Lo que fue de ella.

1811 Words
Le doy una calada más al cigarro y mantengo el humo un rato hasta sacarlo lentamente; así dos veces más hasta que golpeo el cigarrillo contra la banca y lo tiro al cesto más cercano. Canasta. Saco una caja con pastillas de menta y me echo dos a la boca. Cierro los ojos y meto las manos en las bolsas de mi abrigo. Puto frío de mierda. Me mantengo en la misma posición hasta que alguien se deja caer a mi lado en la banca y choca de forma intencionada (y estrepitosa) sobre mí. — ¡Ah! —suspira Issa, sonriente—. Un día maravilloso, ¿no lo crees? —Lo que creo es que te burlas de un pobre hombre que hasta hace un año no conocía este tipo de nevadas —me quejo. —Es interesante saber que el gran rockero tiene una deliberad —me molesta, más. Chasqueo la lengua y finjo estar muy ofendido mientras Issa se ríe; esa melódica risa suya. —Te odio —digo a modo de juego; pero creo que, en realidad, significa: te quiero. —Puedo soportarlo —responde, sonriente. El día de hoy se ve muy bonita; con la nariz roja y las mejillas sonrojadas por el frío, la chamarra blanca y el gorro a juego, los ojos destellantes y la sonrisa sin miedo—. ¿Estás listo? Debemos elegir mi nuevo hogar. —Este esclavo está a tu disposición. —Extiendo la mano y me pongo de pie al mismo tiempo que lo hace Issa y caminamos por el parque de Greenwich Village rumbo a los departamentos que quiere ver—. ¿Por dónde quieres comenzar? —Todos quedan hacia la izquierda, podemos empezar desde el más cercano. Sólo quiero ver cuatro. — ¿Hacia la izquierda? —repito, aguantando las ganas de reír ante sus indicaciones—. ¿No existe el nombre de una calle? —Cállate, no me molestes —ordena riendo; me da un empujón amistoso y mantiene en su rostro la misma sonrisa de yo. Es la primera vez que salgo a solas con Issa desde hace mucho tiempo, ya casi un año entero desde su cumpleaños. Ella propuso la salida y fijó la fecha; tan sólo no me lo esperaba dos días después de su llegada, pero claramente no la iba a rechazar. Me gusta que las cosas no se sienten complicadas, que no empezamos con un «cómo estás» o un «cómo te ha ido» incómodo; comenzamos como si el tiempo no hubiera pasado y fuéramos esos amigos que se encontraban en el vagón del metro. —Mañana es tu cumpleaños —comento no tan casualmente; Issa asiente y me mira—. Bueno, ¿qué harás para festejar? —Si todo sale bien hoy, mudarme, sólo eso. Se encoje de hombros y le creo; creo que no es algo que le emocione en exceso o que le quite el sueño, ahora tiene otras prioridades, aun así, debería tener ese espíritu infantil y soñador que antes tenía. — ¿No saldrás con April? —Celebramos nuestros cumpleaños el 11 de enero, juntas. —Ah, cierto, lo había olvidado. Bueno… —me aclaro la garganta y no entiendo por qué mierda es tan difícil sacar las palabras—, nosotros dos deberíamos hacer algo. Sabes que siempre encuentro a dónde ir. — ¡Ah! —Mira en mi dirección con agudeza y un poco de osadía—. ¿Acaso estás invitándome a salir? Evité esa palabra justamente para que no se volviera incómodo o presionarla de algún modo, pero, al parecer, la que tiene ganas de jalar la cuerda hasta presionar es Issa. —No —respondo inseguro mientras Issa sólo se ríe—. O sí. No. Me refiero a que no es una cita plan romántico, sólo… salgamos juntos. Issa sonríe y mira al frente, caminando sin ninguna preocupación extra ni nada que la atormente. —Está bien —contesta finalmente—. Me gusta salir. Pero luego tendrás que ayudarme a mudar. —Lo de ser tu esclavo te lo tomaste muy literal, ¿no? —bromeo. —Pienso explotarte todo lo que pueda y no me vergüenza admitirlo. Suelto una carcajada, una de esas que son fáciles de soltar cuando estás con la persona correcta. Continuamos caminando por la calle en medio de la ligera nevada, algunos copos de nieve caen sobre nosotros y en medio de nuestra plática sobre los sinvergüenzas que no temen usar a sus amigos. Y de la nada, Issa se roba otro momento sin pretenderlo. Se detiene en una esquina cuando aparece la luz roja del semáforo, pero alza la cabeza con los ojos cerrados y saca la punta de su lengua para poder tocar un copo de nieve con ella. Y en las películas este sería el momento en el que el protagonista es consciente de que se enamoró hasta la puta médula de la chica, la escena se queda en silencio y la cámara los rodea; pero aquí, para mí, es el momento en el que recuerdo todo lo que sentía por Issa y cómo me enamoré de ella y sí, los sonidos del exterior desaparecen inexplicablemente, sin embargo, en mi cabeza aparece una melodía inédita e increíble que sólo le pertenece a este momento. Y también me doy cuenta de que tengo miedo. Miedo no saber llegar a Issa o de cruzar un límite que ella aún no quiera derribar. Porque sí, lo respeto y lo entiendo