Ese fin de semana se estaba tornando ya no extraño, sino retorcido. Desde el clima inusualmente violento, pasando por la infidelidad de mi mujer, hasta el enfrentamiento con Fernanda, y finalmente el manoseo que sufrí saliendo de la sala de luces. En efecto, alguien había abusado de mí, cosa que estaba muy lejos de hacerme sentir indignado, sino más bien intrigado. Sin embargo, la enorme sorpresa que me produjo el hecho de que una de mis hijastras me había magreado la v***a, que además en ese momento se encontraba casualmente erecta, había tenido como efecto el hecho de que no pude reaccionar con la suficiente rapidez ni vehemencia como para deducir de cuál de ellas se trataba. Cuando por fin me recuperé de mi estupefacción, me acomodé el m*****o nuevamente, para ocultar todo lo que podía