Termino de revisar al paciente y me dirijo a la sala para descansar un poco del caos que se presentó en urgencias, dicen que los médicos la tienen difícil y es verdad, pero poco se habla de los que trabajamos como enfermeros, definitivamente no es sencillo brindar apoyo a cualquiera que lo solicite, tampoco el tener que correr como locos por todo el lugar llevando cosas, ni mucho menos soportar a los pacientes histéricos, llorones y los que hacen veinte mil preguntas, es sofocante a veces.
Miro la hora en el reloj que está en la pared percatándome que son las dos de la madrugada, sirvo un poco de café y me siento para revisar mi celular y entretenerme un poco. Comienzo a ver las notificaciones sin mucho ánimo hasta que una llama mi atención, abro la aplicación y reviso la bandeja de mensajes.
—Hola, reina ¿cómo estás? Sumiso a sus pies.
Una risa nerviosa se apoderó de mí al leer esas palabras, odio que me digan reina, pero ¿“sumiso a mis pies”?
—Esto es una locura —murmuré entre risas.
Pensé ignorar el mensaje y seguir de largo, pero tenía un cosquilleo en mi vientre que no se detenía con nada, mordí un poco ansiosa mi labio y esa manía que tengo de rozar mis dedos entre sí se hizo presente, solía pasar cuando algo emocionante estaba por pasarme y esta era una ocasión.
No me lo pregunten porque ni yo misma lo sé, pero respondí al mensaje, aunque después de recordar la hora que era me arrepentí al pensar que pude despertar a la persona, yo era la única loca a la que se le ocurría escribir a las dos de la madrugada a un desconocido en una red social, lo peor es que en su perfil no había fotos suyas, solo imágenes sacadas de internet de hombres sumisos o mujeres que emanaban poder.
—Muy bien, gracias por la oferta, ¿tú cómo estás?
Sí, es un poco tonto el mensaje, pero jamás me había pasado esto ni mucho menos he tenido un sumiso en mi vida, aunque eso no quiere decir que no pueda divertirme un poco. Dejo el celular a un lado al escuchar que el microondas se detuvo y voy para sacar mi comida, entonces el sonido avisando un nuevo mensaje me hace sobresaltar. Tomo el celular nuevamente y veo que esa persona respondió el mensaje, lo peor es que sigue escribiendo.
—Bien, ¿le gusta que sea así?... Me puede tratar a su antojo.
Muerdo mi labio más fuerte olvidándome por completo el hambre que tenía.
—Apenas estamos hablando así que aún no sé si me gustas, pero ya te diré después. ¿Haces esto seguido?
—Sí, nací para ser humillado, puede llamarme de la forma que desee, también de forma despectiva si más le apetece.
—Cálmate, detesto que corran cuando no quiero hacerlo y quiero saber otras cosas primero.
—Perdón, reina.
Definitivamente esto es mucho más emocionante que estar en urgencias.
—No vuelvas a llamarme reina, definitivamente necesitas aprender modales.
—Si usted me enseña estoy dispuesto a aprender ¿cómo desea que la llame? ¿diosa? ¿ama? ¿mi señora?
—Lo pensaré, debo irme.
—Sí, diosa, si me necesita estaré disponible para usted.
No contesté el mensaje, pero sin duda ver que alguien me dijera diosa hizo vibrar mi cuerpo con emoción. Me olvidé de la comida por completo y busqué entre mis cosas un pequeño amigo que siempre cargo conmigo, cerré la puerta con seguro y corrí un poco ropa.
—Mujer precavida vale por dos.
Dije sonriente a mi pequeña bala vibradora e introduje la punta en mi boca para después encenderla y ponerla en uno de mis pezones. Ese primer contacto era exquisito para mí, desplacé mi mano por mi abdomen hasta llegar a mi braga y pasé la bala al otro pezón reteniendo un suave gemido.
Al tocar mi piel pude sentir la humedad en gran medida, solo unas palabras que no tenían nada candente y ya me colocaron así de mojada... joder, tal vez si deba continuar con esa charla. Me olvidé de mis pensamientos enfocándome más en poner mi juguete en el clítoris, no quería perder tiempo, de por sí no lo tenía y tampoco quería que alguien me interrumpiera dejándome con las ganas.
Entre más paseaba la bala alrededor del clítoris y en la punta de este, sentía más placer, mordí mi mano conteniendo todo sonido que pudiese delatarme y mi cuerpo comenzó a moverse por sí solo, anhelaba tener un hombre que me penetrara ahora mismo, llevaba mucho tiempo sin tener sexo y los horarios en el hospital no me ayudaban en nada.
