Los besos y caricias de aquel hombre al que no conocía la dejaron en shock, sin embargo, no podía moverse con naturalidad, su visión nublada ni siquiera le permitían ver el rostro de la persona que estaba con ella.
Trató de decir alguna palabra para que se detuviera, pero gemidos fue el único sonido que salió de su boca. El entorno oscuro a su alrededor la hundía a un más en esa situación de la que no tenia control.
Hizo lo mejor que pudo para reprimir su miedo y el pánico que poco a poco se estaba apoderando de su ser.
Rubí solo alcanzó a notar aquellos ojos fríos, despiadados que la observaban como si fuera una presa, lo que la hacía sentirse irremediablemente inquieta.
Sintió como los labios de aquel hombre se juntaron con los suyos con una fuerza que la dejó sin aliento. El aura fría del desconocido le hicieron saber que no tenía escapatoria ante aquel destino.
¿Cómo es que había llegado hasta ahí? Se preguntó y la imagen del rostro de su hermana fue lo único que le vino a la mente cuando su conciencia se nubló.
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Cuando Rubí despertó, ya era de madrugada. Se sentó en la cama, en aquella habitación oscura, solo iluminada por la luz de la luna, dejándola ver al hombre plácidamente dormido, boca abajo, junto a ella.
No lo pensó dos veces cuando se puso de pie con rapidez, buscando su ropa que se encontraba en el suelo, vestirse y huir del lugar sin pedir o dar alguna explicación.
Rubí cerró la puerta detrás de ella, y el sonido resonó en el silencio de la casa. Se quedó inmóvil, su respiración entrecortada mientras sus manos temblaban. Sentía la piel helada, como si el horror de la noche anterior aún la cubriera como un manto. Había salido en busca de Marcia, su hermana, pero lo que encontró la había roto en mil pedazos.
Las imágenes del desconocido volvieron a su mente, y Rubí apretó los ojos con fuerza, tratando de apartarlas. No había encontrado a su hermana. Lo único que había encontrado era a un hombre extraño, cuyo toque invasivo y cruel la había despojado de su paz. Al final, había logrado huir, pero el daño ya estaba hecho.
Caminó con lentitud hacia su habitación y se dejó caer en la cama. Se encogió en posición fetal, abrazándose a sí misma mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas. No podía detenerlas; el dolor, la humillación, la desesperación eran más fuertes que ella en ese momento.
Sabía que Marcia nunca la había querido, ni siquiera cuando era niña. Desde que Rubí había regresado a la familia, su hermana se había encargado de hacerle la vida imposible, de recordarle constantemente que ella era solo una intrusa, una molestia, la "hermana adoptada." Sus padres, ciegos y complacientes, siempre favorecían a Marcia, su hija biológica. Nunca parecían ver el daño que ella le hacía, ni las palabras venenosas que arrojaba cuando nadie más escuchaba.
En algún lugar profundo, oscuro y oculto, algo dentro de Rubí comenzó a cambiar. Sentía una presión en el pecho, un peso que jamás había percibido antes, como si una sombra se alzara desde su interior. La injusticia de su situación, la crueldad de su hermana, el abandono emocional de sus padres… todo eso acumulado se transformaba en una rabia latente.
Abrió los ojos y se sorprendió al verse reflejada en el espejo del otro lado de la habitación. Sus ojos… Había algo nuevo en ellos, una oscuridad que nunca antes había visto. Por un segundo, apenas un parpadeo, sintió el poder en su interior, un poder que jamás había sabido que existía.
Ya no quería ser la víctima. Estaba cansada de sentirse débil, de ser la que siempre terminaba sola, de ser la que sufría mientras Marcia triunfaba a costa de su dolor.
Rubí se incorporó lentamente, secándose las lágrimas. Esa noche había marcado el final de algo. Su inocencia, su bondad… Algo había muerto dentro de ella, y en su lugar, algo nuevo y fuerte comenzaba a crecer.
