Andrea
¡Un usuario que sigues te invita a mirar su vivo!
El sonido agudo de la notificación en mi celular rompió la tranquilidad de la tarde mientras me sumergía en la corrección de exámenes. Al levantar la vista de los papeles dispersos sobre el escritorio, la pantalla brillante capturó mi atención.
Una sonrisa se dibujó en mis labios mientras observaba el nombre del cantante que había descubierto recientemente. Su música había encontrado un lugar especial en mi corazón, y desde entonces lo seguía de cerca en sus r************* . Cada transmisión en vivo suya se había convertido en un pequeño escape de la rutina diaria.
Eché un vistazo alrededor de la sala de profesores, donde reinaba un silencio casi palpable. Mis colegas habían abandonado el lugar, dejándome a solas con mis pensamientos y la tentadora notificación en mi pantalla. Sabía que tendría al menos quince o veinte minutos de privacidad antes de que alguien regresara.
Era perfecto.
Con un movimiento suave, saqué mis auriculares del bolso y los conecté con destreza a mi teléfono. El clic del botón sobre la notificación desató una ola de anticipación en mi pecho. La emoción se mezclaba con la expectativa mientras me preparaba para sumergirme en el mundo virtual del talentoso cantante que tanto admiraba.
Del otro lado de la pantalla me recibió él, y no podía negar lo atractivo que era. Su cabello rubio y largo caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro de rasgos definidos. Sus ojos increíblemente verdes parecían penetrar la pantalla, creando una conexión que casi podía sentir. Esa sonrisa que contagiaba... Todo era casi perfecto.
Casi.
El "casi" era muy importante. Su sonrisa, aunque hermosa y brillante, nunca llegaba a sus ojos. Había algo en su mirada que siempre parecía distante, un brillo ausente que me hacía preguntarme qué historias escondía detrás de esa fachada encantadora.
Mientras lo observaba hablar y reír con sus seguidores, una mezcla de admiración y curiosidad se apoderaba de mí. ¿Qué era lo que ocultaba detrás de esos ojos esmeralda? ¿Qué cicatrices del pasado nublaban su felicidad presente?
El sonido seco y repentino de unos cuadernos golpeando el escritorio a mi lado me hizo sobresaltar, soltando un grito de horror que resonó en la silenciosa sala de profesores. Mi corazón se aceleró, y sentí un sudor frío recorrer mi espalda mientras luchaba por recuperar el aliento.
Rápidamente me quité un auricular para ver quién había entrado. La puerta se había abierto sigilosamente, y frente a mí estaba Ana, con su característico porte despreocupado y una sonrisa traviesa en los labios.
—Estás colgada, ¿eh? —dijo Ana, su tono divertido y sus ojos chispeantes de curiosidad.
Mi mirada se deslizó hacia el reloj de la pared, dándome cuenta de que ya habían pasado mis quince minutos de soledad. El tiempo había volado mientras me perdía en la voz y la imagen de él.
—¡Qué va! Solo trabajando —dije, intentando mantener la compostura mientras mis dedos torpemente intentaban bloquear el celular. Pero Ana ya sabía bien lo que estaba haciendo.
—¿El gran Cristoph está en vivo...? —me preguntó enarcando una ceja con un toque de sarcasmo y una sonrisa cómplice.
—Es Christopher... Y sí, está en vivo —respondí, sintiendo un ligero rubor subir a mis mejillas. No podía evitar la emoción que siempre me invadía cuando hablaba de él, aunque tratara de disimularlo frente a Ana.
La sala de profesores, que hacía solo unos momentos parecía un refugio de tranquilidad, ahora se sentía llena de la energía disruptiva de Ana. Su presencia era como un torbellino, siempre trayendo consigo un aire de curiosidad y una pizca de caos.
Aun así, su compañía era reconfortante en su manera única. Su risa ligera llenó el espacio mientras yo guardaba mis auriculares y bloqueaba el teléfono, sintiendo que el momento privado que había compartido con Christopher se desvanecía como un sueño al despertar.
Mientras Ana se sentaba frente a mí, su mirada seguía fija en mi rostro, claramente divertida por mi reacción.