Mis gemidos se iban intensificando, aumenté cuatro veces más la potencia y mis muslos se levantaron en el aire al sentir el orgasmo venir con fuerza, no sé ni de dónde saqué la fuerza de voluntad para evitar el squirt, no quería un desastre, pero sé que esto me pasará factura después.
Luego de mi pequeño juego en la sala de descanso, volví a mi aburrido trabajo por seis horas más, después a mi aburrida casa y me di un baño. Escuché una notificación entrante interrumpiendo mi momento de relajación en la ducha y tomé el celular para revisarlo, entonces una sonrisa traviesa se hizo presente.
—Buenos días diosa ¿pudo descansar?
—No, estuve trabajando hasta hace poco y recién llegué a casa, lo peor es que me acabas de interrumpir mi ducha.
—Perdóneme diosa, quería saber cómo estaba. Si lo desea puedo ayudarla a relajarse.
—Puedes hacerlo dejando de interrumpirme maldito infeliz.
—Sí, mi diosa, si me necesita estaré a su entera disposición.
Después de eso no hubo más mensajes, me sentí un poco mal pues no sabía si me había pasado al decirle así, pero tampoco pregunté, sentí un poco de vergüenza y preferí dormir un poco para olvidarme del hecho.
(...)
Escucho que tocan el timbre y me levanto para abrir la puerta maldiciendo al cretino que osa despertarme.
—¿Qué quieres? —pregunté irritada, pero no vi quién era pues estaba frotando mis ojos para despertarme un poco más.
—Por lo visto interrumpí tu sueño, bella durmiente —abro mis ojos sorprendida al escuchar la voz de Carlos, mi vecino de arriba.
—Lo siento no me fijé quién era —respondí apenada.
—No te preocupes, sé que estás agotada por el trabajo y tienes mal despertar, pero al menos agradezco el gesto de confianza conmigo —dice con su gran sonrisa.
Lo miro extrañada a lo que él me da un vistazo repasando todo mi cuerpo, hago lo mismo y me percato que solo traía puesta una camiseta sin mangas y mis bragas, sentí mi rostro calentarse de la vergüenza al saber que me había encontrado de esta forma, pero él solo ingreso dándome un beso en la mejilla e ignorando el hecho en silencio. No dijimos nada del tema y fui a la habitación a cambiarme rápido.
A Carlos lo conocí un día que venía cargada con unas bolsas y amablemente me ayudó a traerlas a casa, desde entonces hemos hablado siendo buenos amigos, aunque casi no nos vemos por culpa de mi maravilloso trabajo (nótese el sarcasmo). Él se quedó en mi casa un par de horas hablando un poco y deleitándome con un delicioso almuerzo, al menos reconozco que fue una ventaja conocerlo al ser uno de los cocineros y dueños de un prestigioso restaurante junto a su amigo Javier.
Después de eso, me arreglé y salí nuevamente a mi trabajo muy feliz por la comida que me dio Carlos y la charla que tuvimos, le comenté de la persona que me escribió y dijo que le diera una oportunidad, tal vez podía distraerme con algo diferente en mi vida ya que no tenía mucho tiempo libre. Así, me arriesgué a escribirle nuevamente a la persona en cuanto llegué al hospital y cada que tenía una oportunidad de ver el celular respondía sus mensajes.
Los días fueron pasando y la relación con mi ahora sumiso, el cual sé que es hombre y no me atrevo a decir más porque en internet es mejor no creer todo, se volvió mucho más cercana, todavía era nueva en esto, pero él me explicaba algunas cosas y me contó otras de su vida. Él tampoco tenía mucha experiencia en el tema, pero siempre había deseado tener una dómina que lo adiestrara, a veces he pensado que la vida nos unió para complementar algo en el otro, pero todavía no sabía qué era con exactitud lo que él complementaba en la mía, quizás mi monótona vida era lo que él interrumpía dándome un poco de felicidad.
—¿Algún plan ahora que por fin sales a descansar? —pregunta Andrea, la jefa de enfermería.
—Dormir todo el día, comer toda la noche y repetir el proceso —reímos, pero es verdad, eso es lo único que haré en mis tres días libres.
Recojo mis cosas después de cambiarme y me dirijo al supermercado para abastecerme un poco, no quería salir mañana en todo el día, así que era mejor adelantar todo ahora. Tras una hora de compras y media más de espera en esa caja tan demorada, me dirigí a casa muerta del cansancio con todas esas bolsas tan pesadas...
