Pocos días después de recuperar la electricidad en el rancho, Raven le pidió a Travis que la ayudase a colocar una lámpara de neón en el primer recibidor. Raven hacía todo lo posible para que el rancho tuviese algo de vida, que las telarañas no se comieran sus paredes y que la chimenea calentara una vez al día. Todo lo que debía desechar del viejo rancho, era más de lo que podía cargar en brazos. Usó una vieja carretilla para botar mucha basura, muebles viejos, pedazos de alfombra, cosas de la cocina, lámparas rotas, incluso sábanas y muebles de madera. Las polillas tenían un festín con la madera, por lo que tuvo que cambiar gran parte del techo con ayuda de un martillo y una escalera. Raven era hábil con muchas cosas, pero no con la electricidad, por lo que le pidió ayudar a Travis, quien no tenía nada mejor que hacer.
Travis, en su vida, subió a una inestable escalera de más de dos metros para alcanzar el techo. Gracias a que le colocaron electricidad cuando llamó para que los técnicos viajaran hasta el rancho, solo necesitaba lámparas nuevas para iluminar un poco el lugar. Estaba bastante sombrío, y Raven odiaba la oscuridad. Travis, como buen vecino, subió a la escalera para ayudarla. Era de metal, demasiado inestable y lo bastante alta como para sentir como la comida de la tarde hervía en su estómago. Raven lo miró y sostuvo la escalera cuando Travis se sujetó con fuerza para no caer a medida que subía. Raven conocía el miedo a las alturas, y era evidente que lo que Travis sentía era miedo a caer.
—¿Seguro que no le temes a las alturas? —preguntó Raven.
Travis carraspeó su garganta y sintió el sudor resbalar por su espalda como manantial. Más que las alturas, le aterraba caer y romperse el cuello. Además de las escaleras eléctricas y las del edificio de su padre, Travis nunca había subido a algo inestable, sin embargo, sentía que si admitía que le temía a las alturas, Raven pensaría que no merecía llamarse hombre y eso le restaría masculinidad. Era un pensamiento neandertal incluso para él.
—He cambiado lámparas cientos de veces —mintió Travis.
Raven miró como se sujetaba de las patas de la escalera con fuerza y cerraba los ojos susurrando que moriría si caía.
—¿Y por qué te tiemblan las piernas? —preguntó Raven.
Travis soltó un suspiro y continuó subiendo.
—Tiemblo de emoción por cambiar tu lámpara —dijo Travis.
Raven sabía que no era cierto, pero no quería arruinar su machismo, en su lugar lo animó a continuar. A Travis le temblaban todos los nervios de su cuerpo. Temía tanto caer, que lo único en lo que pensaba era en caer y que su mentira se descubriera. El problema con Travis era que siempre encontraba la manera de que sus problemas no lo superaran, y de afrontar las adversidades. Travis no se dejaba doblegar, ni permitía que las otras personas viesen sus fisuras o encontrasen debilidades. Fue por ello que respiró profundo, miró arriba y susurró que no lo vencería.
Travis tomó un enorme impulso y se colocó de pie en el último escalón de la escalera. Usando toda su fuerza de voluntad, miró la lámpara que estaba a pocos centímetros de sus manos y presionó los laterales para desprenderla. Lo que Raven le comentó fue que no tocara el metal o se electrocutaría. Travis no era idiota, él no lo tocó, sin embargo, cuando colocó los dedos alrededor del tubo y lo desprendió de un lado, el otro tenía un corto circuito y la lámpara rodó de sus dedos hasta el suelo. El sonido fue idéntico al de un vaso de cristal rompiéndose en miles de pedazos inservibles.
—Discúlpame —dijo Travis mirando los vidrios en el suelo.
Raven soltó un suspiro.
—Descuida —le dijo buscando una escoba—. Igual no servía.
Travis esperó que ella le pasara la lámpara nueva, pero cuando Travis se enderezó para colocarla, la impactó contra el techo y la quebró como la anterior. Raven sostuvo la escoba con ambas manos y miró a Travis rodar los ojos sobre la escalera.
—Esa sí servía —dijo Raven.
Travis alzó las manos en señal de disculpa.
—Disculpa —dijo el hombre—. Juro que la pagaré.
Raven hizo un ademán para que Travis lo dejara así.
—Es mejor que bajes —le dijo Raven.
Travis rodó los ojos. Su primer acto heroico, terminó terrible. Travis miró abajo, grave error. Su cabeza dio vueltas igual que con una resaca y terminó en el suelo de forma aparatosa. La escalera tambaleó, sus piernas cedieron y su cuerpo cayó de bruces.
—O que te caigas —dijo Raven—. ¡Dios mío! ¿Estás bien?
Raven soltó la escoba y miró a Travis en el suelo. Temía que se hubiese roto un hueso o la cabeza. Travis estaba con los ojos cerrados, las piernas separadas y la cabeza zumbándole como esas caricaturas donde los pajaritos cantan alrededor de la cabeza. Raven se colocó el cabello detrás de las orejas, se arrodilló junto a él y lo giró para comprobar que no hubiese muerto.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Travis sentía que le dolía todo el cuerpo, pero no sentía que necesitase acudir al hospital para que le arreglasen huesos.
