La traición de esa noche, sin embargo, había sobrepasado cualquier límite. Marcia la había enviado deliberadamente al hotel, sabiendo que algo oscuro la aguardaba. Rubí sintió un escalofrío al recordar al hombre que la había tomado a la fuerza. Era imposible no pensar que Marcia había planificado cada detalle de ese encuentro, cada paso. Quizá, esta vez, la crueldad de Marcia había sido tan clara que nadie podía ignorarla.
Con el cabello aún húmedo y la rabia palpitando en su interior, Rubí tomó su bolso y salió de su departamento. Subió a su auto, y mientras se dirigía a la casa de los Gibson, su mente repetía una y otra vez la misma pregunta: ¿Quién era ese hombre? Quería la verdad, y estaba decidida a obtenerla, aunque eso significara poner a Marcia en evidencia frente a sus padres.
Al llegar, respiró profundamente antes de abrir la puerta y entrar en la casa familiar, donde las luces del comedor brillaban cálidamente, en un contraste doloroso con la frialdad que sentía en su interior. La voz de su madre sonaba desde la cocina, hablando con entusiasmo sobre los planes de expansión del negocio y lo orgullosa que estaba de tener a ambas hijas en la empresa.
Rubí se adentró en el comedor y allí, en la mesa, estaban Marcia y sus padres, charlando y riendo como si nada. Marcia, con su expresión angelical, la miró al verla entrar y le dedicó una sonrisa cínica.
—Rubí —dijo su madre con una sonrisa radiante—. ¿Cómo has estado? Justo estábamos hablando de lo mucho que has trabajado últimamente. ¡Marcia nos ha dicho cuánto te esfuerzas!
Marcia asintió, mirándola con una inocencia fingida que casi hizo que Rubí se echara a reír. ¿Esfuerzo? Su hermana jamás había dicho una palabra buena sobre ella, pero se estaba asegurando de interpretar a la hermana cariñosa frente a sus padres.
Rubí se aclaró la garganta y miró fijamente a Marcia.
—Necesito hablar contigo, Marcia —dijo con voz firme, y notó cómo su hermana fruncía ligeramente el ceño—. Quiero saber por qué me enviaste a ese hotel anoche. Y más importante aún, quiero saber quién era el hombre que me obligó a pasar la noche con él.
La sonrisa de Marcia desapareció. Rubí no se molestó en mirar la reacción de sus padres; sus ojos estaban clavados en Marcia, quien mantenía la compostura, pero una chispa de irritación brillaba en sus ojos. Esa chispa era suficiente para que Rubí supiera que estaba en lo correcto.
—Rubí, no sé de qué estás hablando —respondió Marcia con voz temblorosa, una actuación tan bien ejecutada que Rubí casi hubiera creído en su inocencia si no hubiera pasado por la experiencia de la noche anterior—. ¿Qué quieres insinuar? Yo solo te pedí un favor. Tenía trabajo y pensé que podrías ayudarme.
Rubí apretó los puños, respirando profundo para no perder el control.
—No es casualidad que me enviaras a ese lugar, Marcia. Sabías perfectamente lo que iba a pasar. ¿Hasta cuándo vas a seguir manipulando a nuestros padres y destruyendo mi vida?
La señora Gibson abrió la boca, horrorizada.
—¡Rubí! ¿Por qué hablas así de tu hermana? ¡Marcia solo ha tratado de acercarse a ti! Ha pasado por tanto… ¡Deberías entenderla y apoyarla! —La voz de su madre se quebró de indignación, y Rubí sintió que una furia ciega se apoderaba de ella.
Pero esta vez, Rubí no se dejó amedrentar. Sin quitar la vista de Marcia, avanzó un paso hacia ella.
—No es mi culpa que le hayan robado la vida. No es mi culpa que ustedes hayan decidido recuperarla sin considerar el daño que me estaba haciendo. Todo lo que ha hecho desde que regresó es destruir lo poco que tenía. No puedo seguir así.