Hace veintisiete años, Marcia había sido cambiada por otra niña la cual murió horas después. Le dijeron a la familia Gibson que su hija primogénita había muerto, pero esto no era real.
Marcia se había criado con una familia de bajos recursos, los cuales no estaban esperando ser padres con tan poca edad. Tratando con crueldad a su única hija, la cual, aparte de tener carencia de amor, fue criada con solo el sentimiento de avaricia, creciendo en un ambiente de hostilidad y desprecio.
Por cosas del destino, hace un año sus padres encontraron a Marcia. Ella supo adoptar una apariencia lamentable y de debilidad frente a todos, que poco a poco marcó el comienzo de la imperiosa tragedia de Rubí.
La prestigiosa cadena de negocios de la familia Gibson era administrada conjuntamente por ambas hermanas, sus padres no querían hacer diferencia, pero en la realidad no era un secreto para nadie que los señores Gibson tuvieran afinidad por su hija mayor.
Para ellos, Marcia había vagado por el mundo, llena de dificultades y carencias. ¿Cómo podía culparlos por quererle dar todo a manos llenas a su hija perdida? Aunque en el fondo de su corazón, Marcia solo estaba buscando deshacerse de su hermana, celosa por lo que ella sí había tenido desde el principio.
Rubí estaba cansada de su familia de dos caras y fue así como decidió mudarse mientras trabajaba repartiendo comida a domicilio. Esa noche, Marcia le dijo que le llevara urgentemente un pedido de comida a ese hotel, donde se supone ella se encontraba.
No quería hacer suposiciones respecto a su hermana, pero tampoco creía que todo esto fuera una coincidencia. Rubí quería enfrentarla y que le diera una explicación de todo lo que había ocurrido.
Quería que sus padres por fin pudieran ver como era Marcia en verdad y que se deshiciera de la mascara de inocencia que llevaba en el rostro. Definitivamente tenía que pagar por lo que le había hecho. Siempre se salia con la suya, pero esta vez, estaba decidida a enfrentarla.
Con pasos rápidos, Rubí se dispuso a darse una ducha y cambiarse de ropa antes de subir a su auto y conducir hasta la casa de los Gibson. Quería que Marcia se atreviera a mentirle en la cara, ya que no creía que fuera capaz de hacerlo. Pero lo que realmente le importaba, era saber quien era el hombre con quien la obligó a pasar la noche.
Rubí se levantó de la cama, sacudiéndose el cansancio y la tristeza. Sabía que no podía seguir escapando, viviendo al margen y esperando que, un día, Marcia fuera desenmascarada. La imagen de sus padres, con su amor ciego y desmesurado hacia la “hija perdida,” le dolía hasta en los huesos. La decisión de ir a verlos era inevitable; su dolor, sus sospechas y el rencor acumulado durante el último año la impulsaban.
Mientras el agua de la ducha corría por su cuerpo, Rubí repasaba los últimos meses. Recordaba claramente la primera vez que vio a Marcia, la noche en que su mundo comenzó a desmoronarse. Marcia había llegado como un espejismo de tristeza y abandono, y los señores Gibson, en un arrebato de culpa y redención, le habían abierto los brazos sin cuestionarla. Rubí había querido alegrarse por ellos, pensar que el regreso de Marcia era una bendición; pero había algo en los ojos de su hermana que le hacía estremecerse, una oscuridad disfrazada que sus padres nunca parecieron notar.
Desde entonces, Marcia se había ganado el favor de todos con una habilidad impresionante. Con cada gesto de debilidad, cada lágrima que fingía, lograba torcer la realidad a su favor, mientras manipulaba a sus padres para que la vieran como la hija sufrida y desgraciada. Rubí, en cambio, se había convertido en una sombra; todo lo que hacía era minimizado, sus logros eran eclipsados, y cada intento de hacer entender la verdad caía en oídos sordos.