Morse había llegado como el milagro que esperaba Nanly para impedir lo que estaba por suceder, él solo quería despedirse de la mujer que amó por años atrás, no imaginaba que al pisar el cementerio sería testigo de una posible catástrofe, no eran dioses los que iniciarían una batalla de la cual no sabía por qué había nacido, pero si sabía que eran dos seres poderosos y que uno era más fuerte, ya que lo respaldaban criaturas escalofriantes de otro mundo.
—¿Morse? —reaccionó Zaya sorprendida haciendo volver la tarde
—¿Qué es lo que está sucediendo aquí? —preguntó
—Oh, Morse, ¿Cómo has estado? ¿Cómo está el orfanato? —le dijo emocionada Nanly al verlo, dándole un abrazo
—Las cosas han estado…
—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Ildico enfadado
—Tiene derecho a estar presente, tú y yo tenemos que hablar seriamente ¿Me escuchaste Ildico? —le dijo Zaya
—Ese mequetrefe no tiene nada que hacer aquí, es la tumba de mi esposa, yo decidido quien…
—Tú aquí no decides nada, así que mejor cierra la boca. Por favor, Morse, ven y acércate, mira a Tahara, igual que tú he venido a verla y a despedirla
Acercándose nervioso sin aún creer en su muerte, Morse, sentía como sus piernas temblaban del miedo que sentía al poder verla, por última vez vería su rostro, el cual le acariciaba cada noche al salir la luna, cada tarde al salir el sol, cada día de lluvia al salir el arcoíris y cada vez que salían tomados de la mano hacía el bosque, para jugar con los animales tanto, que parecían haberse extinguido.
—Tahara —dijo al llorar
—Ni te ocurra tocarla
—¡Basta Ildico! —le gritó Zaya enojada—, ven tengo que hablar contigo
Tolér junto con Nanly se acercan para acompañar a Morse en sus lágrimas, sobre el cajón colocó sus brazos, sus manos y sus codos. Entendían los dos que el que sufría era persona amable que quería infinitamente a la Reina, notaron que tenía hasta ganas de sacarla de allí, pues decía que si él tuviera el poder de resucitar a los muertos lo haría, decía que por ella daba su vida, alma y corazón. Mientras, Zaya e Ildico se encontraban un poco alejados al igual que los que habían dejado de cavar el hoyo para enterrar a Tahara, ambos estaban furiosos por su reencuentro, ella por haber visto como estaban las tierras del cultivo y él por su presencia que le daba nervios y susto con pensar que haría algo en su contra, para despojarlo de su cargo como gobernador de todo Kailto, que tenía al igual que Nafar una forma de monarquía absoluta.
—¿A qué has venido Zaya?
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué?
—Si te hubiese dicho que había fallecido te darías cuenta de como está todo el reino, una plaga, una plaga Zaya, está acabando con todo
—¿Y quién la originó? ¿Quién te ha enviado esa plaga?
—Tahara
—¿Qué? ¿Cómo puede ser? Está muerta
—Una maldición
—¿Antes de morir?
—Sí
—Dime que pasó ¿Una discusión?
—Creo que ya sabes que estaba embarazada, yo no quería ese bebé
—¿Por qué no quieres a Miguel?
—¿Miguel? ¡Maldita sea! ¡Su nombre es Jack! ¡Tahara le dio ese nombre, pues yo le doy también un nombre! —gritó enojado
—Esa fue su última palabra y me haré cargo de él
—¿Qué? No, claro que no, es mi hijo ¿Entiendes?
—¿Ahora sí es tu hijo?
—Si te lo llevas, destruyes a Kailto
—No te entiendo
—Tahara me amenazó de destruir todo el reino el cual sería mío, ya que sabía que estaba gravemente enferma. Si no me haría cargo del bebé vendría un ejército
—¿Ejercito?
—Sí, los amos de la oscuridad, pantanos…
—Sí, sí los conozco… pero, ¿Por qué me mentiste? No me dijiste que estaba enferma, la última vez que vine estaba en perfecto estado y gozaba de salud, dime algo, ¿Realmente la amabas?
