4 | Aumentando la mentira

2154 Words
—¡Devan! —gritó Travis—. ¡Devan! Devan se encontraba sentado en la mesa del comedor con varios libros contables bajo sus manos. Devan llevaba el ingreso y egreso de la contabilidad dentro del rancho. Ya que era la única propiedad que le quedaba a Travis, él accedió a que su mayordomo guion único amigo, guion acompañante, guion la única persona en la que Travis confiaba, llevase su dinero. No era demasiado lo que entraba, Travis quería expandirlo para que el ingreso se duplicara, pero no sucedería hasta que Trinity, su esposa, inyectara el dinero que prometió. Llevaban poco menos de una semana casados, y eso bastó para que Travis comenzara a preguntarse si Trinity lo embaucó para quitarle su libertad. Y como Devan se encontraba en la mesa, elevó un poco los lentes sobre el puente de su nariz y miró a un Travis revolcado con tierra y con una leve y tenue protuberancia en su frente, acercarse enloquecido hacia él. Su respiración era acelerada, y Devan casi podía escuchar su corazón bombear la sangre. —Te necesito —dijo Travis deteniéndose en el umbral. El comedor se encontraba dividido por otro recibidor, una sala de recreación y la cocina, por lo que los umbrales en las puertas en forma de arco, dividían las distintas secciones del rancho. —¿Ahora qué quiere que haga por usted, señor? —preguntó Travis—. ¿Necesita que le consiga una madre falsa? Travis, quien sonreía emocionado por la nueva locura que se le ocurrió, cambió su felicidad por una expresión sombría. No le gustaba cuando Devan era sarcástico sin necesidad. —Con la madre que tengo es suficiente, gracias —respondió Travis igual de sarcástico—. Quiero que consigas la camioneta pickup más vieja y deteriorada que vendan en Tennessee. Devan creyó escuchar mal. Después de la guerra, tenía un problema en el oído izquierdo. Devan no juzgó antes de comprobar que lo que Travis decía era una incoherencia. —Tiene una pickup dos mil veintiuno en su garaje, señor —dijo. Travis lo sabía. Tenía la camioneta con la que llegó al rancho, sin embargo, era demasiado costosa y nueva para que Raven creyese que trabajaba como cualquier otra persona. Si aparecía con esa camioneta. Raven pensaría que los favores que le hacía a su jefe no solo implicaban masajear sus pies, sino otras partes de su cuerpo. —Quiero una camioneta vieja, que desprenda óxido y tornillos cuando la encienda —dijo—. Quiero algo que grite pobreza y ruina. Devan colocó ambos codos sobre la mesa y miró a Travis. —Comienzo a dudar de su estabilidad mental, señor —replicó—. ¿Se encuentra en condiciones mentales para manejar? Travis soltó un suspiro. Él no estaba loco, quería mantener la mentira a como diera lugar, por lo que necesitaba aparentar lo que no era para que esa chica no perdiera la confianza depositada. —Me encuentro en condiciones mentales de manejar una camioneta que posiblemente explote en el camino —dijo Travis. Devan lo conocía por más de siete años. Estuvo a su lado por ese tiempo, pero antes de él, lo conocía por su padre. Travis era la clase de hombre que no aceptaba un no por respuesta, y el que veía el vaso medio lleno aunque estuviese quebrado en el piso. Devan no se molestó en hacerlo recapacitar. Sabía que cuando una idea proliferaba la mente de Travis, nada lo haría olvidarla. En su lugar, lo hizo colocar los pies en la tierra con su realidad financiera. Aunque no estaba en la calle, no podía darse el lujo de comprar una camioneta para aparentar con Raven, cuando estaba a un mes de quedar en bancarrota de nuevo. —Me pregunto con qué la pagará —dijo Devan al colocarse de pie y señalar los documentos—. Esta a un paso de la bancarrota. Travis obviaba que pasó de ser un príncipe a un mendigo en un chasquido de dedos. Cuando él era un exitoso empresario, lo que quisiese lo tenía, pero en ese momento solo era un hombre que debía medir sus gastos o tendría que hipotecar el rancho para subsistir. Travis no pensó en ello