—No puedes seguir así Alejandro —escucho a mi madre quejarse una vez más.
Hago caso omiso a su comentario, me vuelvo de espaldas con la almohada sobre la cabeza buscando descansar unas horas más, pero al tenerla ahí a un lado de la cama, hablándome en tono de voz algo molesto, con sus quejidos tormentosos, repitiéndome la misma letanía que se ha convertido en una especie de rosario de oraciones que recita cada vez que me ve, termino de decidirme por levantarme de la cama. Me paro frente a ella, la miro fijamente buscando algo en su mirada que me dé una señal de su empecinamiento en querer controlar mi vida, al pretender no solo buscarme compromiso, sino también decidir sobre el personal que contrato en mis empresas. Esto último es la razón de ser de su visita el día de hoy.
—¿Cuántas secretarias has cambiado estos últimos cuatro meses? –Me pregunta caminando detrás de mí.
—No tengo culpa que no me lleven el ritmo de trabajo –contesto mientras entró al sanitario con la intención de que me deje tranquilo aunque sea por esos minutos.
—Te espero en el comedor –Más que el deseo ferviente de una madre por compartir la comida con su único hijo, me sonó a amenaza.
No le respondí, las punzadas de la sien y la pesadez de todo el cuerpo, no me permiten siquiera pronunciar palabra; sin embargo, la intensidad de Bianca O’Neill, mi madre, puede levantar hasta un muerto de su tumba.
Vivo solo, bueno, con la servidumbre; pero Bianca aunque tiene su casa, pareciera vivir más aquí que en la suya. Ni descansar me deja con tranquilidad. A mis treinta años sigue pendiente de todo cuanto hago, me trata como a un niño. En cierta forma la entiendo, soy hijo único y mi padre falleció hace años, no tiene más familia que yo, sus negocios están en manos de su apoderado Manuel Andres; por lo que al no tener mayor ocupación en que distraerse, enfoca toda su atención en lo que ella llama el único objeto de mayor preocupación, es decir, en mí.
¡Cómo si de un niño se tratara!
Como casi todas las noches, la de ayer no fue la excepción. Después de salir de la Corporación fui a una cena de negocios con la hija de un político reconocido, y terminé cerrando un contrato millonario de la mejor manera, en una habitación de hotel, entre copas de champagne y del mejor sexo que cualquier hombre sueña tener hasta casi el amanecer.
Entre mis planes no estaba ir a la Corporación hoy, ni secretaria tengo. La última renunció hace dos días, apenas estuvo en el cargo quince días, ni tiempo se dio de aprender a organizar el archivo, solo elaboró unas cuantas cartas e informes. Reconozco que no le di mucho tiempo a aprender algo más. Es una mujer muy hermosa, una tentación, de esas que incitan a pecar nada más verla. Ya sabía, desde el día de la entrevista a la que me convocó la encargada del Departamento de Desarrollo Humano, que esa chica me serviría de mucha ayuda, y no solo en el trabajo sino también en esas otras actividades extracurriculares que demandan una atención especial.
Soy un hombre exigente, meticuloso, muy al pendiente de los detalles, las formas, las ventajas y los riesgos en mis proyecciones diarias, mensuales, en fin, en toda mi vida; por algo he logrado expandir mi empresa a diversas áreas del sector financiero en el país y en algunos otros países; asimismo soy a nivel lo personal, procuro llenar mis momentos de relajación con elementos que valgan la pena desde el punto de vista físico, desinhibidas, de mentalidad abierta, dispuestas a proveerme de momentos satisfactorios y de recibir la más grata de las atenciones, pero eso sí, alejadas de toda intención de esperar un compromiso de mi parte.
Tal es el caso de la última secretaria, y de muchas otras que han pasado por mi vida, por cuyos atributos físicos he terminado dejándome llevar hasta verme envuelto en situaciones de extrema confusión, porque muchas de ellas parecieran no entender el mensaje.
No soy hombre de compromisos. Eso del matrimonio y la familia perfecta, no está en mi proyección de vida. Prefiero la vida tranquila y despreocupada que me brinda el no tenerlos con ninguna mujer. Suficiente tengo con tolerar el carácter de mi madre, que aunque sé, se preocupa por mí, muchas veces se excede en su manera de manifestarlo, no me imagino tener en casa otra versión de ella. No quiero nada de eso en mi vida.
El ser un hombre millonario me ha dado todas las comodidades que pudiera necesitar, incluso las atenciones de una mujer. Sí necesito de una, simplemente consulto entre las que sé que siempre están disponibles para regalarme un buen rato de diversión; de modo que, sí bien puedo buscar entre ellas lo único bueno que una esposa me pudiera ofrecer, ni pienso en el matrimonio, no es necesario para mí. La experiencia me ha demostrado que solo representan malestares innecesarios para quienes no vemos en él, ese boleto a la felicidad.
Por esta razón, sutilmente terminé sugiriéndole a la última secretaria que debía orientar sus aspiraciones de señora y esposa, hacia otros prospectos con más disponibilidad de aventurarse en esas aguas, lo cual conllevó a un despido indirecto, por supuesto, sustanciosamente remunerado, pese a los pocos días que estuvo trabajado para la Corporación.
Con tal de seguir disfrutando de mi tan apreciada libertad, sin mayores escándalos que pongan mi apellido sobre el tapete de la opinión pública, valía la pena.
Así ha sido mi vida hasta ahora, solo que en estos últimos años, a Bianca O’Neill se le ha metido en la cabeza la exasperante idea de que debo estabilizar mi vida, como si tener al otro lado de la cama a la misma mujer todos los días es garantía de lo que a su modo de ver es estar estable. Cuando para mi, por comodidad y salud mental, estar en esa posición, está condicionado al hecho de que mis empresas sigan siendo las primeras en el sector financiero, aumenten mi patrimonio, y con ello poder seguir disfrutando de los beneficios que ellas generan al ser unas de las más prosperas en el sector empresarial.