La cosecha llegaba a su fin, Kailto dejaría ser aquella tierra que Montecristo, el rey primero y padre de Tahara había multiplicado en todo el reino, cuando la gobernaba antes de su extraña muerte. Sobre el palacio llegaría la oscuridad, los días se volverían noche y las noches frío y vapor, enviando por las fuerzas oscuras que clamaban la sangre del indefenso, hijo de la Reina ya muerta. El mal hacía la ausencia del bien, Ildico Fhatercul ya sabía que el tercer príncipe guardaba en su interior todo poder heredado de su madre, del cual aprovecharía para no fracasar con sus planes de dominar reinos ricos en cosecha, oro y diamantes y ganar las guerras con tierras de otras realezas para robarles todo lo que tuviera valor.
Fátima en la lujosa habitación con el bebé en brazos, había de recordar aquél aborto en el que por poco pierde la vida, su reina la había salvado del tan delicado embarazo, en el que llevaba un pedacito de mal que Tahara nunca imaginó que era de su esposo, y que la amante de la cual creía él tener, era la sirvienta que le había dado toda su confianza hasta el día de su muerte.
Todas las noches cuando había silencio hasta en las paredes, ella y el rey se veían a escondidas en un cuarto polvoriento lleno de paja por montones y excremento de aves.
—Mi rey, mi rey, ¿su esposa la Reina ha sospechado sobre lo nuestro? —preguntó. Sentía como el placer recorría por su cuerpo como una corriente eléctrica que la endulzaba en su interior y los besos el cosquilleo en su cuello
—No la menciones mientras estemos juntos o aquí termina todo esto—le respondió y siguió con el gozo que lo hacía sudar
Después del momento que para ella era mágico, salía cuidadosamente del cuarto sin que nadie la viera, el caballo de quien creía su hombre era el único que la observaba sin saber lo que pasaba. Él solo reía llamándola estúpida en su oscura mente, donde los pensamientos buenos eran devorados por ojos de fuego, ojos que mostraban la verdadera identidad de un rey falso y mentiroso.
Día tras día el suceso se repetía, en una de las tantas noches cuando era luna sangrienta, Fátima abrió los ojos descubriendo que era solo su objeto para pasar un buen rato, supo que nunca la amaba y que solo la buscaba porque le daba lo que Tahara ya no, es decir, noches de amor, placer y pasión. Pensó que si nunca hubiese quedado embarazada del hombre que creía amar, no hubiera descubierto la verdad; sin embargo, Ildico la golpeó esa noche amenazándola de no decir ninguna palabra a nadie o moriría junto con el bebé, del cual derramó lágrimas que caían como gotas de lluvia en primavera.
—Maldito —dijo en su mente mientras veía al bebé dormir—, tu madre la Reina nunca descubrió este secreto que aún no logro sacar de mi mente.
—¡Fátima! ¡Fátima! ¡¿Dónde estás?! —gritaba Ildico al llegar al castillo
—Ya llegó tu padre —pensó, colocado al recién nacido en la cama—, ¡Aquí estoy mi rey! ¡¿Qué sucede?!
—Clerk, mi corcel ¿Ha llegado aquí? —preguntó molesto
—No, no mi señor… ¿Por qué?
—Me ha dejado en el bosque cuando… ¿Y a ti que te importa? No tengo porqué darte explicaciones, más bien dime ¿Dónde están lo príncipes?
—Disculpe… los pequeños están jugando en su cuarto y bebé Miguel durmiendo
—¿Miguel? ¡¿Dijiste Miguel?! —le gritó—, ya te he dicho que su nombre es Jack, ¡Jack maldita sea! ¡¿Me escuchaste?!
—Sí, sí señor… señor, perdóneme no volverá a pasar —le dijo y se arrodilló ante él asustada
—Mas te vale Fátima, la paciencia se me ha agotado y no estoy para soportar tus faltas de respetos hacía a mí, tu rey
—¡Papá! ¡Papi! —gritaban sus hijos
—Mis pequeños herederos, ¿Cómo están? —les dijo abriendo sus brazos
—Papá, Fátima le ha tratado mal a mi hermano, lo ha sacado del cuarto y le gritó por haber cargado a nuestro hermanito —le dijo Jacobo, el segundo
—¿Qué? —reaccionó enojado—, maldita, ¿Quién te crees para tratar así a los que servirás más adelante?
—No, no, no Ildico, así no fueron las cosas —trataba de explicarle nerviosa
—¡Rey Ildico Fhatercul! —le gritó golpeándola fuertemente—, no quiero enterarme que has maltratado a uno de mis hijos o te irá peor. No olvides que soy tu rey, ya no estamos en el pasado querida y los buenos tratos entre los dos ya murió, ¿Me escuchaste?
