—Wow. Realmente esta deteriorada —dijo Raven al verla.
Travis bajó del lado del conductor y sonó las llaves en su mano.
—En llavero es nuevo —le dijo—. Sube. Conoceremos el pueblo.
Raven llevaba un bolso de tira colgado ladeado en su pecho.
—¿Conocerlo juntos? —preguntó apretando la tira de su bolso y con el entrecejo fruncido—. ¿Acaso no sales del rancho?
Travis se recostó de la cajuela de la camioneta.
—Trabajo mucho —mintió.
Raven era una mujer que recordaba lo que Travis decía con relación a su trabajo e incluso su vida social. Él le dijo que su jefe era un hombre flexible, sin embargo, en ese momento le dijo que trabajaba lo suficiente como para no conocer el pueblo. Ella sabía que él viajó de Chicago a Tennessee por trabajo, o eso le dijo Travis, pero había cosas que no concordaban del todo. De igual forma, Raven no era una detective privada y apenas acababan de conocerse. No lo presionaría para que dijera la verdad cuando ella también era un cofre de secretos a la espera de ser abierto.
—¿Hace cuánto la tienes? —preguntó Riley tocando la cajuela.
Travis miró la trenza ladeada de la chica y le sonrió.
—¿Me creerías si te digo que la tengo hace poco tiempo?
Raven miró lo deteriorado de la camioneta, y que prácticamente no contaba con una sección de la carrocería que no estuviese oxidada. Ella conocía poco de autos, pero era evidente que esa camioneta no tenía poco tiempo con él, a menos que la hubiese comprado en esas condiciones, pero nadie con raciocinio compraba una camioneta en condiciones de deshuesadero.
—No parece algo reciente —comentó Raven.
Travis tocó el óxido y luego se limpió la mano en el pantalón.
—Necesita amor.
Raven viró los ojos y tiró de la cinta de su bolso.
—Eso decía del rancho, y terminó cayéndose el techo —dijo ella señalando su rancho—. Lo que necesita es dinero.
Travis sonrió un poco cuando ella le arrojó las mismas palabras que comentaron cuando la ayudó a desempacar. Raven llevaba poco más de una semana en el rancho y los cambios apenas comenzaban a notarse. Raven usaba sus ahorros, unos que su trabajo le dio y un pequeño fideicomiso que su padre le dejó. No era demasiado lo que Raven tenía, y por eso le urgía trabajar.
—Bueno, vecina, sube —dijo Travis golpeando la camioneta—. Te llevaré al centro del pueblo si no nos perdemos en el camino.
Raven era pésima con las coordenadas, así que le dijo a Travis que se guiaran por los avisos en la carretera principal. El centro estaba a unos siete kilómetros, y la camioneta iba a veinte o menos kilómetros por hora, así que tardarían muchísimo. Raven miró por la ventana como un par de chicos en bicicleta los rebasaban sin problema. Travis miró de reojo hacia ella. Raven no estaba enojada ni incómoda. Estaba feliz de poder reírse de él. Además de que se apagó a menos de diez metros después de arrancar, que los vidrios laterales no bajaban y que el cinturón de seguridad fue lo que mató al antiguo dueño, todo estaba perfecto.
—Así que, Raven, cuéntame por qué estás en Tennessee —dijo Travis intentando animar la conversación para no pensar en la asquerosidad de camioneta que Devan ni debió pagar. Esa porquería no debía ser vendida, incluso como regalo era ofensivo.
Raven lamió sus labios y miró a Travis. A ella no le importaba que la camioneta estuviese en ese estado. Eso solo le confirmó que Travis era un hombre como ella, y que ambos luchaban por superarse. Su camioneta no era motivo de burla, aun cuando ella evitó reírse por todas las veces que se apagó y que incluso una anciana con andadera podía rebasarlos a la orilla de la carretera.
—Bueno, te conté que mi padre murió y ninguno de mis hermanos quiso la propiedad. Mi madre tampoco esta, renuncié a mi trabajo y aquí me encuentro, desempleada, viviendo en un rancho que se cae a pedazos. —Raven respiró profundo y exhaló una enorme bocanada de aire—. Esta fue la peor decisión de la vida. Quizá debí quedarme en esa escuela perdiendo el cabello.
Travis conocía la historia de la escuela en la que Raven trabajaba. Los niños eran demonios, y ella no amaba los niños. Fue una mala combinación, aun cuando al principio quería estudiar para ser docente. Para Raven era complicado dejarlo todo, pero lo único que extrañaba de la ciudad era que la comida llegaba caliente a la puerta de la casa y que la ciudad estaba a cuatro manzanas de casa, y no a siete kilómetros bajo sol abrasador.
