Capítulo 29

1343 Words
Andrea Pasamos la tarde en la piscina, charlando de todo, conociéndonos más. El agua tibia y el sol acariciaban nuestra piel mientras nos sumergíamos en conversaciones sobre nuestras vidas, sueños y temores. Escuché cada una de sus palabras, cada sentimiento y experiencia que compartía, sin juzgar, sabiendo que él ya había tenido suficiente de eso en su vida. Habló de la presión constante de ser perfecto, de mantener una imagen, y de cómo eso lo había consumido. Mis manos se entrelazaron con las suyas bajo el agua, ofreciéndole un silencioso consuelo. —A veces, solo quiero desaparecer y vivir una vida normal, —dijo, su voz cargada de sinceridad y vulnerabilidad. —Aquí, puedes ser simplemente tú, Chris. No tienes que impresionar a nadie, —le respondí, sintiendo un profundo deseo de protegerlo de sus propios demonios. El sol comenzó a bajar, pintando el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa. La luz dorada reflejada en el agua creó una atmósfera mágica, un momento perfecto que quería congelar en el tiempo. Miré a Chris y, en ese instante, supe que quería más de estos momentos con él, momentos donde no había prisas ni preocupaciones, solo nosotros dos. —¿Te gustaría ir a ver la puesta del sol? —le pregunté, mi voz suave. Sabía que sonaba cliché, pero también sabía lo especial que podía ser compartir algo tan simple y hermoso. —Sí, suena muy romántico, —respondió, sonriendo. Sus ojos brillaban con una luz que me hacía sentir que todo era posible. Salimos de la piscina, nuestras risas resonando en el aire mientras nos secábamos y nos vestíamos con ropa cómoda. Caminamos de la mano hacia la playa, sintiendo la arena fría bajo nuestros pies. El horizonte parecía un cuadro, con el sol lentamente desapareciendo en el agua, dejando un rastro de colores intensos. Nos sentamos en la arena, uno al lado del otro, sin decir nada por un momento, solo disfrutando de la compañía del otro y del espectáculo natural frente a nosotros. La brisa acariciaba nuestras pieles y el sonido de las olas era un fondo perfecto para este instante. —Es hermoso, —susurró Chris, rompiendo el silencio. —Lo es, —respondí, mirando el reflejo de la luz del sol en sus ojos. Nos quedamos allí hasta que el último rayo de sol desapareció, y en la oscuridad creciente, me sentí más conectada con él que nunca. La oscuridad envolvió lentamente la playa, pero no era una oscuridad opresiva; era suave, casi reconfortante. Las primeras estrellas comenzaron a brillar en el cielo, y la luna, en cuarto creciente, reflejaba su pálida luz sobre el agua, creando una vista impresionante. Chris y yo seguimos sentados en la arena, nuestras manos todavía entrelazadas. Sentí un calor agradable donde nuestras pieles se tocaban, y mi corazón latía con una tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo. Era como si cada segundo con él reforzara la idea de que estar juntos era lo correcto. La playa, ahora bañada en luz de luna, parecía un mundo aparte, un refugio donde podíamos ser nosotros mismos, lejos de las expectativas y las presiones del mundo exterior. Finalmente, nos levantamos y comenzamos a caminar de regreso a la casa, disfrutando del sonido de nuestras pisadas en la arena y del suave murmullo de las olas. La brisa nocturna era fresca, y Chris pasó un brazo alrededor de mi cintura, acercándome a él. Sentí su calor y su protección, y me acurruqué a su lado, disfrutando del momento. —¿Sabes? —dije mientras nos acercábamos a la casa, —creo que este lugar tiene algo mágico. Cada vez que vengo aquí, me siento renovada, como si todo lo malo desapareciera. Chris sonrió y asintió, sus ojos reflejando la misma sensación. —Creo que tienes razón. Este lugar es especial. Pero creo que lo que realmente lo hace mágico es estar aquí contigo. Llegamos a la casa y entramos, el ambiente acogedor y familiar nos recibió. La