—¿Cómo que no tengo una cabra embarazada? —Ni siquiera tiene cabras, señor —replicó Devan. Travis se rascó el mentón. —Es que son ruidosas. No me gustan, pero ahora quiero una. Necesito una cabra, Devan, para el sábado —dijo Travis como loco porque no tenía una—. Además, tiene que estar a punto de parir. Devan carraspeó su garganta. —¿También desea que le prepare el cunero a la mini cabra? Travis, quien de nuevo enloquecía por otra de sus mentiras, lo miró sin rastros de risas ni nada que lo acercase a un chiste. —No seas irónico, Devan. —No sea mentiroso, señor —respondió con las manos alzadas, cansado de mentir por él—. ¿Dónde conseguiré una cabra embarazada que dé a luz el sábado a la hora que usted quiere? —Búscala en una granja de cabras —dijo Travis como algo normal—. N