—Desearía tener a mi perro sarnoso para que me ayudara a llevar todo esto.
—No soy un perro, pero puedo ayudarte si quieres.
Me sobresalté al escuchar a Carlos detrás de mí, por poco dejo caer las bolsas, pero por suerte él las tomó a tiempo evitando un desastre.
—Perdóname no quise asustarte —dice un poco avergonzado.
—Tranquilo, antes disculpa por escuchar eso, debo quitarme ese vicio de hablar sola —reímos relajándonos más y seguimos el camino a casa.
—Es divertido escucharte cuando haces eso, pero si necesitas hablar con alguien sabes que estoy para ti cuando quieras.
Tuve una extraña sensación en mi cuerpo, el tono en que lo dijo era cálido y amistoso como siempre, pero a la vez era como si dejara un hilo de perversión, incluso me recordó un poco a mi sumiso.
—No te burles de mí, no tienes derecho a hacerlo —dije en broma, pero colocando un tono serio.
—Parece que te decidiste a hablar con tu sumiso, estás un poco más agresiva de lo usual.
Sentí mis mejillas sonrojarse de la vergüenza y me adelanté un poco para que no lo notara, subimos al ascensor del edificio y un ambiente incómodo se fue formando en el ambiente, aunque él no hacía más que sonreírme.
—Lo siento mucho, no quería sonar de esa forma, solo era bromeando.
—No te disculpes Lena, me gusta esa actitud en ti, ahora ya no se sabe qué esperar contigo y también creo que el ser impredecible te hace más sexy.
Mordí mi labio, mi cara estaba demasiado roja y ese tic de mis dedos apareció. ¿Cómo podía decirme algo así? Salimos del ascensor y llegamos a la puerta de mi apartamento; donde abrí rápidamente e ingresé dejando las bolsas en la cocina al igual que él, luego lo vi caminar hacia la sala en lo que yo organizaba. No tenía cara para verlo después de lo ocurrido, pero tenía que sacarlo cuanto antes para calmarme pronto o iba a enloquecer, jamás hubiera querido que esto pasara.
—En verdad disculpa mi actitud Carlos, creo que terminaré con esa amistad, no quisiera tener problemas contigo y menos en el trabajo al dejarme llevar por ideas tan absurdas.
No hubo respuesta de su parte, más bien creo que el silencio que habita en el lugar se tornó lúgubre hasta el punto de causarme un horrible escalofrío. Miré en dirección a donde estaba él, tenía una mirada sombría, pero al mismo es como si tuviera una encrucijada en sus ojos.
—Te dije que no era malo Lena, no tienes motivos para renunciar a algo que te hace feliz.
—¿Cómo no? Mira cómo te hablé, no quiero que vuelva a pasar, tampoco quiero que algo así me ocurra en el trabajo y terminen despidiéndome.
—¡No puedes acabar con esto Lena!
Su voz era fuerte, profunda... lo peor es que causó un doble escalofrío en mi piel, uno que me advertía que algo malo pasaría y otro que me excitaba... Malditas ganas de follar, yo y mis ideas calientes.
—¿De qué hablas?… Carlos… yo… creo que lo mejor es que te vayas —dije un poco nerviosa, él parecía un león a punto de despedazar a su presa.
—Dime que no es enserio lo que dijiste Lena, dime que fue una broma.
Me encantaría más que él dijera eso para calmar mis nervios, pero en vez de hacerlo viene caminando hacia mí, por instinto retrocedo deseando que esto sea un sueño, una broma o yo que sé, pero quiero que se detenga.
—Carlos… —no puedo ni siquiera hablar bien.
—Estás mucho mejor ahora Lena, sonríes más, se te ve feliz y no aburrida como antes, incluso dijiste que esto era mucho mejor a cualquier otra cosa que hubieras experimentado antes.
¿¡Ya dije que estaba asustada hasta las tetas!? Porque si no lo gritaré a los cuatro vientos.
—Carlos por favor detente, te lo pido, detente.
—¿Detenerme? Eres tú la que quieres detenerlo cuando sé que en el fondo no es así, te excitas cuando tienes el control, te tocas pensando en las veces que tendrías esos tacones de punta dominando el mundo.
Fruncí el ceño pensando al detalle esas palabras, eso jamás se lo dije a él, nunca revelé mis conversaciones... a no ser que...