—Si te decía que estaba enferma te hubieses llevado a Jack, ¿Qué clase de pregunta es esa? Era mi esposa, me casé con ella, me dio tres hijos
—¿La amabas?
—Sí —contestó como si estuviera dudando de su palabra. Pues era obvio que nunca la amó, y que solo estuvo con ella después de haber heredado el trono, se había convertido en el esposo de la futura Reina de Kailto cuando Montecristo estaba por morir, agradecía en su mente por aquél juego absurdo que había hecho el Rey, ya que de él logró ser el gobernador de las tierras que después de años se marchitaba.
—Aún no puedo creer lo que me dices, sí sé que ella tenía relación con esos seres, pero jamás imaginé que les pediría destruir todo lo que logró su padre solo porque no quieres al pequeño, ¿Dónde está él? Quiero conocerlo
—Está con Fátima, no, espera, ¿Dónde está Fátima?
Al parecer no estaba por ninguna parte de Killer, Ildico la creía en el castillo cuidando al tercer príncipe, pero recordó que ella junto a él y sus hijos estaban presentes mientras los siervos cavaban la tumba de Tahara, a la cual seguía llorando Morse hasta el punto de quedar sin lágrimas. Fátima no se encontraba por ninguna parte del cementerio, aprovechó que el hombre que la lastimaba por las noches estaba mirando el cuerpo de la Reina, y así se fue alejando poco a poco para irse al castillo y llevarse a Jack lejos de Kailto, donde su padre no tuviera dominio sobre su vida y nunca lo maltratara, pues ya imaginaba que eso le esperaba en un futuro.
Estando en el castillo, caminó hasta el cuarto donde se encontraba el bebé, este dormía tiernamente con su dedito pulgar en su boca, sus labios eran tan rojos como la sangre, el cabello rizado de color amarillo y sus ojos azules como el cielo. Fátima sentía que debía cuidarlo, tal vez por aquella promesa que le había hecho su Reina lo había enlazado en él, pues tendría un gran papel en una historia en la que las verdaderas verdades saldrían a la luz, y su nombre sería tan importante y temido por muchos, que le servirían hasta el fin de los mundos.
—Miguel, este mundo está lleno de peligro, reyes y reinas hechiceros, magia negra y magia blanca, no puedes crecer aquí —le dijo
Lo tomó en su regazo, a cabo de unos minutos se levantó, salió del castillo y caminó rápidamente por el bosque, para llegar al Reino donde se encontraba su hermana mayor llamada “Candela”, el cual había sido gobernado por una Reina muy poderosa de magia negra que tenía por nombre “Carlaykil Vil”, su pueblo no sabía que le había sucedido ni a ella ni a su hija, quien desapareció de la nada del castillo, solo sabían que se había enfrentado a otra hechicera que gobernaba un reino y que ambas se tiraron una maldición, de la cual una quedó viva pero perdió a su hija y la otra desapareció hasta creerla muerta, y luego también desapareció su semilla.
Mientras caminaba por el cultivo repleto de gusanos, su vestido se llenaba de la plaga, sentía que perdía la energía que pensó tener para llegar cuanto antes al Reino que regía el pueblo, no se percataba del veneno que adornaban los trapos que la vestían, el pequeño príncipe comenzó a llorar, sus lágrimas caían sobre la cosecha y se multiplicaba el trigo, Fátima se asustó tanto que miró por todas partes para ver si alguien estaba curando lo que la rodeaba, no sabía que el bebé que tenía entre sus brazos era el remedio para la cura de todo el mal.
Sin prestar atención continuó caminando, los gusanos pegados a su viejo vestido habían desaparecido, comenzó a cantarle al pequeño para que dejara de llorar, ya saliendo de toda la cosecha y pisar el suelo húmedo con el sepelio muerto, miró a lo lejos observando detalladamente el castillo que aún se veía lejos, al dar un paso escuchó un relinche y cuando volteó se asustó.
