Remembranzas: Regocijo ante la esperanza

1128 Words
Mi nombre es Camelia Gil, cuento con veintidós años de edad, de origen venezolano, de talla baja, con una estatura de un metro treinta y cinco centímetro aproximadamente, la estatura de un niño de siete u ocho años de edad, de tez blanca, cabello largo n***o azabache, ojos azules, cuerpo perfectamente definido. Soy única hija de Asunta Gil, una mujer que a sus escasos cincuenta años desde hace ocho meses se debate por sobrevivir a un cáncer de útero que le fue diagnosticado en este país. Por las posibilidades económicas de mi país me dediqué a hacer cursos de formación a la espera de poder ingresar en una universidad, sin embargo al no ver futuro para mí en mi tierra, con la ayuda de Cristina logré salir del país, y aquí estoy a un año de haber llegado luchando por abrirme paso en un país donde si bien sus habitantes son extrovertidos, me ha costado lograr convencerles de mis capacidades en los puestos para los cuales tengo conocimiento. Acudí al despacho del abogado, tal como Cristina me sugirió. Llegue a un edificio empresarial lujoso. Nada en comparación con los edificios de las empresas donde he ido a solicitar empleo. Fui recibida por una chica fina y perfectamente arreglada desde el cabello hasta la punta de los zapatos, que pude ver cuando fue a anunciarme con el abogado.                 —Adelante perdere (señorita) —Me invita la chica.                 —Grazie (gracias) —contesto. Ingresé a una oficina con tres veces el espacio de la recepción, perfectamente decorada bajo el estilo minimalista y la sobriedad propia de la personalidad de los abogados. Al fondo detrás de un escritorio, efectivamente se encontraba el mismo señor que vi en la oficina de Cristina hace unos pocos días. Es un hombre que raya más o menos en los cincuenta años, pero bien conservado.                 —Buenos días, señorita Gil —Me saluda el abogado.                 —Buenos días Licenciado —Le respondo.                 —Mi nombre es Augusto Sifuentes, abogado de la familia O’Neill —Se identifica—, tome asiento.                 —Grazie (gracias).                 —Seguramente, le habrá parecido curioso que le haya enviado a través de Cristina la información de la vacante en la Corporación O’Neill Financial —Me informa como si hubiera leído mis pensamientos.                 —Así mismo Licenciado —confirmo.                 —Le explico, estamos buscando una secretaria con características particulares para ejercer dicho cargo en la presidencia —guarda silencio por unos segundos—, cuando coincidí con usted en la oficina de Cristina y escuché que estaba en la búsqueda de empleo, consulté con la persona que se encarga de ubicar a los prospectos, a quien le pareció conveniente citarla para una entrevista.                 —¿Así no más? —pregunto.                 —Sí, si usted accede, enviaría su hoja de vida al Departamento encargado de la selección y reclutamiento del personal de la Corporación —asegura. —Una pregunta, solo por mera curiosidad ¿podría darme un estimado del p**o mensual? —indago. De escuchar la cifra que me acaba de dar el licenciado, casi me infarto. Ni trabajando tres meses seguidos para la floristería donde actualmente presto servicio llevando las cuentas del día, lograría hacer esa cifra. Con razón Cristina insistió en que viniera a verlo. Claro, esto me sirve para cubrir los gastos médicos y cumplir con otras obligaciones despreocupada de que no alcance el dinero para reponer la alacena.                 —Entonces señorita Gil —llama mi atención—, ¿acepta enviar su hoja de vida a la Corporación?                 —Sí, por supuesto —accedo—, acá se lo dejo —Se la entrego.                 —Complacido de que esa primera entrevista no haya sido en vano –Me dice con un dejo de satisfacción en la voz aun sin mostrar emoción—, en los próximos días esté alerta a su móvil, recibirá una llamada de la Corporación. Ya conmigo terminó la entrevista. Allá le informaran las condiciones de trabajo y los beneficios que envuelve el p**o mensual.                 —Grazie Licenciado —contesto. Salí del edificio con la ilusión a flor de piel. Primera vez, desde que llegué a Italia me siento realmente feliz. Mientras voy en busca del transporte para ir al centro de salud, no hago sino sacar cuentas mentalmente de todo lo que podría hacer con el saldo restante después de pagar la cuota mensual de los gastos médicos de mi madre. Tanto era mi regocijo que cuando llegué a la habitación que ocupa mi madre, la enfermera que la acompaña cuando yo no estoy me dijo:                 —Ha de haber recibido una muy buena noticia, desde que ingresamos a su madre aquí no le había visto sonreír —dice regalándome una sonrisa.                 —Algo parecido a una buena noticia, aunque no concreto nada aun —sonrío. Esperanzada y ansiosa, los días que prosiguieron solo miraba mi móvil esperando la tan esperada llamada que pudiera darnos un respiro a la angustiante situación de vivir limitadas porque lo que percibo se va en un ochenta por ciento en los pagos de las cuotas. Me encontraba ayudando a la enfermera a asear a mi madre, cuando por fin recibí esa tan anhelada llamada. Al día siguiente asistí a la entrevista, me esmeré como hacía tiempo no lo hacía en vestirme presentable, sequé mi larga cabellera, me puse un poco de maquillaje que normalmente no uso, y con toda la confianza que entiendo uno de debe transmitir siempre, me encaminé hasta el enorme edificio de la Corporación O’Neill Financial, siendo atendida por una mujer mayor, Directora del Departamento de Desarrollo Humano,  quien me dio toda la información de los beneficios y condiciones del trabajo, entre ellos me notificó el monto del ingreso a percibir. De solo escuchar esa nueva cifra quedé peor que el día de la entrevista con el licenciado; por lo que tuve que hacer mi mayor esfuerzo para concentrarme en la recibir y procesar en mi mente el resto de la información de tipo técnico que agregó y que es fundamental para poder optar al cargo. Decir que salí satisfecha de la entrevista sería engañarme, porque si bien cumplo con la mayoría de los requisitos, en mi contra pesaba el no tener título universitario, incluido como requisito en el perfil, y con ello, vi lejana la posibilidad de obtener un puesto de tal relevancia. Para mi asombro, la semana siguiente me llamaron a dos entrevistas adicionales, cada una con su grado de complejidad, que no hacía sino instalar la duda en mí de la imposibilidad de poder lograr superarlas, y con ello la de ocupar ese cargo que tanto necesito; pero al día siguiente de la última de las entrevistas, me llamaron para darme la buena noticia que había quedado en el cargo de secretaria de presidencia.
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