cuando atacó a Devan en el comedor, y cuando él lo abofeteó con sus cuentas bancarias en blanco, Travis, en lugar de entenderlo, se empecinó aún más. —Págala con la tarjeta de crédito —le dijo. —¿La que le quitaron por sobre girarla? —replicó Devan. Travis elevó y azotó sus brazos contra sus costados. —Entonces con efectivo —dijo Travis. Devan elevó dos de las hojas en rojo sobre la mesa. —No tiene esa cantidad en efectivo —le dijo. Travis estaba cansado de las excusas. Quería que Devan la obtuviera a como diera lugar. No le importaba cómo, pero Devan tendría que conseguir una camioneta para que Travis llevase a Raven al centro del pueblo para encontrar trabajo. —No me importa si tienes que vender tu cuerpo, consigue una camioneta que apenas pueda llevarme, pero no tan dañada. Que al menos llegue al pueblo —dijo Travis—. Tienes el resto de la tarde y parte de la mañana para que me traigas esa camioneta. Devan asintió con la cabeza. Aunque Travis lo consideraba más que una mano derecha o un mayordomo, Devan conocía su posición en ese lugar. A diferencia de Travis, él si era un empleado que debía seguir las reglas de su jefe inmediato. —Le encontraré un auto digno de un encargado de las vacas —dijo Devan recogiendo los documentos de la mesa. Travis aplaudió un par de veces. —Te lo agradezco —dijo antes de girar y subir las escaleras. Travis no imaginó que la caída de la escalera lo dejaría en ese estado, pero cuando se miró al espejo, notó un par de raspones, una protuberancia en su frente y las marcas del vidrio cuando cayó al suelo. Esa mentira era dolorosa de mantener. Travis tendría que acabarla pronto, pero mientras ese momento llegaba. Devan tuvo que quitarle dinero a la comida de los animales para conseguir el efectivo suficiente para comprar una camioneta en menos de dos mil dólares. Por el precio no podía pedir demasiado, ni algo espectacular, sin embargo, cuando Devan contrató una grúa que llevara la camioneta, Travis se peinó el cabello al verla. —Te dije que encontraras algo viejo, no de la época de mi abuelo. —dijo Travis al ver la camioneta—. Eso no encenderá. Devan, por el poco tiempo que Travis le proporcionó para que encontrase una camioneta que se amoldara a sus necesidades, no tuvo más opción que ir al deshuesadero a menos de cuatro kilómetros y encontrar un auto que al menos encendiera. Era una pickup del setenta y seis, color aguamarina. El vidrio trasero estaba partido, no tenía espejos laterales, los rines eran cromados por el óxido y la puerta había que golpearla para que abriera. Ajeno a eso, las marcas del óxido comiéndose la carrocería eran suficientes como para necesitar cambiarla por completo. —Fue lo más viejo que encontré, señor —dijo Devan señalando la camioneta cuando la grúa se alejó—. Tiene sus piezas originales, su pintura original, y un único dueño que no firmó el traspaso. Travis pateó el caucho delantero. Al menos estaban llenos. —Casi muerto supongo —dijo Travis. —En efecto —dijo Devan—. El señor murió conduciendo. Travis, quien se acercaba a la manija de la puerta, se cohibió. —¿No es de mala suerte conducir un auto donde alguien murió? —Solo si su acompañante sería el espíritu del señor —dijo Devan en tono bromista—. Es usted el nuevo dueño. Disfrútelo. Internamente, Devan disfrutaba que Travis sufriera. Lo que le sucedía era producto de sus mentiras. Si se hubiese presentado como lo que era, no tendría que sentarse en un asiento donde alguien murió. Travis no quería probar la camioneta. Eran pasadas las diez de la noche cuando Devan llegó con ella. Travis le pidió al cielo que Raven se encontrase dormida cuando la camioneta llegase, y si le preguntaba, le diría que estaba en reparaciones. Todo estaba pensado con anterioridad, con tal de que ella no supusiera siquiera que él pudiera mentirle. Y llevando ese pensamiento, Travis se afincó de la manija para arrancarla puerta de sus goznes. El nudo de cables apenas mantenía colgando el