Capítulo 2

1588 Words
Andrea Entré al salón de clases de octavo después del cambio de docentes. El bullicio de la conversación y el movimiento de los estudiantes se detuvo por un momento mientras cruzaba el umbral de la puerta, pero pronto volvió a estallar con renovada energía. Un grupo de chicos aún estaba de pie junto a las ventanas, charlando animadamente sobre el último juego de fútbol, mientras algunas chicas se reían y compartían memes en sus teléfonos. Respiré hondo y sonreí, recordando lo que significaba tener catorce años y estar lleno de esa energía inagotable. Caminé hacia el frente de la clase, dejando que el sonido de mis tacones resonara ligeramente en el suelo, un recordatorio suave pero firme de mi presencia. —Bien, chicos, es hora de volver a sus lugares —dije, mi voz clara y amistosa, pero con la suficiente autoridad para cortar a través del ruido. Un par de estudiantes me lanzaron miradas rápidas antes de asentir y comenzar a dirigirse a sus asientos. Algunos murmuraban entre ellos, pero el tono se suavizó, mostrando una transición gradual del alboroto a la disposición para la clase. —Hoy tenemos algo interesante preparado, así que necesito que estén atentos —continué, esperando a que el último estudiante se sentara. Mientras se acomodaban, aproveché para mirar alrededor del salón. Los posters de celebridades y bandas adornaban las paredes, mezclados con citas inspiradoras en inglés que había colocado para motivarlos. Las ventanas dejaban entrar la luz de la tarde, creando un ambiente cálido y acogedor. Mi mirada se cruzó con la de Julia, una de mis estudiantes más aplicadas, quien me sonrió de forma alentadora. Su cabello rizado enmarcaba su rostro en una cascada oscura, y sus ojos brillaban con curiosidad. —Señorita Martínez, ¿vamos a ver otro video hoy? —preguntó Carlos, un chico con una inclinación por los juegos de palabras y un humor siempre listo para alegrar la clase. Sonreí, sintiendo una oleada de cariño por estos chicos. —Sí, Carlos. Hoy vamos a ver un corto sobre la importancia de la comunicación intercultural. Pero primero, necesito que todos saquen sus libros y cuadernos. Vamos a hacer un pequeño ejercicio antes del video. Hubo un murmullo de emoción entre los estudiantes mientras sacaban sus materiales. Sabían que mis ejercicios solían ser interactivos y diferentes a las clases convencionales. Me gustaba mantenerlos involucrados y hacer que aprendieran de maneras que fueran divertidas. —Bien, chicos, quiero que trabajen en parejas y creen un diálogo en inglés sobre una situación donde la comunicación intercultural es necesaria. Puede ser algo tan simple como pedir direcciones en otro país o tan complejo como resolver un malentendido cultural en un negocio. Tienen quince minutos para trabajar en esto, y luego algunos de ustedes compartirán sus diálogos con la clase. Los rostros se iluminaron con entusiasmo mientras se agrupaban y comenzaban a discutir sus ideas. Caminé entre las filas de pupitres, escuchando fragmentos de conversaciones y ofreciendo sugerencias cuando era necesario. Me encantaba ver cómo se esforzaban por usar el idioma de maneras creativas y efectivas. —Señorita Martínez, ¿puedo trabajar con Julia? —preguntó María, una chica tímida pero con un gran potencial, señalando a su mejor amiga con quien siempre se sentía más cómoda. —Por supuesto, María. Trabaja con quien te sientas mejor —respondí, dándole una sonrisa de aliento. Los minutos pasaron volando y pronto fue hora de que compartieran sus diálogos. Llamé a un par de grupos al frente y les pedí que presentaran. Hubo risas, algunas equivocaciones divertidas y, sobre todo, una atmósfera de aprendizaje y colaboración. —Excelente trabajo, chicos. Me encanta ver cómo se esfuerzan por mejorar cada día —les dije, sintiendo una genuina satisfacción y orgullo por sus logros. Mientras los estudiantes regresaban a sus asientos después de sus presentaciones, sentía que no solo les estaba enseñando inglés, sino también habilidades valiosas para la vida, y esa realización llenaba mi corazón de una calidez profunda. Miré el reloj y noté que el tiempo se estaba acabando. —Para la próxima clase, quiero que piensen en otras situaciones de comunicación intercultural y cómo podrían aplicarlas en sus vidas. Y recuerden, siempre pueden venir a mí si necesitan ayuda o tienen preguntas. El sonido del timbre sonó una vez más, señalando el final de la clase. Mientras los estudiantes comenzaban a recoger sus cosas, me acerqué al escritorio y tomé una respiración profunda. Salí del salón de clases sintiendo una mezcla de satisfacción y cansancio. Los pasillos ahora estaban vacíos, y el eco de mis pasos resonaba suavemente mientras me dirigía hacia la sala de profesores. El aire en los corredores