Cuando mi esposo me dijo que su sobrina Sandra, de 21 años, vendría a pasar una temporada con nosotros, me puse muy contenta, ya que me encontraba bastante sola en la casa a la que recientemente nos habíamos mudado, pues todavía no había hecho amistades en el nuevo barrio. A Sandra hacía 7 años aproximadamente que no la veía, o sea desde que tenía catorce, por lo tanto no estaba preparada para el cambio tremendo que se había efectuado en ella. De una niña con físico desgarbado y vestida como varón, a una extraordinaria mujer, de aspecto más que sexy y que sin duda debía despertar los instintos sexuales de cualquier hombre. Cuando llegó a casa traía puesto una minifalda tableada que apenas le cubría las nalgas y una blusa en la que se notaban sus senos libres bajo la misma, mientras la ay