—Mudarte no fue la peor decisión de tu vida —dijo Travis—. Comprar esta camioneta que se cae a pedazos sí lo fue.
Raven inclinó la cabeza hacia él.
—Al menos te lleva a alguna parte —dijo Raven.
Travis miró el kilometraje. De forma extraña, era lo único que funcionaba, así como los limpiadores del parabrisas.
—Nos lleva a veinte kilómetros por hora.
—Llegaremos… algún día —dijo ella cuando no evitó soltar una sonora carcajada y que la forma de su risa, así como el sonido, atrapase a Travis en su red—. ¿Tú por qué estás aquí?
Ellos, en el tiempo que llevaban conociéndose, hablaron un poco de todo. Hablaron de Devan, el supuesto dueño del rancho, de la propiedad de Raven, del clima que era completamente diferente al de Chicago, un poco de la familia y de las personas que los rodeaban. Travis, así como Raven, no le contaron sus más oscuros secretos al otro, así como también obviaron detalles importantes, entre ellos, el ex novio celoso y abusador de Raven, y el matrimonio por conveniencia de Travis, así como de Trinity.
—Quería un cambio de ambiente. Ya sabes, aire fresco del campo. —Travis miró a Raven, quien lo observaba con concentración. Travis sabía que si no lo decía en ese momento, la mentira aumentaría, y solo quería quedarse con una, no con el tumulto que crecía como una barrito—. Me alejé de mi esposa.
Raven produjo un sonido de asombro y miró estupefacta a Travis. Él jamás le comentó al respecto, y cuando Raven lo conoció, lo primero que observó era si llevaba o no un anillo de matrimonio. En ausencia del mismo, supuso que era un guapo soltero que trabajaba en un rancho aislado del mundo porque amaba los animales, no para escapar de su esposa.
—¿Eres casado? —preguntó Raven al no lograr asimilarlo.
Travis, aunque más rápido llegarían al pueblo caminando, miró al frente. Odiaría que de pronto saliese una anciana y la atropellase con sus maravillosos quince kilómetros por hora.
—Sí —afirmó Travis—. Estoy casado.
Raven notó que obvió la parte del felizmente. Lo usual era que las parejas dijeran que estaban felices con su matrimonio, no obstante, que él huyera de ella, no era una buena señal.
—Gracias a Dios no te pagué ayudarme con la mudanza invitándote a mi cama —soltó Raven—. Hubiera sido vergonzoso.
Travis la miró y Raven le regresó la mirada. No estaba bromeando. Estaba seria, sus ojos abiertos y sus labios separados.
—Hubiera sido una excelente forma de pagarme —dijo Travis al comprender que ella no jugaba con él—. No me quejo del vaso de agua, pero el sexo es mil veces mejor agradecimiento.
Raven asintió con la cabeza, aun con los labios separados, antes de que una sonrisa iluminara su rostro y riera con fuerza.
—Bromeo —dijo entre risas.
Travis carraspeó su garganta y fingió reír. Con total honestidad, Travis habría jurado que lo que ella le dijo era verdad.
—También bromeo —dijo Travis mostrando el dedo en el que no llevaba más que sucio de la camioneta—. Casado, ¿recuerdas?
Raven miró el dedo desnudo y Travis regresó la mano y la mirada a la carretera. Raven terminó de reír y miró de nuevo la mano de Travis. En su historia, había cabos sueltos.
—¿Y por qué no llevas anillo? —indagó Raven—. ¿Eres de los que se lo quitan o los que mienten al decir que lo perdieron?
Raven era menor que él, y era una mujer inteligente. Travis mantuvo la mirada al frente mientras su cerebro creaba otra mentira, esa vez no lo bastante confiable para que ella la creyese.
—Tienes razón, perdí mi anillo —dijo Travis mirándola.
Raven sonrió ladeada y se quitó el largo flequillo del rostro.
—No te creo una palabra.
—Lo juro. Creía saber dónde estaba, pero lo perdí. —Travis miró a la carretera y luego a ella—. Es la verdad, confía en mí.
Pedirle confianza sabiendo que le mentía, era una jugada arriesgada. A Raven le perturbó que no le dijera que estaba casado en esa semana, y que tampoco llevara anillo, pero lo que realmente le preocupaba un poco era que Travis no lucía como un hombre casado que huía de una relación tóxica.
—¿Sabes algo? —preguntó ella enderezando la espalda en el asiento incómodo—. No tienes el aire de un hombre casado.
Travis arrugó el entrecejo.
—¿Cómo luce un hombre casado?
—Arruinado, gordo, sin cabello y malhumorado —dijo ella con una sonrisa que nunca desapareció—. Si no me dices que eres casado, habría jurado que eres otro Don Juan.