completamente, pero también sé… que esta vez me va a doler más. — ¿Mat? —La voz de Issa me trae a la realidad; me observa un paso por delante en medio de todas las personas que cruzan la calle—. ¿Quieres que nos quedemos aquí? ¡Qué cursilerías estaba pensando! —Lo siento —digo avergonzado y retomando la marcha—. Creo que el frío me afecta más de lo que creí. —Si te portas bien, quizá te invite un café. —Yo siempre me porto bien. —No estoy muy segura de eso. Espera, creo que es aquí. Issa saca su teléfono y mira la dirección del primer departamento que quiere ver; resulta que no, no es donde nos detuvimos, sino el edificio contiguo. Ahora me doy cuenta de que Issa es terrible para las direcciones, pero me divierten sus indicaciones. El encargado del edificio ya nos espera cuando llegamos hasta él, así que nos muestra el departamento en renta que tiene para Issa. Es un bonito lugar, espacioso, digno de una película norteamericana, pero el alquiler es muy caro, y tiene varias fallas una vez que hemos revisado a conciencia. —Voy a pensarlo un poco más, muchas gracias por su tiempo —dice amablemente—. Hasta luego. El segundo departamento no está tan bien como el primero; de hecho, me parece una burla la renta exorbitante para las precarias condiciones del lugar. Issa está de acuerdo. Porque no duda en hablar sobre las goteras, la fuga del baño, el marco de las ventanas y los pisos de madera vieja; eso sí, lo hace con la misma cantidad de respeto y amabilidad como de decisión. Así que esto es lo que fue de ella… De las cenizas resurgió la mejor versión, la que no tiene miedo de decir lo que piensa y la que no sé queda callada cuando algo no le parece, pero conservando todos los buenos rasgos que siempre tuvo, el respeto, la gentileza, la inocencia. El mundo es muy jodido, pero eso no quiere decir que todas las personas sean iguales; en un mundo lleno de envidia y odio, hace falta más gente amable, que sonría al dar los buenos días o que ofrezca su mano con ayuda, eso sin dejar que nadie le pase encima. Resulta que se puede ser chingón, sin chingar a los demás. —Este lugar sí me gusta —dice Issa cuando visitamos el tercer departamento y la encargada del lugar se retira para arreglar algo con el conserje—. Es espacioso, limpio, está bien ubicado y puedo pagarlo. ¿Qué opinas? El lugar es amplio, limpio y entra mucha luz por las amplias ventanas que dan directo a la calle abajo. Tiene una sola habitación y el resto actúa como un loft; en la parte de arriba bien puedo imaginar a Issa sentada frente a un bastidor pintando todo el día. —También me gusta —concuerdo. Se acerca a la ventana y la sigo por puro magnetismo—. Siento que este lugar fue hecho para ti. — ¿Sí? —pregunta con sus ojos brillantes de emoción—. Ya estoy pensando en poner algunos cuadros. Pinté mucho estando en Londres. — ¿Los podré ver algún día? Issa no responde inmediato, primero me observa y toma mi mano con cariño, es un gesto muy simple y muy rápido, pero ahí está. —Cada pintura es un reflejo de mí; el arte expresa lo que el artista ni siquiera sabe que siente, no hay forma de ocultarlo. Quizá sí, quizá podría enseñarte mi arte. Entiendo de lo que habla. No soy bueno con las palabras o los discursos, pero mis canciones dicen por mí todo lo que no puedo. Y sus pinturas cuentan lo que Issa sentía en su momento. Si pudiera estar seguro de lo que Issa quiere o si tuviera más valor, la besaría. Tomaría sus mejillas con fuerza y la besaría sin ningún límite, apenas tomando tiempo para respirar. Porque quiero, porque lo deseo, porque tengo ganas. Y porque quiero recordar la extraña sensación que tuve la primera y única vez que la besé. —Quedó listo —interrumpe la duela del lugar. Maldita sea—. Las llaves ya están abiertas para que pueda revisarlas y me informan que la calefacción ya sirve. Issa me sostiene la mirada un segundo más antes de responder. —Gracias. Camina hacia la dependienta y yo me quedo sujetándome la cabeza con fuerza porque no puedo creer que con veinticinco años no pueda acercarme a una chica y decirle algo interesante. Es fácil hablar con Issa, pero no es fácil conquistarla porque no tengo ni puta idea de lo que debo o no hacer. El resto de la tarde transcurre sin más momentos incómodos. Revisamos el último departamento de la lista y al final vamos hasta una cafetería simple para beber un poco de café (o eso dice Issa que pide, pero en realidad es una bomba de tiempo con potencial riesgo para convertirla en diabética) y hacemos una ridícula y divertida lista con pros y contras de cada uno de los departamentos. Aunque desde el inicio sabíamos que el ganador sería el tercer sitio. Y esa noche llego a mi casa a buscar el regalo perfecto para la chica correcta.
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