> Aún podía controlarme, era capaz de recibir sus duras embestidas sin gemir, tan sólo tenía la respiración agitada; pero debía admitir que cada vez me gustaba más lo que él me hacía y sabía que esto me dificultaría mucho las cosas. Para empeorar todo aún más, a él se le ocurrió seguir diciéndome cosas al oído, sin dejar de metérmela. > —Vas a ser mía, putita... vas a venir a rogarme que te coja. > —Claro que sí, pendejo... —le dije en tono despectivo, pero ya no confiaba en mis propias palabras. > —Estás muerta por mí, lo puedo ver en tu carita. > —Tenés mucha imaginación —no paraba... no me daba respiro, seguía taladrándome la v****a y ésta ya comenzaba a sentirlo de otra manera. > —Te tengo justo donde te quería. > —Lo que vos querías era... ¡Ah, ah! —comencé