—¿Clerk? —dijo sorprendida
Aún en el cementerio continuaba el llanto, los siervos ya estaban bajando el cajón, la tarde tomó un color amarillento, y allí fue el último adiós a la Reina Tahara. Zaya miraba mientras le arrojaban tierra, cerró sus ojos y recordaba cuando jóvenes eran más unidas que nunca. Su mente voló al pasado en aquél momento cuando perdida caminaba por los oscuros pantanos, el agua verde y apestosa se movía como si tuviese vida, mientras caminaba por ella sentía que sus pies tocaban la baba de algo en el fango, aún no controlaba el poder heredado de su madre la Reina, el miedo la invadió en ese momento, y más cuando una criatura con aletas salió de las aguas detrás de ella.
—¡Ayuda! —gritó. El Yaco Runa, una extraña criatura de género varón, con forma de sirena por tener aletas y escamas como el pez, era el dueño de todos los pantanos en el bosque donde se había extraviado.
Miedosa intentaba correr, pero al parecer el fenómeno controlaba el agua, cuando se le lanzó para atacarla llegó en ese entonces Tahara, quitándole la vida con una vara de puya que le apuñaló en el corazón, en ese instante llegó Nanly en su forma de paloma, era quien había volado pidiendo ayuda y así encontró a Tahara caminando por el mismo bosque.
—¿Te encuentras bien?
—Hola, gracias por ayudarme
—No es nada, dale las gracias a tu mascota que me dijo lo que pasaba
—No es mi mascota, es mi amiga —dijo riéndose y en ese momento Nanly se transformó en humana
—Oh, disculpen, no sabía que tenía esa peculiaridad, mi nombre es Tahara, princesa de Kailto
—¿Kailto? Eres la hija del Rey Montecristo —dijo emocionada—, nosotras nos dirijamos hacía allá, pero ya ves que nos perdimos. Encantada, mi nombre es Zaya, princesa del reino Nafar
—¿Eres hija de la Reina Tanay?
—Sí —respondió triste
—Siento mucho lo que le pasó a tu madre, mi padre está gravemente enfermo y he venido al bosque porque mi esposo me ha dicho que aquí hay una planta que le puede ayudar a mejorar
—En este bosque no hay plantas
—¿Qué?
—Es cierto, solo hay árboles y hierva —respondió Nanly
—No puede ser, Ildico me dijo que aquí encontraría esa planta
—¿Y si yo soy la planta? —dijo carcajeando
—Ja, ja, ja, ven vayamos juntas, así les enseño el camino a la próxima que venga, por cierto, ¿Qué vienen a hacer?
—A un joven llamado Morse, ¿Lo conoces?
—Sí, era mi mejor amigo —respondió triste
—¿Era? ¿le pasó algo?
—No, se enojó porque no le conté que me iba a casar, lo supo el día de la ceremonia, desde entonces no nos hablamos
—¿Estaba enamorado de ti?
—¿Cómo? No, no, claro que no, él es como el hermano que nunca tuve
—Entonces, ¿Por qué se enojó?
—Siempre nos contábamos nuestros secretos, esta vez no lo hice
—¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
—Ahora ha decidido ser monje
—Sí, eso me informaron, por eso vengo, pero se me hace curioso una cosa
—¿Qué?
—Te casaste muy joven
—Sí, ese hombre como que me hechizó, lo amo y estoy segura que él será mi amor eterno
Así continuaron las tres caminando mientras charlaban un poco de sus vidas, así nació la amistad que consideraban más grande del mundo, así nació la relación que cultivaron por años hasta Tahara ser madre y “enfermar,” dos amigas inseparables que parecía más que eso, parecían hermanas. Aunque era una casualidad que Ildico le mintiera para estar a solas con el Rey Montecristo y hablar sobre quien la gobernaría cuando muriera, la sonrisa de Tahara al llegar al castillo se le borró de aquella noticia tan grave, que tuvieron que pasar meses para nuevamente volver a sonreír.
—El Rey ha muerto —fueron las palabras de Ildico al verla entrar acompañada
Tahara se tiró al suelo, gritaba el nombre de a quien había perdido, no sabía cómo reaccionar, pues lo imposible se había hecho posible en su mente, aceptó que había muerto a pesar de que salió del castillo dejando a su padre en buenas condiciones sobre su alcoba, reposando después del haber probado bocado hecho por sus propias manos mientras lo consentía como él lo hacía con ella cuando tan solo tenía cinco años.