—Vamos, cuéntame, ¿qué estaba haciendo el magnífico Christopher? ¿Cantando una canción nueva para sus devotas fans? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Algo así —respondí con una risa nerviosa, tratando de no delatar la intensidad de mis sentimientos. Suspiré, intentando retomar la concentración en los exámenes que aún me esperaban.
—¿Salimos este fin de semana? —preguntó Ana mientras hojeaba una carpeta, su voz casual pero con un toque de expectativa.
—Este fin de semana estoy con Tomás —le respondí, tratando de mantener la concentración mientras colocaba un ocho en uno de los trabajos que estaba corrigiendo. Sentí la familiar mezcla de orgullo y responsabilidad cada vez que pensaba en mi hijo.
Ana levantó la mirada de sus papeles, sus cejas arqueadas en una expresión de sorpresa.
—¿No estuviste con él la semana pasada? —preguntó, sus ojos buscando los míos con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—Bueno... Su padre no puede quedar con él este fin de... —dije, sintiendo una punzada de frustración.
No era la primera vez que el padre de Tomás cancelaba sus planes a última hora, dejándome a mí con la tarea de ajustar mi vida para asegurarme de que Tomás nunca se sintiera abandonado.
Ana asintió lentamente, su expresión suavizándose mientras dejaba de lado su carpeta y me miraba con comprensión.
—Entiendo, Andrea. Siempre estás haciendo lo mejor para Tomás —dijo con una sonrisa de apoyo, y en ese momento, sentí cuánto apreciaba su amistad. Ana siempre había estado allí, ofreciendo una mano amiga y una oreja atenta, sin juzgar.
Miré por la ventana, observando cómo las primeras hojas del otoño comenzaban a caer, creando una alfombra de colores cálidos en el suelo. Una sensación de tranquilidad me envolvió brevemente mientras pensaba en el fin de semana que se avecinaba. Aunque no tendría tiempo para mí misma, sabía que estar con Tomás valía cada sacrificio.
—Gracias, Ana. A veces solo desearía que fuera más fácil —dije, volviendo mi atención a los exámenes.
Ana se levantó de su asiento y se acercó, colocando una mano reconfortante en mi hombro.
—No te preocupes, habrá más fines de semana. Y cuando tengas tiempo, haremos algo especial. Prometido —me dijo con una sonrisa que me hizo sentir un poco más ligera.
Sonreí de vuelta, agradecida por su comprensión y apoyo.
El sonido ensordecedor del timbre irrumpió por todo el secundario, resonando a través de los pasillos y reverberando en las paredes. Las puertas de los salones se abrieron de golpe y, como una avalancha desatada, los adolescentes comenzaron a circular por los corredores con una energía contagiosa.
—Animales salvajes —murmuró Ana frente a mí, su voz teñida de una mezcla de resignación y diversión.
La sala de profesores, que hacía unos momentos había sido un lugar de tranquilidad, se llenó rápidamente con el bullicio del cambio de clases. El zumbido constante de las conversaciones adolescentes, risas y exclamaciones se mezclaba en un caótico pero vivaz telón de fondo.
Ana y yo observábamos la escena desde nuestro rincón, compartiendo una mirada de comprensión. La marea de estudiantes se movía con una vitalidad desenfrenada, recordándonos la efervescencia de esa etapa de la vida.
—Siempre me sorprende cómo pueden tener tanta energía a esta hora del día —dije, tratando de aligerar el ánimo mientras recogía mis papeles dispersos sobre el escritorio.
Ana rió suavemente, sacudiendo la cabeza.
—Ah, la juventud. Algo que ya dejamos atrás, amiga. Aunque a veces no estaría mal recuperar un poco de esa vitalidad.
Sonreí ante su comentario, sintiendo un destello de nostalgia. Recordé mis propios días de secundaria, cuando el sonido del timbre significaba libertad y posibilidad. Ahora, en mi rol de profesora, ese mismo sonido traía una mezcla de responsabilidades y satisfacciones.
Los estudiantes se dispersaban poco a poco, y la sala de profesores comenzó a recuperar su calma relativa. Me puse de pie, estirándome un poco para aliviar la tensión acumulada de estar sentada corrigiendo exámenes.
—Bueno, es hora de enfrentar a nuestros "animales salvajes" —dije, con una sonrisa divertida, preparándome mentalmente para la próxima clase.
Ana asintió y me dio una palmada en el hombro.
—Vamos, a conquistar otro día.