—Eres tú… —murmuré —Eres el perro sarnoso…
Excelente Lena, descubres que tu super sensual vecino con sonrisa moja bragas, cuerpo de dios griego y cara tallada por los ángeles es un psicópata, el sumiso al que le dijiste miles de cochinadas durante días ¿y lo primero que haces es llamarlo perro sarnoso? ¡Joder!, en serio te llevas todos los premios. Me regaño mentalmente.
Creí que se iría sobre mí, me gritaría o alguna otra cosa, pero el muy cretino ríe como siempre, se ve tierno, sexy y… ¡Ahg! contrólate Lena recuerda que es un psicópata.
—¿De qué te ríes? —pregunté controlando todas estas locas emociones en mí.
—Lo siento Lena, no creí que me llamarías de esa forma —sigue riendo suave hasta que un lindo sonrojo se asoma en sus mejillas.
—¿Todo fue una broma? —detiene su risa y me mira severo haciéndome tragar saliva con dificultad.
—La única broma fue la que dijiste ¿no es así? Porque si no, entonces tendré que demostrarte quién eres realmente y cuan feliz te pones cuando sacas ese lado oscuro y dominante-
Viene rápidamente hacia mí y yo retrocedo con la misma velocidad.
—Detente... por favor detente —suplicaba, pero no lo hacía —¡DETENTE! —grité señalándolo cual perro; a lo que él se detuvo en seco sorprendido.
—¡Maldita sea, ¿sí eres tú?! —¡obvio que es él, ¿qué pregunta tan estúpida haces Lena?!
De nuevo esa sonrisa de total alegría se dibuja en él, hasta puedo imaginarlo como un perro batiendo su cola.
—Sí mi diosa, no quería que nuestro encuentro fuese de esta forma, pero en cuanto la escuché decir eso mi corazón no pudo soportarlo, por favor no me abandone, se lo suplico mi diosa —habló tan afligido que me conmovió.
Carlos se acerca hasta quedar arrodillado frente a mí y besa mi zapato sin importarle nada.
—Ahora que sabe la verdad, le suplico que me pida lo que quiera y lo haré, pero por favor no me abandone.
Juro que estoy a nada de gritar mil locuras solo de ver esta escena, pero debo guardar la compostura. Me paro más firme y aclaro mi garganta para evitar mostrarle miedo, ahora yo tendría el control.
—¿¡Estás demente!? ¿Por qué mierda hiciste eso maldito cretino de porquería? ¿acaso sabes lo horrible que me siento al saber que me engañaste, jugaste conmigo y para colmo me reclamas algo como si tuvieras algún derecho? —creo que la perra desgraciada está surgiendo en mí.
—Perdóname mi diosa Helena, en verdad no quería asustarte, es que te veías infeliz, agotada y sin vida, solo quería saber si te atreverías a hacerlo, créeme que lo pensé mucho tiempo, pero en cuanto accediste me sentí muy feliz y juro que quise decirte muchas veces, pero…
—¿Pero? —pregunté con suave voz.
—Pero no sabía cómo reaccionarías, tenía miedo de que me rechazaras y más al saber los gustos que tengo, sé que no parezco ese tipo de hombre, pero me hacías muy feliz cada vez que hablábamos en persona y en ese chat, sentía que... sentía que había encontrado a alguien que me comprendía.
Tiempo fuera... repasemos los datos: tengo un vecino que está súper exquisito con cuerpo de gladiador, el cual vi por accidente una vez, un rostro tallado por los ángeles, sonrisa moja bragas, con pensamientos MUY pervertidos, le encanta que lo humillen, es amable, excelente cocinero, tiene su propio negocio, sabe despertar a la maldita desgraciada sádica degenerada en mí y acaba de confesarme quién es realmente... Bien Helena, solo hay una cosa que puedes hacer ante un psicópata degenerado con tendencias sumisas...
—Carlos, mírame.
Levantó su rostro taladrando mi alma con sus bellísimos ojos pardo que cambiaban con el sol, su emoción o la pasión.
—No voy a permitir que vuelvas a hacer lo que me hiciste maldita inmundicia de la naturaleza, te enseñaré a respetar a tu única diosa y a jamás sobrepasarte conmigo otra vez, así que quítate esa ropa de inmediato.
Él me mira muy confundido, sus ojos se abren sorprendidos y una ligera sonrisa se dibuja en su rostro, pero todavía no está seguro del todo. Di un paso sobre su mano que yacía en el suelo y presioné muy fuerte, él apenas y emitió un sonido, más nunca retiró sus ojos de los míos.
—¿Acaso no me escuchaste hijo de puta? Te ordené quitarte la jodida ropa, eres una basura inservible bueno para nada.