Zaya sintió su dolor, pues había perdido a su madre y sabía el dolor que se sentía en cada parte de su cuerpo y sobre todo en el corazón, que comenzaba a palpitar rápidamente mientras se lloraba, pero después ese motor palpitaba lentamente porque que quedabas sin fuerzas, sin aire y sin aliento.
—Creo que es mejor que dejemos a mi esposa sola, así que salgan, por favor —les dijo a Zaya y a Nanly
—Sentimos mucho lo que ha sucedido Ildico
—¿Cómo saben mi nombre? ¿Y quién son ustedes?
—Ah, sí, yo soy la princesa Zaya y ella es mi amiga Nanly, bueno, Tahara lo mencionó
—¿Eres una princesa? ¿Ah, sí? ¿En qué?
—Habló que estuvo en el bosque de los pantanos porque usted le dijo que allí encontraría una planta para curar a su padre. Sí, soy la princesa del reino Nafar
—¿Curar? ¿No están viendo que ha muerto? Yo no le dije a mi esposa eso. —¿Nafar? No he escuchado de ese reino —dijo en su mente observándola cuidadosamente
—Pero dijo que…
—Ya dije que no —le dijo con tono grosero—, ella me dijo que saldría a pasear, más bien dime ¿Qué haces tú y tu amiguita aquí? ¿Qué hacían con Tahara? Porque vi que venían juntas
—Me salvó de una bestia…
—Yacu Runa
—¿Yacu Runa?
—No, no es nada, ¿qué me decías?
—Que era una criatura que nunca he visto, me salvó, intentó atacarme y bueno, solo vengo buscando a Morse ¿Sabe dónde lo puedo encontrar?
—¿Y qué pasó con el? —preguntó preocupado
—Tahara lo asesinó
—¡¿Qué?! —exclamó enojado
—¿Qué sucede? ¿Conoce usted a esa cosa?
—Claro que no, solo que me preocupa que le pase algo a mi amada esposa, dices que vienes a buscar al idiota de Morse ¿Cierto?
—Sí, así es, pero, ¿Por qué lo llama así? ¿Ha tenido problemas con él?
—Porqué lo es, está celoso porque Tahara me prefirió a mi y no a él
—Él no gusta de ella
—Mira jovencita, tú eres nueva en estas tierras, aquí el único que conoce de ella soy yo, ¿Buscas a Morse? Pues sigue ese camino —le dijo enojado señalándole con el dedo.
Las dos lo llamaron grosero y se fueron hacía el camino que les había dicho que tomaran, dudaban de caminar por allí, ya que le había mentido a Tahara enviándola al bosque de los pantanos; sin embargo, tomaron con el rumbo fijo que tenían, con el anhelo de encontrar a Morse, el destino era un poco lejos pero aún así continuaron caminando, y mientras lo hacían hablaban de Ildico, no les había caído nada bien, les daba mala sensación y se preguntaban qué le había visto Tahara de bueno si no era un caballero y tampoco noble.
Ildico estaba tan furioso que pensaba en seguirlas y asesinarlas, pero pensó que tal vez la que decía ser princesa tenía poderes como todo hijo de Rey y Reina, pues nadie nacía siendo normal se se era hijo de hechiceros, pues en ese mundo no habían Dioses, sino demonios, criaturas y hechiceros, donde la magia blanca y la magia negra caracterizaba al ser que gobernaba un reino.
Se preocupó tanto al escuchar de Zaya, que su esposa había asesinado a la criatura llamada “Yacu Runa”, a la cual había ordenado asesinarla, pero al parecer el plan no funcionó como lo esperaba, así se quedaría con todo Kailto y junto con su poder se convertiría en el Rey más poderoso de todos los reinos.