—Sí mi rey —contestó mirándolo con odio
—¿Dónde estará mi caballo?
Ildico salió nuevamente del castillo y comenzó a buscar por todas partes a su corcel, Jacok y Jacobo quedaron mirando a la pobre de Fátima llorando, se burlaban de su llanto y de sus lágrimas, ambos se fueron dejándola en su dolor, ella solo deseaba la muerte de Fhatercul y toda su estirpe, estaba condenada a serle fiel y ser su marioneta mientras estuviese en su tierra que moría lentamente, a única salida para liberarse de a quien trataba de maldito era quitarse la vida, pero sabía que dejaría a su hermana sola y no quería morir llevándose tantos secretos a la tumba.
—¡Te odio! ¡Te odio! —decía en su mente
Al rato se levantó y caminó hacia la cocina, donde las ratas robaban el poco alimento que les quedaba para sobrevivir a la plaga que les arrebataba la proteína, espantándolas con una vieja escoba, Fátima, tomó el cuchillo y partió un pedazo de queso, sobre él agregó tres gotas de sus lágrimas retenidas y lo colocó en la trampa. Después picó verduras y bastimento, sus harapos viejos y rasgados eran el pañuelo de sus lágrimas, quedando bañado en mugre y bacterias.
Más allá de Kailto, en la tierra donde reinaba la paz, con una forma de gobierno absoluto, en el reino de la Reina Zaya, la fiel amiga de Tahara, se encontraban todos trabajando, las plantas movían sus pétalos con el fresco viento que daba alivio a los seres vivos del monte y la luz del sol energía a todos los habitantes, el lugar era grande con un gran castillo en el centro, rodeado de un pequeño pueblo con personas nobles y las afueras del palacio, la gran cosecha, misma del rey Ildico la cual se pudría.
Quitándose su corona adornada de brillantes diamantes y su largo vestido de colores resplandecientes, Zaya, esperaba irse el tiempo de la bella tarde para marchar vestida de n***o al entierro de su difunta amiga, era casi imposible creer que había muerto para ella, no hallaba explicación al terrible hecho, y aún se preguntaba desde que supo la triste noticia si había sido una muerte natural o la habían asesinado, pero recordaba que aquella hermosa paloma blanca que realmente es una linda joven y amiga llamada Nanly, había estado presente durante el nacimiento de Jack y que además su sirvienta le ayudaba con el parto, olvidaba todo eso y lo llamaba una locura. Imaginaba que al poner un pie en Kailto hallaría la respuesta, quería escucharla del mismísimo Ildico y esperaba la seriedad donde se viera la verdad y no pensara que él tenía que ver con su partida.
—¡Nanly! —llamaba ya lista para marchar
Por la ventana entró a través de su transformación, de la nada volvió a su forma humana y miró a su Reina esperando su orden, al igual que ella vestía de n***o, la acompañaría en su dolor por ser ella la mano derecha y después de ella la que daba órdenes en todo el lugar, que tenía por nombre “Nafar”, que significaba: Lugar donde reina la paz. Sin duda alguna Zaya confiaba ciegamente en Nanly, al parecer la chica era hija de la mujer que estuvo enamorado de su padre el Rey, desde entonces llevaron a cabo una bonita amistad que rompió las barreras de toda relación amistosa en Nadar.
—¿Sí me reina?
—Estoy lista Nanly, por favor, llama al guardia y dile que traiga el carruaje, no quiero llegar tarde y quiero verla —dijo. Al decir “quiero verla” se fue en llanto
Consolándola una vez más del dolor que invadía el corazón de Zaya, Nanly le pidió que respirara y que fuera fuerte, que los espíritus del bosque le darían paz a su tumba y paz a su alma. Después de darle un abrazo, se convirtió otra vez en paloma, salió por la ventana y voló hacía el guardia que le arrojaba baldes de agua fría a varios caballos con mal carácter.
—Torél, la Reina que ya puede pasar por ella, lo espera para que la lleve a las tierras Kailto
—¿Usted no vendrá señorita?
—¿Torél?
—Ah, sí olvidaba que es usted una hermosa ave con plumajes suaves que benefician la piel
Nanly se sonrojó y con pena volteó sonriendo, caminó cinco pasos y miró hacía atrás para enseñarle su sonrisa, en ese instante tomó su forma de paloma y fue hacía la ventana dando aviso a Zaya que el carruaje estaba listo. El guardia era un joven de cabellera rubia, apuesto, noble y fiel amigo a la Reina, cada vez que veía a su amor secreto sentía que perdía la voz, no imaginaba que ella gustaba de él y que ambos sentían lo mismo al cruzar miradas. Solo esperaba el momento indicado para decirle lo que sentía en su corazón cada vez que la veía pasar o volar en los cielos, pero sabía que había muerto una gran persona e importante para Zaya, y él siendo tan comprensivo, respetaba eso. En Nafar solo deseaba algo, y era que quería ser una ave como muchos en el pueblo, para estar cerca de la mujer que amaba.
