El día estaba soleado, cálido y radiante. Por eso salí al patio dispuesta a tomar sol durante unos minutos. No mucho, porque si bien me gusta estar un poco bronceada, descubrí que tener cierta palidez en la piel hace que mis tetas luzcan mejor. Me tendí en una de las reposeras, completamente desnuda, y dejé que los rayos de sol hicieran su magia. Pocos minutos más tarde llegó mi mamá, con dos vasos bien grandes llenos de limonada fresca, me tendió uno y dijo algo que me dejó descolocada: —Gabriela, ¿podrías ponerte algo de ropa? —Me fijé que ella tenía puesto un bikini celeste que en otra mujer hubiera sido modesto, pero en su voluptuoso cuerpo quedaba algo pequeño. —¿Qué? ¿Por qué? —Tomé un sorbo de limonada casera, tenía un buen equilibrio entre acidez y dulzura, justo como a mí me g