Ya era noche de luna llena, los murciélagos revoloteaban en el bosque sobre un árbol cargado de tantas manzanas apetecidas por el hambre, que debajo de él, clamaban los seres al fruto verde.
—Calma Miguel, calma, por favor, oh, espíritus del bosque ayúdenme, ya no puedo seguir caminando —dijo Fátima asustada, mientras el pequeño príncipe lloraba
El frío había llegado al lugar, el sonido del viento empezaba a asustarla cada vez más, a su alrededor solo podía ver árboles, hierba y arbustos de espinas. Una vez más deseaba no ser un ser común y tener todo poder sobre la tierra y terminar con todo el mal que la abrazaba, dejó de pensar en lo que crecía locuras y puso al bebé sobre el sepelio húmedo y comenzó a escalar el árbol para tomar el fruto, del cual comieron los primeros seres humanos según la religión que conocían, pero no practicaban.
—Espera un poco Miguel, en un momento te daré de comer, solo espera un poco
Estando ya montada en el árbol, se apoyó de las ramas y se levantó en él, tomó siete frutos, todas eran verdes, contenta miró al bebé que ya había parado llorar, pero al ver que a este se le acercaba una serpiente, se preocupó tanto que comenzó a arrojarle las manzanas que había tomado del árbol, empezó a bajarse poco a poco, escuchó los llantos del pequeño y cuando bajó ya no había nada, revisó al bebé para ver si lo había lastimado, no encontró nada y salió corriendo con las manos vacías, pero con Jack en sus brazos. Nunca imaginó que el pequeño Jack había espantado a la serpiente con sus llantos.
—Ya no puedo caminar más, no puedo —dijo
Cansada se tiró al suelo arrodillada, con el sudor de su rostro limpiaba el mugre de su cuello y cuando todo parecía haber terminado para ella, sintió que detrás su sombra reflejada con la luz de la luna, alguien la veía allí tirada y sin energías para seguir avanzando.
—Estás acabada —le dijo la voz
Fátima reconoció el timbre de la voz, comenzó a llorar y soltó al bebé de sus brazos dejándolo en el suelo. Supo que moriría.
La luna iluminaba todos los Reinos, en especial la iglesia Fer, donde Morse arrodillado, continuaba rezando, el llamado para cenar lo desconcentró de sus peticiones, el bien que deseaba para el Reino Kailto aún no llegaba a esas tierras, por lo que pensó que su Dios, no escuchaba sus oraciones.
—¡Morse! ¡Ven a cenar! —lo seguían llamando
—¡Ya voy! —respondió
Al ponerse de pie caminó hasta el orfanato, estaban todos los niños en la mesa y el banquete en ella, lo cual era cerdo acompañado de ensalada, Morse ya no necesitaría desperdicios para sus mascotas, pues se habían convertido en el alimento de todos. Sintiendo tristeza en su interior se sentó, pidió a todos cerrar sus ojos mientras oraba dando gracias a su Dios por el pan del día, al terminarla iniciaron a comer, él solo veía como probaban bocado rápidamente, ya que llevaban tres días sin comer, hasta que Leticia, llamada así la mujer que le pidió sacrificar uno de sus cerdos, le volvió volver a repetir, para que los niños no murieran por el hambre.
—Morse, ¿No piensa comer? —le preguntó Leticia
—Cierto padre, ¿No piensa comer? Gracias a usted nuestros estómagos bailarán felices
—Disfruten la cena —contestó y se levantó
—¿A dónde va?
—A rezar, Fátima, a rezar ¿Hay algún inconveniente? ¿Como volver a matar un cerdo, tal vez?
—¡Si no querías que lo sacrificara hubieras dicho que no! —le gritó, tomó la carne de su plató y se la aventó a su cara
—¡¿Qué es lo que pasa contigo?! —le dijo enfadado
Leticia corrió salió corriendo triste y llorando del lugar, los niños dejaron de seguir comiendo, se pusieron tristes y Morse al igual que ellos, se sentía dolido.