era fresco, una ligera brisa se filtraba por las ventanas abiertas. Al llegar a la sala de profesores, abrí la puerta y encontré a varios de mis colegas ya reunidos. Algunos estaban sentados en los sofás, con expresiones de agotamiento, mientras otros se apoyaban en las mesas, hablando en voz baja pero animadamente. —¡Andrea! ¿Cómo te fue con los de octavo? —preguntó Luisa, la profesora de matemáticas con una sonrisa cálida y siempre dispuesta a escuchar. —Fue una clase intensa, pero logramos hacer algunos buenos ejercicios de comunicación intercultural. Los chicos estaban bastante participativos hoy —respondí, dejándome caer en un sillón y estirando mis piernas. Sentí cómo el cansancio del día se asentaba en mis hombros. —Me alegra escuchar eso —dijo Luisa, su rostro reflejando un alivio genuino. —A veces siento que es una batalla constante mantener su atención. —Hablando de batallas, los de décimo me dejaron agotado —comentó Miguel, el profesor de historia, mientras se quitaba las gafas y se frotaba los ojos. —Hoy parecía que estaban decididos a no escuchar ni una palabra sobre la Revolución Francesa. Ana, que había entrado detrás de mí y estaba ahora sirviéndose una taza de café, se unió a la conversación. —Son adolescentes, Miguel. ¿Qué esperabas? Su atención dura lo que un suspiro, y más si es después del almuerzo. Miguel soltó una risa cansada. —Sí, pero a veces me pregunto si realmente están aprendiendo algo. Hoy, uno de ellos me preguntó si la Revolución Francesa había sucedido antes o después de la Segunda Guerra Mundial. —Oh, vamos, Miguel. Son solo chicos. A veces parece que no escuchan, pero confía en que algo se queda. Además, nosotros también fuimos así a su edad —respondió Luisa, dándole una palmada en el hombro. —Hablo en serio. A veces, cuando veo sus trabajos, no puedo evitar pensar que algunos de ellos nunca cambiarán. ¿Has visto cómo no tienen ningún respeto por la autoridad? —intervino Marta, la profesora de química, con una mueca de desdén mientras hojeaba algunos informes. —Aunque algunos días son más difíciles que otros, son los pequeños momentos que hacen que todo valga la pena —añadí, tomando un sorbo de café caliente, sintiendo cómo el calor se extendía por mi cuerpo, revitalizándome. Miguel suspiró y se apoyó en la mesa, mirando su reloj. —Supongo que tienen razón. Quizás estoy dejando que un mal día me afecte demasiado. Luisa, que no solía mostrarse tan pesimista, asintió lentamente. —Es verdad. Todos tenemos esos días. Pero recordemos que somos una influencia importante en sus vidas. A veces, el simple hecho de estar ahí para ellos es suficiente. —No deja de ser una edad difícil, se creen invencibles —dijo Ana, mientras se acomodaba en una silla cercana. Sus mejillas aún estaban ligeramente sonrosadas por la reciente clase en el gimnasio. La sala de profesores parecía un refugio en ese momento, un lugar donde todos podíamos compartir nuestras experiencias y descargar las tensiones del día. Las voces de los docentes llenaban el espacio con una mezcla de cansancio y camaradería. —Es cierto, Ana. La mayoría de ellos piensan que saben más que nosotros y que nada puede detenerlos —respondió Miguel, esbozando una sonrisa cansada mientras se recostaba en su silla. Sus ojos mostraban tanto agotamiento como una chispa de ironía. —Y no olvidemos que las hormonas juegan un papel importante —añadió Marta, haciendo un gesto exagerado de exasperación que provocó risas entre todos. —Un día están tranquilos, y al siguiente, son como un volcán a punto de estallar. —Pero también tienen sus momentos dulces —dije, recordando las veces en que mis estudiantes habían mostrado una madurez sorprendente o un gesto de gratitud. —Como cuando entienden una lección complicada o cuando muestran empatía entre ellos. Esos momentos me recuerdan por qué estoy aquí. Ana asintió, tomando un sorbo de su café. —Hoy, uno de mis estudiantes, Javier, se quedó después de la clase de educación física para ayudarme a guardar el equipo. Solo porque vio que estaba sola. Son esos pequeños actos los que hacen que quiera volver a trabajar al día siguiente. —Sí, pero esos momentos parecen ser cada vez más raros —murmuró Marta, con una expresión algo amarga—. Hoy tuve que lidiar con un grupo que no paraba de interrumpir la clase con sus teléfonos. Parece que la tecnología es tanto una bendición como una maldición. —La tecnología puede ser una distracción, sí, pero también puede ser una herramienta poderosa si la usamos correctamente —dije, recordando cómo había integrado algunos recursos digitales en mis clases para mantener el interés de los estudiantes. —Eres demasiado positiva chiquilla —murmuró Marta con voz baja poniendo los ojos en blanco.
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