—¡Maldita sea esta tierra! —exclamó. Entró al castillo, cerró sus puertas y se dirigió hacía donde estaba su esposa para acompañarla y consolarla, pues ya sabía que le preguntaría el por qué le mintió
Zaya al fin de tanto caminar llegó hasta la iglesia Fer, allí observó que había un orfanato, preguntó a las personas por quien buscaba y le dijeron que se encontraba dentro de la iglesia rezando. Nanly comenzó a volar mientras Zaya entraba para conocer a Morse y platicar, al verlo arrodillado admirando a un Dios que desconocía, el cual era un monumento pegado en la pared, esperó el tiempo en su oración y se sentó en una de las sillas. Al rato se levantó, volteó y la miró, no sabía quien era, así caminó hasta ella y le preguntó por su nombre.
—Hola, mi nombre es Zaya, ¿Eres Morse, cierto?
—Sí, ¿De dónde eres?
—Vengo de las tierras de Nafar, he venido porque sé que estás ayudando a un orfanato, en donde le están brindando protección a los niños enfermos
—Sí, así es, ese Reino que me mencionas es el de…
—El de la Reina Tanay
—Sí, ¿La conoces?
—Es mi madre
—¿Qué? Oh, disculpa, entonces eres su hija, la princesa. Jamás me dijo tu nombre, pero si que existías, ¿Y cómo está ella?
—Falleció
—¡¿Qué?! No, no puedo creerlo, ¿Cuándo sucedió? —le dijo sorprendido
—Hace cincuenta días
—Nunca me dijeron nada, lo siento mucho, ¿Y por qué has venido?
—Al morir dejó una nota que encontré el día de ayer, quiere que te ayude con los niños del orfanato
—¿Y cómo me has encontrado?
—Gracias a Tahara y al odioso de su esposo
Morse bajó la cabeza al escuchar la palabra “Esposo”, sabía que se refería a Ildico Fhatercul, el hombre que se había convertido en el esposo, de la mujer que amaba. Se llenó de dolor, pero a la vez de odio y rencor.
—¿Cómo está ella?
—Perdón si te incomodé
—No, no es nada, solo que no me llevo bien con él, no se que fue lo que le vio Tahara
—A nosotras nos cayó mal —dijo Nanly al entrar
—¿Y tú eres?
—Mi amiga, su nombre es Nanly
Al abrir los ojos, Zaya, olvidó lo que su mente recordó al viajar al pasado, le pidió a Ildico que le mostrara el bebé, después de haberla enterado todos salieron del cementerio y se dirigieron hacía el castillo para descansar un poco. Ya anochecía, el sol se ocultaba, Nanly decidió irse a Nafar pidiendo a Zaya hacer lo mismo, pero ella decidió quedarse, que hasta que no conociera al pequeño Miguel no movería un pie en Kailto, mientras que Morse solo se despidió de Zaya y Nanly y después marchó a la iglesia, que ahora era su nuevo hogar, cumpliendo el papel de cuidar a los niños huérfanos y orar por los hijos de Tahara, pues antes de irse Ildico se lo recordó.
Al llegar hasta el castillo, Fhatercul se pregunta a dónde había ido Fátima, no sabía que trató de llevarse a Jack muy lejos donde no pudiera encontrarlo, pues él era un hechicero y ya sabía ella que haría uno de sus tantos métodos para encontrarlo. Pero al parecer Fátima no logró su objetivo, pues Clerk, el corcel del Rey, la había visto y como todo animal bajo el dominio de Ildico, hubiera descubierto lo que trató de hacer. Cuando Zaya fue hasta el cuarto donde se encontraba el recién nacido, vio que también estaban Jacok y Jacobo, quienes se burlaron de ella por su vestimenta, notó que estaban más tranquilos que el cuerpo de su propia madre, no les había importado en lo más mínimo la muerte de Tahara.
Acercándose hasta la cama para verlo dormir, Zaya, se fue en llanto con tan solo verle su cabellera, pues así era la de su madre, lo que daba más inspiración y admiración hacía su amiga fallecida, Zaya guardaba un secreto que la podría arrastrar al abismo, sin embargo, pensó en llevárselo hasta último día de su vida, pues le habían arrebatado algo muy grande que provocó varias veces que intentara suicidarse. Al tomar el bebé entre sus brazos, le dio un pequeño beso en su mejilla, mientras Fátima en la cocina estaba asustada y nerviosa de que Ildico la golpeara por desaparecer.