—Disculpen niños, por favor continúen cenando —les dijo, y salió detrás de ella para pedirle perdón
Al salir, miró hasta donde su vista podía llegar, buscó por todas partes y no la encontraba, empezaba a preocuparse más de lo normal, en su mente pensaba y pedía a su Dios que la mujer no hubiera cometido una tontería. Después de buscar por todas partes, y no verla en ningún lado de Fer, fue hasta el pozo, se sentó en él y se puso a llorar. —perdóname Dios, perdóname, no fue mi intención decir eso, ella tenía razón, yo decidí que sacrificara a mi cerdo —dijo. Sobre su pecho tomó colocó sus manos, en las cuales tenía un trozo de carne aquella, que Leticia le había aventado en la pequeña discusión.
—¿Por qué lloras? —preguntó alguien detrás de él
Al darse vuelta para ver quién era, se limpió sus lágrimas y sonrió, había visto a Leticia, pero esta vez fue diferente, en su mirada se observaba el brillo de la belleza que deleitaban sus ojos. Leticia se había soltado el cabello, se había puesto un hermoso vestido y tenía los labios rojos, todo despertó en Morse un sentimiento que sentía por ella pero que no lo conocía, solo faltaba verla lucir una belleza bajo el moño de su cabello, su vestido roto y sus labios secos, para descubrir que Leticia era el amor de su vida. Lentamente se le acercó poco a poco llegó hasta su presencia, le pidió perdón y tocó su angélico rostro.
—Perdóname también, sé que los cerdos eran muy importantes para ti, nunca debí…
—¿Qué te hiciste?
—¿De qué hablas?
—Tu look, eh, luces diferente
—¿Me veo mal?
—No, para nada, solo que nunca jamás había visto tu belleza
—No me digas eso, sabes que no soy bella
—Que baja autoestima tienes, eres muy hermosa. Ven, míralo por ti misma, haré que olvides decir que eres fea
La tomó por sus manos y la llevó a mirarse en el agua del pozo, allí descubrió Leticia que era un mujer bella, siempre estuvo segura de ello, pero en su interior, ya que se llamaba así mismo “Ninfa fea”, por lo que la hizo siempre pensar tan mal de si misma.
—¿Lo ves? Eres tú, es tu reflejo en el agua iluminada con la luz de la luna llena, que con ayuda del sol, hoy brilla para mostrarte no solo lo hermoso de tu interior, sino también el exterior, eres muy linda Leticia
—Sí, antes pensaba que las únicas mujeres bellas, eran las princesas, yo soy solo una campesina huérfana, que ahora ya grande cuida de huérfanos también. Pero, ¿Quién me cuida a mi? —expresó triste mirando su reflejo
—Tu belleza es única y claro que es de princesa, tenlo por seguro, nunca pienses en lo humilde que te caracteriza, Dios cuida de ti y yo también
—Muchas gracias Morse, conocerte fue una bendición
—Igualmente, ah, por cierto, ¿Quién te ha dado ese vestido y quién te ha arreglado el cabello?
—El vestido lo tengo conmigo desde hace tiempo, lo hice con la tela de una de las sábanas que ya no eran usadas, y me he arreglado yo misma, con ayuda de un pequeñito espejo lo logré
—Te ves bellísima Leticia
—Gracias, bueno, no me has dicho por qué llorabas
—Por ti
—¿Por mí? ¿…Y por qué?
—Pensé que habías hecho una tontería
—¿Cómo qué? ¿Suicidarme?
—Eh, sí
—¿Suicidarme por ti? No gracias, no valdría la pena, tu desprecio al amor que por ti siento, bueno, sentía, ya murió
Leticia tocó su hombro, le dio las buenas noches y caminó para ir hacia el orfanato, aunque en su garganta sintió un nudo que quería ser desenredado y soltar a los cuatro viento lo que realmente sentía y no disimular más como si Morse no le importara a su corazón.