Marcia le sostuvo la mirada, sus ojos ya no mostraban ninguna debilidad, solo una fría y calculadora frialdad que sus padres se negaban a ver.
—Tú no tienes ni idea de lo que he pasado —murmuró Marcia en un tono casi inaudible, pero lo suficientemente amenazante para que solo Rubí pudiera entender la advertencia oculta en sus palabras—. Tú no eres nadie para decirme cómo debo vivir.
Rubí sintió que todo el miedo, la tristeza y el dolor que había cargado durante meses desaparecían, reemplazados por una determinación inquebrantable. Si Marcia quería destruirla, tendría que enfrentarse con alguien que ya no estaba dispuesta a ceder.
Rubí sintió el ardor de la bofetada en su mejilla, pero el dolor físico no era nada comparado con el vacío en su pecho.
—No vuelvas a hablarle a sí a tu hermana. Lo único que ha hecho es ver por esta familia.
La frialdad de su padre y la satisfacción en los ojos de Marcia eran golpes mucho más profundos que cualquier bofetada. Entendió en ese momento que su familia nunca sería su refugio, que el amor y el respeto que había esperado siempre serían negados en favor de una hermana que la odiaba.
Miró a Efraín, a Eva, y finalmente a Marcia, cuya sonrisa oculta asomaba en las comisuras de sus labios.
—No me importa perder cualquier derecho en esta familia —declaró Rubí, su voz firme a pesar de las lágrimas que amenazaban con salir—. No me interesa estar en una empresa que pertenece a una familia que solo me ha lastimado.
Efraín endureció el rostro, sorprendido por su desafío, pero Rubí ya no sentía temor. Era como si el dolor de años se hubiese transformado en una resolución inquebrantable.
—¿Piensas irte sin nada? —dijo él, con una frialdad que hizo que su madre y Marcia lo miraran en silencio—. ¿Te atreverías a renunciar a todo? No olvides que, sin el apellido Gibson, no serás nada.
Rubí soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.
—Siempre me han recordado que no soy nada, que soy una intrusa en esta familia. Así que no tengo nada que perder, papá. Ya no.
Marcia tosió ligeramente, aprovechando el momento de vulnerabilidad para acercarse y colocar una mano en el brazo de su padre.
—Papá, tal vez deberíamos dejarla ir. A veces, uno necesita espacio para encontrar su camino… —La voz de Marcia sonaba dulce, casi compasiva, pero Rubí sabía que detrás de esas palabras se ocultaba el veneno.
Rubí la miró directamente a los ojos, leyendo la satisfacción que Marcia intentaba esconder.
—¿Sabes qué, Marcia? Puedes quedarte con todo —dijo, irónica—. Con papá, con mamá, con la empresa, incluso con el hombre que ellos tanto desean como mi esposo. Te lo regalo todo. Pero no pienses que esto es una derrota. Yo me libero de ustedes.
Se volvió hacia la puerta, decidida a no mirar atrás. Cada paso que daba la alejaba más de la pesadilla en la que había vivido. No iba a rogar ni a suplicar por el afecto de personas que no eran capaces de verlo ni valorarlo. Ya había soportado demasiado.
Cuando estaba a punto de abrir la puerta, escuchó la voz de su madre, temblorosa y débil.
—Rubí… ¿Realmente piensas abandonarnos así?
Rubí se detuvo un segundo, pero no giró el rostro.
—¿Abandonarlos? —repitió, incrédula—. ¿Cómo pueden pensar que estoy abandonando algo que nunca tuve? Solo estoy dejando de pelear por una familia que ya me abandonó hace mucho.
Y sin más palabras, cruzó el umbral de la puerta, cerrándola suavemente detrás de ella. Al salir, el aire frío de la noche le golpeó el rostro, pero la sensación fue extrañamente reconfortante. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre, aunque con el corazón destrozado.