De haber sabido que la mañana de ese jueves veinticinco de abril de dos mil siete, comenzaría a vivir una vida de angustias, desesperos y amarguras al reencontrarme con mi peor pesadilla, el arrogante y egocéntrico Alejandro O’Neill, no le hubiese insistido a Augusto en asistir a la firma de esa transacción.
Ese reencuentro, volvió a darle otro giro a mi vida de forma radical, trayendo consigo una cadena de situaciones conflictivas que afectaron mi pequeño mundo, que a simple vista se traduce en mi hija Alessia y Augusto, mi socio y pareja sentimental desde hace apenas un año.
Volver a tener frente a mí a Alejandro O’Neill, desplegando toda su arrogancia y complejo de superioridad, trajo a mi presente recuerdos dolorosos que para mi tranquilidad y salud física y mental y la de Alessia, con mucho esfuerzo había decidido guardar en lo más recóndito de mis pensamientos.
De solo ver sus fríos ojos grises posarse sobre los míos, quedé inmóvil al entrar en la oficina del Registrador, no pude pronunciar palabra, ni siquiera el simple saludo de los buenos días, que siempre me esmero en pronunciar como parte de los hábitos de educación que aprendí de mi madre y que día a día procuro practicar.
Como si recibiera una descarga eléctrica en castigo por haber decidido darle un giro a mi vida alejándome de todo lo que él pudiera representar y huyendo del dolor de la pérdida de mi madre, paralizada allí frente a él, sentí un estremecimiento de mi cuerpo que casi en forma automática, como trasladándome en el tiempo de forma retrospectiva, me volvió a ese momento en el que puse un pie en su empresa.
Ocho años atrás
—Cami —me saluda al teléfono Cristina, mi amiga, la única que tengo en Italia desde que decidí irme con mi madre para esas tierras a probar suerte—, ¿cómo estas mi petit adorada? —siempre me saluda con el mismo cariño.
—Cris amiga, bien, acá con mi madre a la espera de que le hagan otros estudios —le contesto con desánimo—, y tú, ¿qué tal estas?
—Bien amiga, algo ajetreada porque poco a poco mi popularidad ha ido creciendo y me demanda más trabajo, pero feliz —dice con su buen ánimo característico.
—Qué bueno amiga, me alegro que por lo menos a ti te esté yendo bien —contesto triste mientras observo a mi madre acostada en la cama frente a mí.
—¿Qué te han dicho los médicos de tu madre? —pregunta cambiando el tono de la voz a uno más pausado.
—Nada que ya no sepa amiga, estoy a la espera que vengan a buscarla para hacerle nuevos estudios —suspiro—, me siento agobiada, pero luego te cuento.
—Entiendo, no es fácil —guarda silencio por unos segundos—, te llamaba para darte una noticia que tal vez cambiara un poquito tu panorama, pudiera ser un alivio entre tantas responsabilidades.
—Cuéntame que tan buena pudiera ser esa noticia —Le insto.
—En la Corporación O’Neill Financial están buscando una secretaria, según me enteré por uno de mis clientes, un abogado al que le estoy llevando sus r************* , tal vez no lo recuerdes, pero él si te recuerda perfectamente, estuvo aquí en mi oficina la última que estuviste hace dos semanas, y por casualidad escuchó cuando hablabas conmigo y me pedias te ayudara a conseguir un mejor empleo —hace una pausa—, él me pidió te dijera que si estas interesada, acudas a su despacho a entregar tu hoja de vida.
—¿Ese señor por qué querría que yo trabaje para él? —pregunto con curiosidad.
—No sé amiga, pero con ir a ver que ofrece y las condiciones para prestar el trabajo no pierdes nada, yo tú por lo menos daría este paso, recuerdas es la Corporación O’Neill Financial, un monstruo en el área de las finanzas —me anima-, el sueldo debe ser muy bueno, no cualquiera logra entrar a trabajar allí.
—Bueno, si insistes, envíame la dirección, mañana iré a primera hora, gracias Cris, eres un sol —Me despido de ella.
En el instante en que termino la llamada, entran en la habitación unos camilleros con la enfermera a buscar a mi madre para llevarla al área de diagnóstico a hacerle los estudios que tiene fijados para el día de hoy que servirán para determinar el avance del cáncer de útero que desde hace ocho meses la tiene postrada en una cama. Al ser hija única, sin ningún otro familiar en este país ni en el mundo, me toca dividirme en fracciones para atender todo, y fortalecer mi espíritu para no dejarme caer en esta dura prueba que la vida ha puesto sobre mis ojos.
Llegamos a este país buscando mejorar nuestra calidad de vida. Ciertamente, no vivimos mal, solo que mis proyecciones de vida no se corresponden con mi realidad actual. Se me ha hecho difícil encontrar un asiento permanente en alguna actividad formal que me permita cumplir mi sueño de darle una mejor vida a mi madre.
Antes de que le diagnosticaran esta horrible enfermedad, entre las dos cubríamos los gastos de manutención de la casa que tenemos arrendada, los servicios básicos, alimentación y una que otra distracción; pero, ahora me siento asfixiada al punto del desmayo por lo duro que ha sido para mí llevar sola toda esa carga, más el peso de aparentar frente a mi madre estar bien para no afectar su lucha diaria en contra de esta enfermedad que parece estarla marchitando poco a poco.
Ha sido cuesta arriba para mi poder asentarme en este país que aunque avanzado en comparación con el mio, para las personas con mi condición comenzar desde cero resulta un poco más complicado.
He trabajado como dependienta en tiendas de ropa, artículos de cuero, cajera de supermercados, y ahora, mi último empleo, en el que más he durado, como encargada de llevar las cuentas de una floristería. Satisfecha por estar trabajando en una de las áreas donde me he preparé antes de venirme a este país haciendo cursos, talleres y cualquier otra actividad certificada que me pudiera servir para trabajar mientras logro cumplir mi sueño de ingresar a la universidad.