba nada. Este era mi lugar, mi hospital⏤. Un helicóptero te espera en la azotea⏤explicó la enfermera, su voz era calmada pero distante, enfocada en la tarea que tenía entre manos.
⏤¿Dónde está mi doctor? Yo no he pedido ningún traslado, no sé de qué hablan. ¡¿Puede decirme qué sucede?! ¡No me iré de aquí sin ver a mi doctor.
Mis intentos por obtener más información, por ver al doctor Miralles antes de partir, fueron inútiles.
Mi mente luchaba por procesar la información, por entender por qué, de repente, se había tomado la decisión de moverme en medio de la noche.
La falta de respuestas concretas solo alimentaba mi ansiedad.
Mientras me trasladaban en la camilla por los pasillos silenciosos del hospital, la realidad de mi situación comenzó a asentarse. Estaba sola, siendo llevada a un destino desconocido, sin la menor idea de lo que me esperaba.
La fría brisa de la noche me golpeó al salir a la azotea, donde el ruido ensordecedor del helicóptero esperando cortaba a través de la niebla de mi confusión. Los técnicos trabajaron rápidamente para asegurarme dentro de la aeronave, sus caras concentradas y serias bajo la luz intermitente.
⏤No quiero⏤susurré, sujetando la mano de la enfermera.
Mientras el helicóptero despegaba, elevándose por encima de las luces parpadeantes de la ciudad, el miedo y la incertidumbre se entrelazaron en el núcleo de mi ser.
La angustia me oprimía el pecho, necesitaba llorar para al menos de ese modo sentir que hacía algo, pero no sucedía, las lágrimas no salían y el miedo se hacía más y más fuerte.
Sin respuestas, sin la presencia reconfortante de Jackie o el doctor Miralles, me sentí más vulnerable que nunca.
El viaje en helicóptero se sintió como una eternidad, cada minuto que pasaba aumentaba mi ansiedad, un torbellino de pensamientos y emociones que no podía apaciguar.
Nadie me dijo nada durante el viejo, ni una sola palabra, alguna explicación más clara sobre lo que sucedía.
Al aterrizar, la puerta del helicóptero se abrió a un nuevo escenario: un hospital que no reconocía, bañado en las primeras luces del amanecer.
¿Qué estaba pasando? Era todo lo que necesitaba saber.
La camilla fue rápidamente desplazada hacia el interior, donde un grupo notable de más de veinte doctores me esperaba. Su presencia, tan numerosa y evidentemente preparada, fue abrumadora.
¿Ya me estaba muriendo? ¿De eso se trataba? No pensé que fuese a pasar tan rápido, no pensé que sería de inmediato, solo tenía un día ingresada en el hospital. ¡Y ni eso! Solo horas.
Se formó un coro de voces tranquilizadoras, cada una asegurándome que estaba en las mejores manos para el trasplante.
⏤Yo no sé qué hago aquí⏤dije al doctor de cabello rubio que estaba más próximo a mí⏤¿De qué me habla?
Este me sonrió, como si me acabara de ganar la lotería.
⏤En poco tiempo será tu trasplante, no tienes de qué preocuparte, Gabriela. Te han puesto en las mejores manos.
⏤¿Trasplante? ⏤logré murmurar, confundida y aún aturdida por el torbellino de eventos. Hasta donde yo sabía, el trasplante era una opción fuera de mi alcance, un sueño imposible dado el coste prohibitivo del procedimiento.
Entonces… yo estaba señando, y era un sueño maravilloso, pero no más que eso, un sueño
⏤Sí, Gabriela. Estás aquí para recibir tu trasplante de hígado⏤explicó uno de los doctores con una sonrisa amable⏤. Todo ha sido organizado para que recibas el tratamiento que necesitas.
⏤Estoy soñando, eso es, no era otra cosa.
⏤No, no es así⏤apretó mi mano para que viera la realidad de todo esto.
Pero, ¿cómo? La pregunta danzaba en mi mente, una y otra vez. La última vez que lo había discutido con el doctor Miralles, el trasplante era una posibilidad lejana, frenada por la realidad de mi situación financiera.
Antes de que pudiera formular todas las preguntas que me asaltaban, fui llevada a través de un laberinto de pasillos hacia lo que sería mi habitación. A pesar de mi estado de debilidad y confusión, no pude evitar notar la eficiencia y el cuidado con los que me manejaban.
Era evidente que estaba en un lugar donde se tomaban muy en serio mi condición y mi recuperación.
Cuando llego a la habitación, esta no solo era más grande que cualquier otra que yo hubiese visto jamás, sino que tenía más cosas, no podría tratarse de un hospital común y orriente.
¿Será que el doctor me puso en una especie de lista de esas que donan los multimillonarios para que personas como yo podamos acceder a tratamientos de este tipo?
Ya no sabía qué más pensar.
Miré todo a mi alrededor y di con aquello.
Mi cuerpo se estremeció al ver la rosa roja sobre esa fina mesa junto a la pared. Levanté mi mano para señalarla y la enfermera vino de inmediato aquí.
⏤¿Quién…dejó esa rosa? ⏤Ella la iba a traer y yo me alarmé⏤¡No me la acerque! No se atreva a acercarme eso.
⏤Descuida, solo es una flor. En tu expediente no viene alergias a nada. ¿Sucede algo que no sepamos? ¿Quieres que la tire?
⏤Quiero que me digan qué demonios hago aquí. Necesito mis pertenencias, quiero hacer una llamada.
⏤La orden dada es que descanses y es de madrugada ahora mismo. Mañana será un día muy ajetreado para ti y tienes que estar bien.
La puerta de mi habitación se abrió y la luz del pasillo dejó ver el rostro de aquel hombre.
Traía una flor en la mano. Una rosa roja.
Era él.