Travis sabía a lo que ella se refería. Travis dejó los sacos, las chaquetas elegantes y todo el dinero en vestimenta en un compartimiento del armario en su habitación. Travis adoptó el look del campo, con sus camisas de cuadros abiertas, sus franelas blancas, los pantalones de mezclilla y las botas con tacones altos. Era todo un sureño sin el acento y sin la capacidad de bailar country. Travis alguna vez fue un mujeriego empedernido, y por instantes, cuando estaba con ella, el mujeriego brotaba.
—Lo fui —le dijo a Raven—. Fui un completo mujeriego.
Raven giró el cuerpo en el asiento y cruzó una pierna sobre la otra. Por el calor de la temporada, la chica llevaba un pantalón corto que apenas cubría su trasero y una blusa holgada y traslúcida en secciones. Lucía sexi; la clase de sensualidad que Travis no habría desaprovechado en el futuro. Gracias al matrimonio lo perdió, pero cuando ella cruzó las piernas y sacó un poco el pecho, enredando un dedo en la trenza, Travis sintió el nudo del erotismo en su garganta y las palpitaciones aceleradas.
—¿Seguro dejaste de serlo? —preguntó ella seductora—. Eres atractivo, Travis, más de lo que me atrevería a decir. Y sí, sé que suena mal porque estás casado, pero eres sexi, además de que tienes todo el porte de poder llevarte con facilidad a la cama.
Travis miró unos segundos sus piernas y luego sus labios. Su mente no dejaba de zumbarle que era un hombre casado y que debía respetar a su esposa, a medida que su cuerpo le suplicaba tomar a la jovencita diez años menor y enseñarle un par de lecciones. Era un jodido debate interno al que le ganó la cabeza.
—No soy un hombre tan fácil de llevar a la cama —dijo él.
—Ni yo una mujer a la que te negarías —respondió ella.
Raven volvió a sonreír, esa vez con un rastro de perversión.
—Bromeo, Travis. Deberías ver tu expresión —dijo enderezando la espalda, aun con la pierna cruzada—. Eres fácil de engañar. No creí que lo fueras, pero lo eres. Si fuese realmente alguien sencilla de llevar a la cama, me tendrías a tus pies.
Raven soltó un suspiro.
—No llevo hombres casuales a mi cama —confesó Raven.
—Espero que tampoco digas mujeres.
Raven sonrió y enarcó una ceja.
—No juego en ese equipo —dijo mirando sus manos apretar el volante—. Me refiero a que tener sexo casual no es lo mío. Aunque parezca una mujer alegre y que es abierta a conocer extraños, no siempre fui así. Tengo mis cicatrices, Travis.
Travis sintió que ella estaba herida.
—¿No todos las tenemos? —preguntó él.
Ella lo miró con melancolía y oscuridad en su mirada.
—Unos peores que otros —dijo Raven.
Travis sabía que una persona en su sano juicio no lo dejaba todo para mudarse a un lugar olvidado por Dios, por muy terribles que fuesen los niños o su vida. Había más que solo eso, y Travis esperaba conocerlo antes de que Trinity regresara a su vida.
—Espero conocer esa historia algún día —dijo Travis.
Raven lo miró con una sonrisa de complicidad.
—Con una taza de café y tu esposa —respondió ella.
Travis rodó los ojos y apretó el volante al escuchar esa palabra.
—No debí decirlo —soltó Travis—. Era mejor la mentira.
—Odio las mentiras. Es ruin. Es lo peor que existe.
Travis mantuvo la mirada al frente. Él también era la clase de hombre que odiaba las mentiras en el pasado, antes de dejarse envolver en una que lo llevaría a la peor ruina de su vida.
—Concuerdo —dijo Travis—. Mentir es horrible.
Raven movió los hombros y tiró de su trenza. Travis odiaba cuando decía más mentiras, así que prefirió cambiar el tema.
—¿Entonces te parezco atractivo? —le preguntó.
Raven sonrió y lo miró con los labios levemente fruncidos.
—Debajo del ego que sé que tienes, por supuesto —dijo ella.
Travis sonrió y ella también lo hizo. No era un juego de seducción, o ninguno lo vio como eso. Raven era una mujer demasiado recta como para mezclarse con un hombre casado, así que eso jamás se le cruzó por la cabeza en el viaje de una hora hasta el centro del pueblo. El lugar era tan típico, que Travis estacionó en una plaza pública para que Raven bajase a preguntar en varios locales y restaurantes. Suplicaría si era necesario.
—Si me dan el trabajo, te invitaré a cenar —dijo al bajarse.
Travis se recostó del volante y la miró al otro lado de la puerta.
—Llevaré cerveza —dijo él.
Raven sonrió.
—Es una cita de amistad —dijo antes de girarse y perderse.