—Hola su majestad, siento mucho lo de su amiga la Reina de Kailto, tuve el privilegio de conocerla cuando me llevó a esa tierra y era una gran persona
—Gracias Torél, eres muy amable
Al subirla en el carruaje, tomó la delantera y le decía al caballo que anduviera, el animal, el cual era su mejor amigo, volteó la cabeza y lo miró con enojo, se detuvo por un momento, Zaya le preguntó qué ocurría y Torél apenado no sabía que decir más que pedirle disculpas.
—¡Muévete! ¡Muévete! —le decía al caballo con la voz baja
—¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué no avanzamos? ¿Hay algún problema? —preguntó ella preocupada, ya que quería llegar
—Más disculpas mi reina, es solo que… está algo enojado, no le di de comer —respondió nervioso
—¿Es ese el problema? —dijo carcajeando—, por favor, ábreme la puerta
—Mi Reina…
—Por favor, no te voy a regañar
Después de que bajara del carruaje, caminó hasta el caballo, con sus manos tocaba su cabello blanco y su suave piel, de sus manos hizo un banquete de ensalada de frutas y verduras, había utilizado sus poderes para satisfacer el hambre del mejor amigo de su fiel servidor, veía comer el animal y le daba tranquilidad al sudor que por dentro quemaba sus venas y desvanecía los poderes que la caracterizaban.
—Mi Reina, me siento tan apenado con usted
—No te preocupas, solo tenía hambre
Por otro lado, donde estaba a pocos días de llegar la oscuridad y multiplicarse la plaga para destruir todo aquello de lo que vivía el falso Rey, Ildico, aún no encontraba a su corcel, pensó que tal vez se había perdido al dirigirse hasta el castillo o nunca intentó regresar y tomó otro camino. Cansado de tanto buscar entró a su palacio, fue hasta el cuarto donde estaba quien había sido su esposa, ya habían limpiado el cuerpo, la habían cambiado con un hermoso vestido de tela clara color azul, estaba tan hermosa como cuando tenía vida; sin embargo, quien creía el esposo perfecto al casarse, le quitó su corona y las pulseras que adornaban sus muñecas, en ese momento le dijo que nada valioso debía llevarse a su tumba, porque después la muerte la tierra te tragaba y el oro se perdía si se tuviera.
—El día de nuestra boda fue el mejor de mi vida, dejé de ser un maldito campesino ladrón de pepinos, convirtiéndome en Rey que gobierna todo esto que un día fue tierra de tu padre y después tuyo, ahora es mío y nadie podrá quitármelo. No siquiera los Hasnster que has dejado para exterminarme, te odio Tahara, realmente te odio, pero ya puedo decírtelo en tu cara, pues no puedes escucharme y mientras tuviste vida pudiste haber acabado conmigo, pues eres la hechicera más poderosa de todos lo reinos
—Su majestad, hay venido los siervos para llevar el cuerpo de la señora hasta el cementerio Killer
—¿Cuántas veces te he dicho que toques la puerta antes de entrar, Fátima? Diles que pasen, rápido
—Perdón mi señor
Al salir del cuarto llamaba maldito al Ildico en su mente, no resistía las ganas de decirle todo lo que pensaba de él y cuánto lo odiaba. Caminó hasta la grande sala y pidió a los siervos que la siguieras, al llegar al cuarto levantaron el cadáver, lo subieron a una tabla de madera, la llevaron hasta la sala y allí estaba el cajón, el cual era de cristal. Fátima comenzó a llorar, al igual que todos los que conocían a Tahara, no podían creer que había fallecido, era imposible creer la muerte de un ser que había hecho tantas cosas buenas en cualquier lugar que pisaba. A pesar de ser una hechicera, sabían a la perfección que era buena y que solo tenía magia blanca, misma que su amiga Zaya, solo que era más poderosa, aunque su tercer hijo cambiaría las cosas en un futuro donde descubriría qué es lo que realmente corre por sus venas y por qué es azul y n***o su sangre espesa.