Presioné más y fue todo lo que necesito para despejar su última duda. Retiré mi pie a lo que él se fue retirando cada prenda bajo mi atenta mirada, me desafiaba, me provocaba y eso me excitaba. Al retirarse la ropa dejó únicamente el bóxer como acto de rebeldía, acto que me invitó a sacar más mi oscuridad.
—Eres un perro sarnoso inútil que no puede acatar bien una orden, no sirves para nada ¿y todavía pretendes que te tenga como mi sumiso?
—Su boca no tiene límites mi diosa y su filosa lengua puede jugarle una mala pasada.
—Eres un desgraciado ¡ARRODÍLLATE MALDITO INSECTO ASQUEROSO! —grité.
Ejecutó mi orden y fui a mi habitación para traer una caja especial, regresé a la sala donde acomodé una silla frente a él y comencé a desnudarme lentamente. Me encantaba ver su cara de furia combinada con deseo, esos ojos pardo oscureciendo con el caer de cada prenda, su respiración agitándose cual bestia enjaulada y sus uñas repasando su piel, un tic muy suyo cuando algo lo emocionaba hasta el punto de excitarlo, un tic que conocía desde nos vimos la primera vez y me encantaba.
Al quedar completamente desnuda me senté en la silla, abrí la caja frente a él y saque otra mediana, indiqué con un dedo que la abriera y así lo hizo encontrando unos tacones negros altos, no fue necesario decir una palabra pues sabía que ahora debía ponerlos y conocía el método para hacerlo, hablamos esto tantas veces que ya lo sabíamos de memoria.
Retiró el calzado y lo colocó en mis pies dejando previo un beso en cada uno de mis dedos, en el último dedo dejó un mordisco que generó una vibra entre mis piernas y coloqué mi sensual pie entaconado en su rostro, moví a la derecha como si de una cachetada se tratara y una sonrisa satisfactoria salió de ambos, entonces retornó su mirada a mí.
—Te daré un castigo que nunca olvidarás.
Abrí mis piernas quedando expuesta por completo ante él, saqué mi nuevo Hitachi Vibe, un vibrador con forma de micrófono que estimulaba una amplia zona a comparación de mi pequeña bala. Lo encendí y su mirada oscureció todavía más, distribuí un poco de aceite que también tenía guardado y repasé el juguete en mis tetas hasta que mis pezones endurecieron.
—¿Te gustaría pasar tu lengua en mis tetas?
—Sí, mi diosa.
Bajé el vibrador por abdomen y su tic se intensificó, con mis pies alejé sus manos para pisar esas musculosas piernas y el tacón se clavó en estas al llegar el vibrador a mi clítoris.
—Por favor mi diosa, te lo suplico.
—Así no suplican los perros sarnosos.
Se inclinó hacia mi pierna derecha lamiendo con un rostro de perro abandonado y chupó tan exquisitamente en un punto que pareciera haberlo hecho antes en mi piel. Aumenté la velocidad y mis gemidos se intensificaron al igual que mi placer. Él abrió más mis piernas sin decoro alguno, una corriente recorrió todo mi coño y el orgasmo quedó en las puertas.
—Tendrás que mejorar tus castigos —dijo con maldad.
Lo miré confundida, sonrío y arrojó el vibrador para convertir su lengua en mi perdición, este maldito bastardo sabía mover divinamente ese pedazo de carne viviente de su boca, pero otro fue el que deseó mi cuerpo. Tomé su cabello con fuerza para alejarlo, estuve a punto de dar la orden, sin embargo, él muy cínico quitó mi mano de su cabello y me cargó en su hombro.
Ágil, me llevó al cuarto tirándome en la cama, retiró su bóxer dejando ver la polla más grande que he visto en mi vida y lo peor es que se movía con firmeza. Me levanté de la cama y aprovechó para alzarme entre sus brazos, enrollé mis piernas en su cintura y el hijo de puta me empotró de un golpe soltando ambos un fuerte gemido.
—No tienes la más puta idea de cuántas veces me masturbé pensando en ti y cuántas más deseé follarte y sentirte como lo hago ahora.
—Cállate, imbécil, y mételo sin parar.
Nuestras voces jadeantes no volvieron a sonar más que al gemir, gritar y bufar del éxtasis tan magnífico que sentíamos. Ahora mi sumiso era mi bestia hambrienta de placer, hambrienta de mí y yo era su dómina, una, que después de sentir toda esa polla le enseñaría a comportarse, pero primero debía darle a mi cuerpo, mi alma y mi coño la recompensa por tantos meses de espera.