—¡Espera! —le gritó
Ella se detuvo, se quedó allí parada para escuchar las palabras que pensó serían las buenas noches.
—¿Qué quieres?
—¿Me amas?
—¿Qué pregunta es esa? Ya te dije que eso murió
Morse caminó lentamente hasta ella, temblaba y tenía miedo, ya que bajo la luna le expresaría lo que había descubierto su corazón: Que solo a ella amaba.
Leticia sintió escalofríos por todo su cuerpo, se preguntaba qué era y por qué la sensación de que Morse le diría algo bello, su corazón empezó a palpitar y sus manos temblaban. Al momento de levantar sus brazos por el frío que sentía, Morse la tomó por las manos, la abrazó y le susurró al oído que la amaba, ella no creía en sus palabras, se quedó callada y no sabía que decir, pero pensó en la discusión aquella que había escuchado cuando Ildico le mencionó a Tahara y enseguida se separó de él, dándole una fuerte cachetada.
—¡Deja de jugar conmigo! Le gritó
—No, Leticia, yo no…
—¡No! ¡Ya basta! Basta Morse, no juegues con mis sentimientos, soy una persona como tú, no soy un ser sin corazón, no estoy hecha de piedra, no soy una criatura sin piedad, no soy uno de los tantos hechiceros que gobiernan este mundo, no engendro de Satanás, ¡Ya basta!
Llorando salió corriendo hasta su cuarto, Morse sin pensarlo fue tras ella para explicarle sus buenas intenciones, estaba dispuesto en dejar su servicio de ser monje y entregarse al amor, aunque sentía miedo si su Dios lo castigaba, solo lo haría si Leticia aceptaba a estar con él si eran mentiras lo que le había dicho, que ya no sentía nada y aquél amor que le rogó en las noches frías y en los días cálidos había muerto.
Al llegar al cuarto la vio en su cama, sus tiernos llantos como la de un bebé lo hizo sentir tantas cosas hermosas en su interior, no hallaba explicación a las ganas que tenía de abrazarla y besarla, no se atrevía porque tal vez ya Leticia en realidad ya no lo querría como antes, en su mente se llamaba estúpido por no prestarle atención, llamaba estúpido a su corazón, porque ya era tarde y ahora él no era el correspondido.
—Perdóname —le dijo y volteó para salir de su cuarto
—Espera
—Dime
—¿Enserio me amas?
—¿Cómo quieres que te lo demuestre?
—Voltea y mírame a los ojos
—Ya
—Acércate a mí
—Ya
—Bésame
—¿Enserio quieres que te bese?
—Sino quieres puedes salir
Morse acercó lentamente sus labios a los de ella, al estar juntos cerraron sus ojos, y se dejaron llevar por la pasión y por lo que deseaban sus cuerpos al estar juntos.
La noche se hacia más larga, los animales nocturnos hacían de las suyas en el bosque, las travesuras en los árboles, las lechuzas, los búhos, los murciélagos y todo aquél que se arrastra en la tierra, en el que el más grande devora al pequeño. Todos en Nafar se encontraban aún festejando el noviazgo de Nanly y Tolér, mientras que Lamber salía de aquél fango en el que había caído cuando saltaba de felicidad.
—Que porquería —dijo
Al salir, se quedó admirando a la luna para soñar; soñar que era una persona vestido de príncipe, con una corona lujosa y adornada de muchos diamantes y que bailaba con Nanly porque les festejaban su relación. Mientras bailaba con los ojos cerrados, volvió a caer en el fango, despertándolo de sueños que creía jamás cumplir.
—No puede ser, que porquería
Al salir nuevamente bañado en lodo y agua puerca, un extraño viento rozó su espalda, sintió que un grito clamaba ayuda, cuando volteó miró al bosque, pensó en que una alma mayor y una menor lloraban, ya que estaban bajo la ley de un Rey: el Rey Ildico Fhatercul.
