Con Cristina celebré regocijada este logro significativo en mi vida. Después de un año luchando por una mejor posibilidad de empleo, había dado un gran paso. Si no fuera por la situación de salud de mi madre, me sentiría la mujer más realizada en la vida. No todos los días una extranjera logra aplicar a un cargo de tanta importancia y sin título universitario.
El primer día de trabajo, en compañía de la Licencia del Departamento de Desarrollo Humano de la Corporación, hice acto de presencia en la Presidencia. Tal era mi nerviosismo por no saber a qué me podría enfrentar que al ver al Licenciado Alejandro O’Neill, creí desmayar ante tanta belleza, ante mis ojos tenía a un hombre varonil, fuerte, vigoroso, enérgico, poderoso, por todas partes exudaba la palabra peligro; sin embargo, no era algo que debía preocuparme pues por encima noté que no es hombre que tenga interés en una mujer de mi tipo, por lo que en ese mismo momento volviendo mi atención al trabajo, enfoqué mis plegarias en no permitirme cometer error alguno que motive un despido. Necesitaba el empleo y con él, el maravillo p**o que quincenal iba a ganar por trabajar para él.
Pasada la incomodidad del primer, segundo, tercer, cuarto día y esa primera semana, día a día he venido cumpliendo mi trabajo en el horario y bajo las condiciones que desde el primer momento el Licenciado Alejandro O’Neill, de manera formal me explicó de cómo le gusta que sea realizado el trabajo.
Enfocada en que todo el trabajo que salga de mi escritorio, no tenga el más mínimo error o detalle discordante que pueda darle pie a tener una queja de mi parte, he procurado absorber toda la información que me permita llegar al conocimiento de los procesos, forma de redactar y las particularidades específicas del trabajo; incluso para ello, me he quedado horas después de la salida habitual.
En todo este tiempo, después del trabajo me iba directo al centro de salud, pasaba la noche con mi madre, y al amanecer, salía directo hasta la casa donde vivimos a ducharme, medio preparar algo de comer en el desayuno, y el almuerzo cuando no me daba tiempo de preparar comidas para toda la semana, e irme a la oficina procurando llegar siempre antes de la hora de entrada. Mi vida era un incesante ir y venir sin real descanso.
Por un lapso de dos meses, la enfermedad de mi madre pareció estancarse, sentí una alegría silente, una esperanza de que pudiera superar este mal momento y volver a ser la mujer llena de vida que me sacó sola hacia adelante. Sé que debo mantenerme centrada, como bien me lo repite el doctor que la atiende, no hacerme ilusiones, por cuanto los pacientes con esa patología a veces tienen picos de recuperación o estancamiento, como ahora, y luego sorpresivamente decaen.
¿Cómo no he de guardar la ilusión de verla nuevamente siendo la mujer llena de vida que llegó a este país?, si es mi madre, la única que ha estado allí siempre para mí, el único familiar que tengo en esta vida.
Sin darme cuenta transcurrieron seis meses desde que comencé a trabajar en la Corporación, y en todo momento de parte del Licenciado solo he recibido órdenes para realizar el trabajo, concertar citas con sus novias o enviar algún obsequio a cualquiera de ellas.
Son muchas las mujeres que mis ojos han visto pasar del ascensor hasta su despacho, todas bonitas, de estatura promedio, muy bien arregladas, algunas educadas, y otras como él, un tanto mal educadas. Me ha tocado tener que tragar grueso para no responder ante las manifestaciones de desprecio que alguna de ellas me ha expresado, por el simple hecho de no agradarles mi apariencia. Por lo general poco me importan esta clase de comentarios, pero solo sí son hechos como comentarios entre o hacia otras personas. Ahora hacerlo directamente con intención de hacérmelo saber me enerva la sangre, me hace molestar. Estando en cualquier otro lugar, les hubiera respondido como se lo merecen, aquí tengo que morderme la lengua, sanar en cuestión de segundos mi dignidad herida y hacer de cuenta que no me importa lo que una de ellas pudo haberme dicho, por creerse mejores que yo.
Un día de la primera semana del mes de octubre, sentada en el escritorio frente al ordenador terminando un trabajo asignado de último momento, recibo una llamada del centro de salud. Preocupada decido contestar la llamada.
—Buon pomeriggio, parlo con la signorina Gil? —escucho al otro lado del teléfono la voz de una mujer.
—Si, con ella habla —contesto en mi idioma natal, desde que estoy aquí no he podido perfeccionar mi poca habilidad con el idioma.
—¡Ah!, habla español, ¡qué bueno! —Afortunadamente la mujer cambio la forma de comunicación-. Señorita apenas pueda debe hacer acto de presencia en el centro de salud, su madre tuvo una recaída.
Escuchar esta noticia me paralizó el corazón, estuve por varios segundo esperando escuchar cual iba a ser la siguiente palabra que iba a expresar la mujer al otro lado de la línea.
—Señorita Gil, ¿está allí? –Me pregunta haciéndome reaccionar.
—Sí, sí, disculpe.
— El doctor logró estabilizar a su madre, pero necesita de su aprobación para aplicar otro tratamiento –Me informa.
—¿Cómo está ella ahorita? ¿Está consciente? –Le pregunto angustiada.
—No. Tuvimos que sedarla, se descompensó porque tenía mucho dolor. Por orden del doctor aplicamos un medicamento para los dolores que la hace dormir —Me explica—, de todas maneras al usted venir él sabrá informarle con más detalles.
—Gracias –respondo colgando la llamada.
Sintiendo el corazón comprimido y un nudo en el pecho, guardo el móvil en la gaveta del escritorio, giro el cuerpo en la silla giratoria, volteo el rostro al ordenador con la intención de continuar con el trabajo; al hacerlo, sintiéndome observada, miró de reojo hacia mi izquierda. Me sobresalté al ver la silueta de una persona parada a un lado del escritorio.
—Licenciado me asustó —Le digo llevándome la mano al pecho al girar el cuerpo por completo y comprobar que es él.
—Aquí le dejo estas carpetas, voy a salir, no regreso —Me dice ignorando mi comentario, para luego voltearse sobre sus pies y caminar hacia el ascensor.
Con la mirada fija en su espalda pienso, que esta actitud es muy típica de él, sin nada de respeto ni educación, así como llega, se va, ni un buenos días, buenas tardes, buenas noches, por favor, gracias, nada de eso. Pareciera que para él no existen los modales. Es como si todos lo que estamos allí le debemos algo o simplemente estamos para servirles sin esperar de él un gesto de humanidad.
No entiendo por qué aun después de tantos meses sigue sorprendiéndome que haya personas como él, con tan mala disposición de llevarse bien con el mundo. Tan bueno que es mostrar un mínimo de educación,