La sala de los susurros.

2233 Words
Al día siguiente doy vueltas en mi casa, de arriba a abajo en ese pequeño espacio. Miro mi reloj. Voy a llegar tarde con Issa, pero tampoco puedo llegar con las manos vacías el día de su cumpleaños. Tocan a mi puerta y abro de un tirón apenas un segundo después. El repartidor se sorprende con mi prontitud. — ¿Mateo Va…? —Sí, soy yo. —Tomo la cajita que me ofrece y le quito la envoltura amarilla del servicio de mensajería. Luego firmo de recibido donde me indica—. ¿Este es su servicio exprés? Vaya, no quiero pensar cuánto tardan si no fuera exprés. Me mira con el ceño fruncido. —Es todo, que tenga un buen día. Se da media vuelta pensando que entraré a mi departamento; en cambio, salgo de él y camino hasta las escaleras, pasando al repartidor muy rápidamente. La puntualidad no es algo que me quite el sueño la mayoría de las veces, sin embargo, nunca he llegado tarde o demasiado tarde a ningún lado. Pero esta vez es diferente porque se trata de Issa. Y ahora entiendo ese estúpido deseo de los tontos enamorados; ese que te hacer querer llegar temprano para que ella no te espere y que sepa que te importa. Ese tonto deseo es el que me hace correr por el edificio hasta llegar a la calle y tomar un taxi. En el camino, abro la pequeña cajita que aún aprieto en mi mano e inspecciono el contenido. Espero que no me hayan visto la cara, internet puede ser un lugar engañoso. Afortunadamente, no es así; el collar está en buenas condiciones y es una réplica de la imagen que aparecía en la página de la tienda. Poco tiempo después me bajo del taxi una esquina antes de donde acordé verme con Issa y camino hacia ella, fingiendo que no me falta el aire y que las manos no me sudan por tantos nervios. —Hola, siento mucho la tardanza —digo al verla, maldiciéndome internamente—. ¿Llevas mucho esperando? El tráfico era horrible, lo siento. —Hola —saluda, regalándome una sonrisa—. Esperé muy poco, no te preocupes. ¿Estás bien? Te ves un poco agitado. Maldita sea. —Todo bien. —Le sonrío y le doy un toque suave con mi codo—. Feliz cumpleaños, Issisita. Sería mi excusa perfecta para abrazarla, pero mantengo mis manos dentro de las bolsas de la chamarra. —Gracias —responde Issa, riendo—. ¿Ahora a dónde me vas a llegar? Porque los veintiuno son importantes y el día debe ser legendario. Chasqueo la lengua. —Cualquier momento conmigo es legendario, me ofende que aún lo dudes. Ven, tomemos el metro. En el trayecto a lo desconocido, Issa y yo hablamos sobre su día, las llamadas de felicitación que ha recibido y los días tan ajetreados que ha tenido. Y lo serán aún más, porque mañana se mudará a su nuevo departamento; y por la noche, Issa, Dave, April y yo, alcanzaremos a la banda en el bar para tener nuestra primera presentación con Tris, la nueva guitarrista. —…encontrar un reemplazo para Spence fue difícil —admito a Issa—. Al principio creí que no podríamos encontrar a alguien que se adaptara a nosotros. Porque vienes trabajando con la misma persona durante más de un año y ya sabes cómo hacerlo, perder un m*****o de la banda es como… perder un pie o una mano. — ¿Te enojaste con Spencer cuando se fue? —pregunta con curiosidad. —Al inicio sí —confieso—. Siento que adoptó una postura ridícula y que debía separar lo laboral con lo que pasó con April, pero… no sé, la última vez que lo busqué me dijo que no sabía cómo se sentía y… traté de ponerme en su lugar. No estoy de acuerdo en que se meta en la relación de April y Dave, pero creo que entiendo que le rompieron su corazón, supongo que sus emociones también son válidas. Issa extiende una sonrisa sobre su cara, pero no entiendo qué fue lo que dije. —A veces me sorprende toda la conciencia afectiva que tienes —dice—. Espero que todo salga bien con Tris. Por cierto, ¿no deberías estar ensayando con ellos? —Soy muy genial, no necesito ensayar —bromeo—. Ven, bajamos en esta. —Salimos del vagón y caminamos rumbo a la salida mientras Issa no deja de mirarme con los ojos entornados y los brazos cruzados; suelto una risa contenida—. Ensayaremos esta noche y mañana en la tarde, no te preocupes. —Entonces, decidido, no tienes que ayudarme a mudar —afirma—. Concéntrate en el ensayo y explotaré a Dave y April el doble. —Ya veremos… —Mat —regaña—, hablo en serio. Ve a ensayar. —Ya llegamos —anuncio, plantándome frente a la estación de trenes. — ¿La estación Gran Central? —pregunta ceñuda. No le respondo para aumentar su curiosidad, sólo sonrío y la invito a pasar. La gran terminal de New York está repleta de personas, como siempre, con sus grandes y altos techos abovedados y sus detalles arquitectónicos únicos; las personas van de un lado a otro, todas demasiado apuradas y ansiosas por llegar a sus destinos, sin detenerse un segundo a mirar a su alrededor y disfrutar. Pero hay una sala que no todos conocen. —Esta es la Sala de los Susurros ¿La conoces? —No —responde, mirando a su alrededor y notando que no parece más especial que el resto del lugar. —Hay diez metros entre esquina y esquina —explico—, sí una persona se pone de frente a ese muro y susurra un secreto, nadie en la mitad de la sala lo va a escuchar, nadie excepto la otra persona a diez metros mirando el muro contrario. Claro y fuerte con un susurro directo al oído. —Por los techos en bóveda —adivina, emocionada; asiento—. Me sorprende la cantidad de lugares que conoces. Me encojo de hombros. —A veces me cuesta expresarme con palabras; digo lo que pienso, más no lo que siento, lo sabes —recuerdo. Porque sí, quizá antes tardé mucho en abrirme con Issa—. Y pensé… que quizá tú tienes muchas cosas por decir, pero a lo mejor no quieres que todos las escuchen. Si te paras en esa esquina y comienzas a hablar, nadie podrá escuchar lo que dices. —La expresión de Issa es muy suave, sorprendida, al parecer. De pronto, me entra un miedo de que esta sea una idea estúpida y ñoña—. Pero bueno…, sólo se me ocurrió, no tenemos que hacerlo. Vamos a… —Quiero hacerlo —interrumpe, sonriendo—. Soy la niña que baila contigo en Central Park y la que se inventa canciones a la mitad de un vuelo, y sólo lo hago contigo. —Ahora estoy aún más nervioso—. Espera aquí, quiero hablar yo primero. —De acuerdo —respondo. Poco importa, porque Issa ya está dándome la espalda para dirigirse a la columna de la derecha. Antes de ponerse a murmurar frente a ella, me mira a la distancia y me sonríe como una incógnita. Y ahí está, la imagen de una chica susurrando contra el muro sin ninguna vergüenza y un montón de cosas por sacar. Cuando mira sobre su hombro, sé que puedo ir a la otra esquina a diez metros de distancia para hablar con ella. —Feliz cumpleaños, Issisita —susurro. No hay respuesta inmediata, pero luego dice: —Tu voz fue como el último aliento de vida de una persona, yo. ¿Lo recuerdas? Claro que lo recuerdo, me lo dijo en nuestra primera videollamada; fue lo que ella pensó de mí cuando salió del hoyo en el que estaba. —Lo recuerdo. —Ahora ya no estoy muriendo —continúa— y tu voz es como una canción de fondo que me acompaña en mi plenitud. Mi corazón se acelera y pienso mucho en mis siguientes palabras, pero me animo. —Tu voz para mí es como una melodía mágica, algo que nunca podría llegar a escribir ni a tocar porque no podría igualarlo —confieso. Hablar a la pared y sin ver a Issa directamente hace que las palabras, que en otras ocasiones se atoran en mi garganta, ahora corran como el agua de un río—. Desde que me enseñaste tu tatuaje del ave fénix no he dejado de pensarte como tal; y en la mitología se supone que el fénix tiene un canto inigualable, nada que se pueda describir, único para quien lo escucha. Como tu voz, como tú. —Siempre haces que un momento simple se convierta en un gran recuerdo —dice luego de