—¿Qué creías maldita? De mí jamás podrás escapar, da gracias que no te mataré
Ildico había encontrado a Fátima y a su hijo, aquella serpiente espantada por el llanto de su tercer hijo, se arrastró hasta el bosque de su Reino, allí dominó a toda vestía salvaje que presenció a Fátima, así fue como logró encontrarla, así fue como la tomó por el cabello, le dio golpes en su rostro y la arrastró por el suelo, por intentar asesinarlo. De nada sirvió el esfuerzo tan grande que había hecho para escapar de su amo, —pensaba Fátima—, estando los tres en el castillo, Fhatercul llevó a su hijo a su habitación y a Fátima a un calabozo secreto detrás de las paredes, donde solo había oscuridad, ratas y cucarachas.
—¡No! ¡Por favor! ¡No me deje aquí! ¡Mi Rey se lo pido! —suplicaba la pobre asustada
—Aquí te vas a quedar como la rata en la que te has convertido y como el insecto que siempre has Sido
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? ¿Acaso eres estúpida? Trataste de robarte a mi hijo, de asesinarme
—Porque usted es un maldito, un desgraciado, una porquería, poca cosa, la peor persona que ha existido en la guerra…
—Cállate Fátima
—Un demonio, un lo o de mente
—¡Que te calles!
—Un poco hombre y aquí el único ladrón ¡Es usted! ¡Usted! Usted fue quien asesinó al Rey Montecristo, usted envió a la Reina Tahara para así matarlo, y eso me hace pensar, que usted asesinó a la reina Tahara
—¡Perra! ¡Maldita! —le gritó, abrió las rejas y entró—, escúchame muy bien si no quieres morir, tú estabas con Tahara cuando murió, ¿No será que fuiste tú quien la asesinó?
Ildico tenía apretando su cuello fuertemente, jamás imaginó que Fátima se le enfrentaría y le diría todo aquello que conocía, lo que le provocó un miedo profundo, pero ya sabiendo lo que ella sabía de él y sus hechos de matanza, nunca la dejaría salir del castillo, condenada estaría pegada a él como una garrapata.
—Jamás saldrás de mi Reino, ¿Me escuchaste? Eres mía, y lo mío nunca se va de mi lado
—¿Y la Reina Tahara por qué se le fue? —le preguntó haciendo fuerzas, ya que Fhatercul seguía apretando su cuello
Ildico la soltó y comenzó a moverse riéndose de su estado.
—Ja, a ella nunca la amé, yo no tengo corazón Fátima, ¿No ves todo lo que conseguí? Creo que sabes lo que soy y que no soy hijo de Reyes, sino un …
—Un campesino, un hombre que en el pasado robaba pepinos
—Sí, así es, ¿Sabes? Podría convertirme en leyenda a través de ti, sabes mucho y para mí mala suerte, más de lo que nadie sabe, pero esto te lo llevarás hasta el último día de tu vida. Serán secretos, porque si salen a la luz, serán verdades que matan
—No olvide que también sé que es usted un brujo
—Brujo no Fátima, hechicero, por favor, aprende buenos modales, mira en donde estás, si te portas mal te morderán las ratas y te harán cosquillas las cucarachas, así que anda, a comportarse, ja, ja, ja, ja, Ja, ja, ja, ja...
—Maldito
—Pero no más que tú estúpida
Después de salir del calabozo, Ildico, se dirigió hasta su habitación, de un closet sacó una botella negra con un líquido blanco y burbujeante, este se lo echó a sus manos, se quitó una venda que tenía en su cuello y paso sus manos con el líquido por la herida que le había hecho Fátima con el afilado cuchillo.
—Hoy te has condenado Fátima, gracias por decirme lo que sabes, ahora nunca saldrás de mi Reino, o a menos que quieras morir y que me bañe con tu roja sangre.