Vladimir esperaba impaciente a que Isabella despertara para hablar con ella con toda seriedad, pues la culpa le carcomía la consciencia al pensar que ella había puesto su vida en peligro a causa de él. Él tomaba su mano cuando ella abrió los ojos haciendo que él intentara apartarse de inmediato para evitar alterarla.
— Su majestad, no se vaya — él apretó su mano para hacerle saber que se quedaría a su lado
— Isabella, al fin despiertas — dijo con alegría, pero manteniendo un tono de voz ligero — el médico yabte revisó y estarás bien si sigues todas las indicaciones
— Perdóneme, ahora sé que no fue usted
— ¿Tú... lograste recordar el rostro del desgraciado ese?
— No, pero sé que usted no se atrevió a...
— ¡Ni lo menciones! De no ser por mi mal actuar de esa noche, tú no te hubieras a...
— Sssshhh...
— De verdad, tú no hubieras arriesgado a salir a esas de no ser por mí
— Yo actúe sin precaución y usted no es culpable, si no el infeliz que me hizo daño
— Tú podrás decir eso, pero yo nunca me podré perdonar por haberte causado esa desgracia
— Aquí ésta el té de mi niña Isabella — interrumpió Moguelina
— Gracias, Miguelina, anda Isabella, debes beber ésto — dijo el rey sosteniendo la taza de té para ayudarle a beberla sin que hiciera esfuerzo e Isabella se acomodó en mejor posición para beber su té
— No es necesario que usted haga ésto, señor
— Pero quiero hacerlo y sólo el rey podría impedirlo — dijo un poco bromista
— Pero deberías ir a cambiarte de ropa, su majestad ésta todo empapado — añadió Miguelina
— Estoy bien, Miguelina, además, tenía calor
— Entonces, aprovecharé tu necedad para ir a preparar la cena
— Ve sin preocupaciones
Isabella y Vladimir se quedaron mirándose uno al otro, como perdidos, mientras ella bebía el té, luego que Miguelina se fue, Isabella comenzó a hablar de sus recuerdos.
— Esa noche yo me fuí muy asustada, se suponía que huiría con Enrique, pero él no estaba donde se suponía que me esperaría y entonces llegó ese hombre...
— No hace falta que me digas más si no quieres — ella lloraba
— No pude ver su cara, pero su voz...
— ¿Qué tiene de peculiar su voz?
— No lo sé, es como si la hubiera escuchado antes, sólo que no logro identificar dónde
— No te presiones, estoy seguro de que ya recordarás
— Usted debería ir a cambiarse, pronto deberá bajar a cenar
— No te preocupes por eso, sólo prométeme que no volverá a pasar nada como lo de hoy
— ¡Le juro que no intenté...!
— No hace falta que lo digas, lo sé
— Gracias, su majestad
— Puedes usar un disfraz terrorífico si quieres, pero sólo no vuelvas a asustarme de ese modo, ¿quieres?
— De acuerdo.
Todo iba en calma hasta la mañana siguiente, cuando el rey Alberto se hizo presente gracias a una carta.
— "Querido rey Vladimir II, hago de su conocimiento mi nueva amistad con el Gran Duque Oscuro, por quien ya tengo gran aprecio y escribo esta carta con el propósito de que se entere por mí mismo que planes de guerra comtra su reino siguen en pie, ya que usted no ha accedido a negociar como se lo he requerido, aunque quizá, me atreva a visitarlo de nuevo si me asegura que pronto se realizará su boda con la duquesa. Sin más por el momento..." Ese rey me está presionando para que me case, era obvio que el Gran Duque Oscuro no tardaría en comenzar con sus artimañas y ahora con la amistad de este presuntuoso rey... — Vladimir se mostraba preocupado por tener que casarse — ¡Miguelina!
Miguelina escuchó el llamado del rey y se apresuró para acudir a su llamado.
— Dígame, si majestad
— Que hagan venir de inmediato al consejero
— Enseguida señor — respondió ella con preocupación
Isabella, que ya estaba mejor, bajó para tratar de averiguar porqué el rey estaba tan de mal humor, otra vez, pero estaba temerosa de que el rey la recibiera como a todos los demás, por lo que sólo se quedó afuera del despacho esperando a que pidiera té o alguna otra cosa.
— Isabella, pasa — se escuchó la voz del rey, quien hacía rato que había percibido su presencia
— Hola, su majestad, — dijo ella nerviosa — sólo wstaba esperando afuera por si se le ofrecía algo
— Te agradezco y te pido disculpas por mi mal humor, pero hay problemas que debo resolver
— Problemas muy graves por lo que presiento
— Ni tanto, pero con una sola solución
— Supongo que esa solución no es de su agrado
— En absoluto, te lo aseguro
— Su padre solía decir que siempre había una manera, sólo que a veces se debe ser muy paciente para encontrarla porque es como buscar una aguja en un pajar
— Mi padre, no sé qué es lo que haría él de estar en mi lugar
— Seguramente bebería una taza de té e invitaría una de esas botellas que tiene a su costado, al consejero Josué
— ¿De estas? — preguntó el rey tomando una de las botellas
— Así es, él decía que era su elixir de la sabiduría, aunque más bien creo que era un pretexto para embriagarse con su bebida favorita en compañía de su buen amigo
— Creo que conociste a mi padre muy bien
— Creo que sí y no se preocupe, cuando el consejero llegue, lo haré pasar y no dejaré que nadie los moleste para que puedan beber tranquilos del elix...
— Elixir de la sabiduría — terminó la frase el rey
— Aunque no lo crea, usted y su padre tienen más en común de lo que cree
— Ya Miguelina me ha dicho eso antes
— Debe ser porque es verdad. Iré a preparar el té, el señor Josué no debe tardar en llegar
— Isabella, gracias.