cocina todavía olía a la comida que habíamos preparado, y la luz tenue de las lámparas creaba una atmósfera íntima y cálida. —¿Te gustaría bailar? —preguntó, sus ojos reflejando una chispa de emoción. —¿Bailar? —repetí, sorprendida pero encantada con la idea. —Claro, ¿por qué no? Chris buscó en su teléfono y pronto empezó a sonar una de sus canciones. La melodía era suave y envolvente, perfecta para un baile lento. Tomó mi mano y me atrajo hacia él, colocándola en su hombro mientras su otra mano se posaba en mi cintura. Bailamos lentamente, dejándonos llevar por la música. Nuestros cuerpos se movían al unísono, y cada paso nos acercaba más. La intimidad del momento era extasiante, y sentí cómo mi corazón latía con descontrolado, sincronizándose con el ritmo de la canción y el latido del suyo. La canción terminó y nos quedamos en silencio por unos momentos, simplemente disfrutando de estar cerca. Nos sentamos en el sofá, acurrucándonos bajo una manta. Sentí su brazo alrededor de mis hombros y me recosté contra él, cerrando los ojos y disfrutando del momento. Pasamos un rato más acurrucados, disfrutando de la música suave que llenaba la habitación. Pero eventualmente, la realidad del día largo y el cansancio acumulado empezó a hacerse sentir. Chris y yo intercambiamos miradas cómplices y supimos que era momento de decidir cómo queríamos pasar el resto de la noche. —¿Qué te parece si vemos una película? —sugirió él, estirándose un poco y sonriendo. —Algo ligero para terminar el día. —Me parece una excelente idea, —respondí, levantándome del sofá para ir a la cocina. —¿Te apetece un poco de palomitas? —¡Claro! —dijo, su entusiasmo reflejado en sus ojos. —¿Y qué película quieres ver? —¿Alguna comedia? Algo que nos haga reír— respondí mientras buscaba en la despensa los granos de maíz para hacer las palomitas. Chris se levantó y empezó a revisar el catálogo de películas en el televisor, pasando por varios títulos hasta encontrar una que nos llamara la atención. —¿Qué te parece esta? —dijo, señalando una comedia romántica que había escuchado que era muy divertida. —Perfecto, —respondí mientras la máquina de palomitas empezaba a funcionar. —Es justo lo que necesitamos para cerrar el día. Unos minutos después, con un gran tazón de palomitas en mano y algunas bebidas, nos acomodamos en el sofá. Chris tomó el control remoto y puso la película, y nos relajamos bajo la manta, listos para disfrutar de la noche. La película comenzó con un ritmo alegre y desenfadado, y pronto nos encontramos riéndonos a carcajadas de las ocurrencias de los personajes. Sentí a Chris relajarse a mi lado, y de vez en cuando me miraba con una sonrisa, como si disfrutara tanto de la película como de mi compañía. Hacia la mitad de la película, me di cuenta de que mis párpados comenzaban a pesar. El cansancio del día estaba cobrando su precio. Miré a Chris y noté que él también parecía algo somnoliento, aunque aún reía a las ocurrencias en la pantalla. —¿Estás cansado? —le pregunté, acariciando su brazo. —Un poco, —admitió, bostezando ligeramente. —Pero no quiero dejar la película a medias. —Podemos terminarla mañana, —sugerí. —Creo que ambos necesitamos descansar. Él asintió, apagando el televisor y levantándose conmigo. Nos dirigimos al dormitorio, apagando las luces a medida que íbamos pasando. Me quité la camiseta que había tomado prestada de Chris y me puse un pijama cómodo, mientras él hacía lo mismo. Nos metimos en la cama, y sentí una paz inmensa al tenerlo a mi lado. Nos acomodamos bajo las sábanas y él me rodeó con sus brazos, atrayéndome hacia él. —Buenas noches, Andrea, —susurró, besando mi frente. —Buenas noches, Chris, —respondí, cerrando los ojos y dejándome llevar por el sueño, sintiendo que, aunque el día había sido largo, terminaba de la mejor manera posible: juntos.
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