Gabrielle miró a su esposo con el rostro totalmente inexpresivo por unos largos segundos, luego pasó delante de él y caminó por el largo pasillo repleto de rosas. Habían flores incluso alrededor de las obras de arte más costosas que poseía el duque. Eran hermosa…un regalo para los ojos, pero al igual que sus espinas, dolían y dolían en el alma. Iker la siguió con el semblante caído, avergonzado y con el corazón en la mano para dárselo. No se sentía digno ni de pisar el mismo suelo que su esposa. Gabrielle tomó una de las rosas y apretó el tallo con fuerza, sintiendo como las espinas se clavaban en su carne y levantó aquella flor para enseñarla a aquel hombre arrepentido, dispuesto a todo por su perdón. -Gabrielle, te estás haciendo daño… será mejor que sueltes esa rosa.-se desesperó I