—El piso estaba demasiado bajo —respondió Travis.
Raven, aun en medio de su preocupación, sonrió.
—No debí pedirte este favor —dijo ella.
Travis movió el cuello para comprobar que no estaba roto.
—Descuida. Necesitaba darle energía a mi cuerpo —dijo él.
Raven caminó hasta la cocina por algo de agua y lo ayudó a colocarse de pie una vez que comprobaron que todo estaba bien.
—Toma algo de agua —le dijo después de sentarlo en el único sofá que no se hundía por el peso—. En definitiva, no te pediré tocar algo eléctrico una vez más. Contrataré un electricista.
Travis humedeció su garganta con un sorbo de agua.
—Estoy de acuerdo —le dijo en tono de broma.
Raven realmente se preocupó por él. Temía que algo grave le hubiese ocurrido. Fue una caída terrible, y más cuando ella pensó que no reaccionaría cuando lo movió. Gracias al cielo todo estaba perfecto con él, y tras beber algo de agua, Raven se mantuvo de pie frente a él, con la punta de los pies moviéndose. Apenas lo conocía, y era un riesgo estar a solas con él en su rancho, sin embargo, Travis se comportó decente desde el momento que lo conoció, por lo que pensó que podía ayudarla con su problema.
—Quería preguntarte si sabías de algún trabajo —dijo ella sosteniendo el vaso cuando Travis acabó su agua—. Tengo mis ahorros, pero con cada día que pasa se escurren entre mis dedos. Necesito un trabajo ahora, o terminaré limpiando estiércol en alguna granja. Y no lo digo por ti, al menos tienes empleo. Lo digo porque siento que es la única solución viable en este momento.
Travis se quitó el espasmo que le quedó por el golpe. Gracias al cielo no se rompió los dientes, pero le dolían los brazos y las rodillas. Ayudar a la linda Raven lo llevaría al cementerio.
—¿Conoces algo? —preguntó Raven cuando él guardó mucho silencio—. ¿Tu jefe no necesita a alguien más? En la casa, en el campo, lo que sea. Incluso puedo masajear sus pies.
Travis sonrió. Era lindo que Raven no tuviera estándares tan altos de trabajo en lugares como esos. Para una citadina recién llegada, los trabajos eran bajos, y escalaría conforme transcurriera el tiempo. Raven estaba consciente de que no sería gerente al siguiente día, así como tampoco estaría al pendiente de un rancho como un capataz. Ella solo quería un trabajo, sin importar qué. Y aunque Travis quería ayudarla, llevarla a trabajar en su rancho era un riesgo por su mentira. Hasta ese momento Travis solo era un empleado más, no el dueño, y tenerla cerca era peligroso.
—Justo ahora esta lleno, pero podrías buscar empleo en el centro del pueblo —dijo Travis al intentar colocarse de pie—. Dicen que es activo en el sector gastronómico.
Raven lo ayudó a colocarse de pie cuando las luces volvieron a apagarse en su cerebro. La caída si lo afectó, pero no lo suficiente como para pedirle a la chica que lo acompañase al rancho de enfrente. Prefería que lo atropellara el único auto que pasaba por ahí, a que Raven lo llevase del codo hacia la puerta del rancho. Una vez que Travis se sostuvo, ella lo soltó y continuó hablando.
—El centro del pueblo esta a siete kilómetros —dijo ella—. He pensado ir, pero me tardaría unas dos horas caminando.
—Puedo llevarte —salió de la boca de Travis como un eructo.
Raven frunció el ceño.
—¿Tienes auto? —preguntó ella.
Travis rodó los ojos hacia la ventana llena de telarañas.
—Sí. Una pickup —dijo—. Puedo llevarte cuando quieras.
Raven, ajeno a pensar que Travis tuviese o no un auto, pensó en su trabajo. Él no tenía tanto rango, o no que ella supiera.
—¿Seguro tienes tiempo? —indagó Raven.
Travis elevó los hombros.
—Tengo privilegios por masajear los pies del jefe —dijo riendo.
Raven le sonrió. Sus ojos se encontraron y ambos sonrieron.
—¿Puedes mañana? —preguntó ella rompiendo el contacto.
Travis soltó un suspiro y se limpió las manos en el pantalón.
—Por supuesto —dijo él—. Tocaré tu puerta mañana temprano.
Raven lo acompañó a la puerta antes de que anocheciera.
—Gracias, Travis —le dijo en el umbral—. Eres un buen vecino.
Travis guardó las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Seré tu 911 cuando lo necesites —le dijo.
Raven volvió a sonreírle. La mujer tenía una hermosa sonrisa.
—De verdad te lo agradezco —dijo Raven—. Te veré mañana.
Travis asintió, retrocedió y se encaminó al camino de su rancho, preguntándose cómo fue capaz de subir a esa escalera que casi lo mató, y cómo cambiaría su camioneta nueva por algo que pareciera de un empleado sin que Raven hiciera preguntas. Nada bueno saldría de la mentira, pero Raven disfrutaría verlo sufrir.