encendido, y la palanca era un pedazo de tubo que se calentaba. —Todo sea por mi vecina —dijo Travis apretando el volante. Devan carraspeó su garganta. —Se esfuerza mucho por ella —le dijo. Travis giró la llave que Devan le dio y la camioneta chilló igual que engranajes intentando encajar. Era el sonido más horrible que alguna vez escuchó, y eso que estuvo en un sacrificio animal. —Te dije que la ayudaría como un hermano —dijo Travis. —Espero que no planee el incesto —replicó Devan al guardar las manos en sus bolsillos—. No es propio de los Tucker. Travis giró los ojos. Todo el rancho se iluminaba como un edificio cada noche, por lo que sus gestos eran vistos. Devan observó a Travis bajar la guantera de la que solo brotó polvo y varias arañas, y también bajar el espejo para cubrirse del sol. Lo que Travis hacía era un enorme sacrificio sin sentido. —¿Hasta cuándo le mentirá? —indagó Devan—. Se ahorraría muchísimos problemas futuros si tan solo le dice la verdad. La verdad no estaba en la agenda de Travis. Él no quería perder lo que comenzaba a germinar entre ambos. Travis sentía que si a esas alturas le decía la verdad, ella no lo perdonaría, y ni siquiera la conocía. Esperaría, aun con la incertidumbre de que ella nunca le perdonara no decirle quien era realmente Travis Tucker. —La mentira apenas comienza, Devan —dijo Travis al intentar encenderlo una vez más—. Tienes que cubrir mi espalda. —Sus mentiras serán más de las que podré cubrir. —Devan frunció el ceño cuando el tubo de escape comenzó a soltar un sonido igual que disparos de armas—. La jovencita parece alguien de buen corazón. Le sugiero que acabe con esta mentira. Travis intentó encenderla hasta que logró hacerlo. Travis soltó un pequeño grito cuando consiguió que encendiera las luces. —No lo haré. Lo que haré será llevarla al centro del pueblo para que encuentre empleo y se quede como mi vecina para siempre. Devan no quería ser el empleado molesto, ni recalcarle algo que él sabía, pero Travis parecía olvidar que no era un hombre libre. No importaba que su matrimonio fuese un convenio y que no lo hubiesen consumado. Lo que importaba era la firma en la copia del acta de matrimonio que Travis tenía en su despacho. —Su para siempre solo durará tres semanas cuando su esposa regrese —dijo Devan—. No ha olvidado a su esposa, ¿o sí, señor? Travis deseaba olvidar que estaba atado a Trinity. Quizá fue un error estar con ella. Aun no se arrepentía, lo suyo con Raven no era más que la compañía de vecinos, sin embargo, Travis, por instantes, odiaba recordar que no era el hombre libre que podía hacer cosas como las que hacía por Raven. Un hombre casado no debía estar en el rancho de una jovencita cambiando una bombilla, ni ayudándola a derribar un par de paredes, y menos llevarla en su camioneta al centro del pueblo. Una vez que Trinity llegase a su vida, todo sería diferente, y aunque el tema de los novios y las esposas aun no llegaban, en eso sí debía ser honesto. Si no lo sería con su verdadera identidad, lo sería con su estado civil. Travis soltó un suspiro y apretó aún más el volante antes de cambiar la velocidad y pisar el acelerador. La camioneta apenas arrancó, pero que se moviera un centímetro era un avance. —No hablamos de mi esposa. Hablamos de mi vecina —dijo Travis—. Si me disculpas, tengo a una jovencita que llevar mañana al centro, y daré una vuelta para probar mi nueva camioneta. Devan no comentó nada al respecto de Raven, y menos de Trinity. Lo que hizo fue decirle algo que el vendedor le comentó. —Sujétese fuerte —dijo Devan cuando Travis arrancó a cinco kilómetros por hora—. El antiguo dueño murió ahorcado por el cinturón de seguridad. Y dicho eso, tenga un buen paseo, señor. Travis tuvo un tic nervioso en el ojo cuando Devan lo asustó con la muerte del hombre, pero lo que debía preocuparle eran las mentiras que le decía a Raven y hasta dónde llegaría con ellas.
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