quedarse callada un tiempo—. Gracias por ser como eres. Ahora estas paredes serán testigos de este secreto. — ¿Secreto? —Tu voz y la mía conectadas a la distancia. Sonrío como un imbécil enamorado, pero es que sí, a la chingada, estoy enamorado. Y me giro, porque, de forma inexplicable, sé que ella lo hará también. En efecto, diez metros nos separan, pero ambos sonreímos tímidamente mientras abandonamos esa esquina y caminamos al centro de la sala nuevamente hasta encontrarnos una vez más. Saco la cajita de que he mantenido en mi bolsillo y tomo su mano con suavidad para dejarle su regalo sobre ella; retiro mi tacto de forma inmediata y espero. —No es un cumpleaños sin regalos. Issa sonríe, abre la cajita con lentitud y saca un collar con el dije de un ave fénix. No fue fácil encontrarlo, pero no podía pensar en algo más representativo de ella. Y sé que valió la pena cuando levanta el dije frente a sus ojos y se le iluminan, también se ríe, pero creo que es una buena señal. —Me encanta, gracias —dice—. ¿Me ayudas? Issa de da la vuelta y aparta su cabello para que le coloque el dije alrededor de su cuello. Soy muy cuidadoso de no tocarla para que no se sienta incómoda. —Y ahora… vamos a otro lugar. — ¿A dónde? —pregunta con sospecha y emoción. —Por favor, no lo cuentes. — ¿Qué? —inquiere sin entender. Sonrío, pero no le respondo. Salimos de la terminal Gran Central de New York y, como buenos neoyorquinos, tomamos nuevamente el metro. Aunque esta ocasión el trayecto no es para nada largo. Bajamos en la estación correspondiente y caminamos un par de cuadras, hablando de todo y de nada a la vez. —Es aquí —informo cuando llegamos a un local cualquiera, poco impresionante. — ¿Aquí? —La decepción en su voz es un indicador de que siempre espera que tenga un buen plan; supongo que tendré que esforzarme siempre—. Es… está limpio. Suelto una carcajada. —Vamos, entra —pido. La dejo que pase y luego la sigo al interior; es igual de simple que el exterior y hay muy pocas mesas ocupadas—. No, no. Por aquí —le indico cuando veo que se va a sentar en la mesa más cercana—. Te lo dije: Por favor, no lo cuentes. — ¿Que…? En un diminuto cuarto conjunto hay una cabina telefónica muy vieja donde tienes que descolgar el teléfono y marcar el número que, supuestamente, pocas personas conocen. —Esto me recuerda como cuando Harry y el señor Weasley van al Ministerio de Magia y utilizan una cabina telefónica —dice Issa. Finjo que no sé de qué habla, además me parece divertido que recuerde eso—. Ya sabes, en Harry Potter. —Eso es algo muy ñoño —digo riendo—. Esta es la entrada a un bar: Por favor, no lo cuentes. Ahora conoces otro secreto de la ciudad. — ¿Cómo es que conoces tantos lugares? —Soy mexicano. Me encojo de hombros. La puerta secreta se abre para nosotros y un mesero aparece en la entrada. Le sonrío a Issa mientras pasamos al interior y descendemos un par de metros bajo tierra hasta llegar a un bar mucho más íntimo. La luz es tenue y en colores opacos, hay una larga barra con varias botellas de todo tipo de licor y pocas mesas reservadas del lado contrario. Me quito la chamarra cuando elegimos la mesa más alejada y nos sentamos uno frente al otro. —Me siento como en una película. —Por favor, que sea una de acción y no Harry Potter. —A todo el mundo nos gusta Harry Potter —se queja—. Creo que quiero pedir algo… fuerte. —Por eso vinimos —bromeo—. Tu primer trago de forma legal. — ¡Cierto! —Aplaude en el aire—. ¿Crees que me sepa diferente? Otra vez me río. —Podemos hacer el experimento. El mesero llega a tomarnos la orden y tiempo después nos traen un par de hamburguesas, una margarita y una cerveza. No le doy el primer trago porque Issa me detiene. —Espera, debemos brindar. —De acuerdo… Brindemos por ti y tus veintiún inviernos. —Y… por los nuevos comienzos.
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