—¡Basta, Fátima! Límpiate esos ojos y deja de llorar —le dijo Fhatercul furioso—, lleven el cuerpo hasta el cementerio, voy a buscar a los niños —dijo, sin dolor alguno
Fátima no podía dejar de llorar, pues Tahara más que una sirvienta la trató como una hermana y amiga, a la cual le confesaba sus secretos y todo momento mágico que vivió en la juventud cuando aún no había conocido a Ildico, y solo tenía por amigo a Morse, quien decidió ser monje por no ser correspondido a su amor.
Empezaron a cargar el cajón para llevarlo hasta “Killer”, un cementerio cercano al castillo donde se encontraban los antepasados que gobernaron Kailto, claro que Ildico reía cada vez que veía el lugar, pues estaba seguro que nunca moriría y su cuerpo jamás pisaría ese cementerio, la seguridad en él de que nunca sería enterrado allí era enorme;, sin embargo, el tiempo controlaba todo y no se sabía que pasaría al día siguiente, tal vez una muerte inesperada nunca pensada.
—¡Niños! ¡Niños! ¡Vengan rápido! —gritaba
—¿Qué pasa papi? —preguntó Jacok
—Vámonos, ya enteraremos a su madre
Los niños tomaron su mano y caminaron con él sin prestar atención a sus palabras, pues el control hacía ellos lo tenía su padre y su madre nunca pudo hacer nada, habían crecido con odio hacía los demás, despreciando y maltratando verbalmente a las personas. Así que nunca tuvieron mamá, no por culpa de Tahara, sino de Ildico. Mientras caminaba con sus pequeños, se asustó, pues pensó en Zaya y deseaba que no se apareciera, ya que no tenía excusa para decir lo que había sucedido, sin saber que ella se dirigía hasta ellos.
—Por los espíritus del bosque, ¿Qué ha pasado aquí? Todo está muerto, todo está plagado de gusanos —decía sorprendida al ver el cultivo marchito y podrido
—No lo sé mi reina, tampoco logro entender que ha pasado, la última vez que vine esto era una maravilla
Por las nubes desordenadas volaba Nanly con la misma reacción de ellos, no podía creer que Kailto estaba vuelvo una catástrofe, sabía que se estaba muriendo el reino pero esta vez había avanzado rápidamente, destruyendo todo lo que había logrado “Montecristo”, el último hijo varón de los primeros Reyes.
—Ildico —dijo en su mente—, eso es, Ildico Fhatercul tiene que ver con esto, no puedo creer lo que mis ojos ven y lo que mi nariz huele, el aire está contaminado, el suelo plagado. Démonos prisa Torél, quiero llegar cuanto antes al castillo
—Sí mi reina, ¡Harre! ¡Harre! —le decía al caballo
Al llegar el carruaje hasta las puertas del castillo, Torél bajó a Zaya esperando que alguien les abriera y les diera información sobre Tahara, se llevaron una fuerte impresión al bajar Nanly de los cielos, transformarse en humana y decirles que todos estaban yendo hacia el cementerio Killer, allí sintió Zaya que en el castillo solo habitaban el Rey, sus hijos y la sirvienta, y que ningún guardia cuidaba del hogar que desconocía.
—¿Qué es esto? —dijo furiosa—, vamos, llévame hasta allá, Ildico me va a escuchar. No puedo creer en todo lo que ha transformado Kailto, suerte que Montecristo no está aquí o lo despellejaría vivo
Está vez Nanly estuvo con ellos en el carruaje, sentada a la izquierda de su reina mientras observaba al hombre que amaba en secreto. Ya estando en el cementerio, Fhatercul, sus hijos Jacok y Jacobo junto a Fátima y los siervos que cavaban la tumba de Tahara, sonreía dándole el último adiós a su esposa y las gracias por haberle dejado las riquezas que lo alimentaban de codicia y maldad.
Estando a punto de bajar el cajón, llegó Zaya enfurecida adelantando el tiempo, convirtiendo así la tarde en oscuridad, los cielos estaban más oscuros que la noche, las nubes pasaban rápidamente donde se reflejaba la furia de una Reina poderosa, que a pesar de ser buena también tenía las fuerzas para enfrentarse al enemigo con todo el poder que la hacía una hechicera de magia blanca.
—Tranquilícese su majestad —le dijo Nanly
—¡Espera no! —le gritó Torél sujetándola por El brazo, ya que trató de detener a Zaya
—¿Qué haces aquí Zaya? —le preguntó Ildico
—¿Acaso los cielos no responden a tu pregunta?
—No olvides que un poder como el tuyo corre por mis venas y mejor aún, es más poderoso que el tuyo —le respondió mirándola con odio
—Entonces demuéstralo, quiero ver lo que realmente eres
—¡Alto! —gritó Morse al momento de iniciar una pelea