Travis regresó enérgico al interior del rancho. Por más que sus brazos y dedos dolían por cargar las cajas de Raven, estaba emocionado por hacer una amiga nueva en el lugar. La verdad era que solo Devan no era suficiente, y menos después de la llegada de la sexi vecina nueva, que era joven e independiente.
—Devan ¡Devan! —llamó Travis.
Devan estaba observando por la ventana como Travis, un hombre que jamás lavó un cubierto, estaba cargando cajas y coqueteando con la nueva vecina, aun cuando su esposa, una mujer de armas tomar, le estipuló tres reglas para inyectarle dinero a sus empresas, con la cláusula de que si no se cumplía, ella se quedaría con todo. Travis arriesgaba demasiado por una mujer que acababa de conocer, y que podía ser malvada o sádica.
—¡Devan! —continuó llamando Travis.
Devan arregló su corbata y se encaminó al recibidor.
—Sí, señor.
Travis se acercó a él con una sonrisa y colocó las manos en sus hombros. Travis parecía drogado. Estaba muy emocionado por el dolor en las articulaciones y por las mentiras que dijo.
—Felicidades, eres el nuevo dueño del rancho —dijo Travis con una sonrisa que no iluminaba, aterraba a Devan.
Devan miró las manos de Travis en sus hombros.
—¿Disculpe? —le preguntó mirando sus ojos saltones.
—Le dije a la vecina que soy el encargado de las vacas y tú eres el dueño. —Travis le apretó los hombros—. ¿No es grandioso?
Devan quedó perplejo, pero sin mostrar emoción alguna.
—¿Se encargará de las vacas? —preguntó atónito.
—No literal. Solo le mentí.
—¿Por qué? —indagó Devan.
—Porque llamó al dueño del rancho un elitista estirado.
Devan le mantuvo la mirada.
—¿Y no lo es, señor?
Travis hizo una mueca y quitó las manos de los hombros de Devan. Travis retrocedió un paso ante la pregunta de Devan.
—Por supuesto que no —dijo en un chillido—. No soy un elitista estirado. Soy el encargado de los animales del rancho.
Devan limpió la tierra que Travis dejó sobre sus hombros y se mantuvo inexpresivo. Era como si el Travis que regresó de la carretera no fuese el mismo que acababa de firmar un acta de matrimonio. Ese Travis estaba enloquecido por una mentira, y por una joven que era diez años menor que él, y con un pasado no tan simple. Devan conocía varias facetas de Travis, incluida la que se emocionaba por simplezas, sin embargo, debía hacerlo recapacitar.
—En su vida, usted sujetó una pala o un martillo.
Travis hizo una mueca y cruzó los brazos.
—Puedo hacerlo. Soy un hombre inteligente.
—Tan inteligente que perdió su fortuna.
Travis respirar profundo y arrugó el entrecejo.
—Si no tienes nada bueno que decir, cierra la boca.
Travis, sin darle importancia a los comentarios de Devan, le dijo que él solo sería su máscara si la vecina llegaba a pedirle algo alguna vez, o quería conocer el rancho. Travis, en su imaginación poco desarrollada, no vio todos los escenarios, ni pensó que estaba equivocándose comenzando una posible amistad con una mentira. En su lugar, Travis le dijo a Devan que la ayudaría a reconstruir su rancho porque era un buen vecino.
—Señor, ¿le recuerdo las reglas de la señorita Trinity? —preguntó Devan al desear cortar la conversación.
Travis hizo silencio un segundo.
—¿Te recuerdo quien te paga?
Devan hizo un cálculo mental rápido.
—No me paga hace siete meses, señor.
Travis agrandó los ojos, miró a un lado e hizo una mueca.
—¿Cómo vives? —preguntó Travis antes de hacer un ademán—. ¿Sabes qué? No me interesa. Eres el dueño, soy el encargado de las vacas, la nueva vecina es sexi y todos somos felices.
Devan asintió.
—Hasta que se descubra su mentira —le respondió.
Travis se conocía a sí mismo, mejor de lo que Devan lo conocía. Cuando quería guardar una mentira, moría con ella. No era frágil ni se quebraba ante la presión, además, Travis estaba seguro de que no sería descubierto porque su amistad con Raven sería externa de la propiedad. Ella no tendría razones para conocerla.
—No sucederá, además, solo la ayudaré a reparar el rancho.
—Hasta que se enamore de ella —refutó Devan.
Devan encontraría la manera de hacerlo caer y decir lo que él quería escuchar. Más que solo desear que Travis hablara, quería que admitiera que más que ayudar a la chica, sus intenciones iban más profundos que solo ayudarla a cargar cajas. Travis le sonrió a Devan. Llevaba siete años conociéndolo. Era un hombre que sabía quien era Travis, por lo que le pareció gracioso que le dijera que podía enamorarse de esa jovencita a primera vista.
—Por favor, Devan. Travis Tucker no se enamora de nadie —dijo Travis confiado de sí mismo—. Solo me amo a mí.
Devan, como Travis lo decía, lo conocía, y sabía lo que decía.
—Por ahora. —Devan miró a la cocina—. Iré por su comida.
Devan estaba completamente seguro de que eso no sería solo una amistad, y su trabajo sería mantenerlo estabilizado para que no perdiera el rumbo más adelante. Por su parte Travis, volvió a mirar por la ventana a la mujer que no veía por la oscuridad en el interior. Estaba más que oscuro, y él se preguntó por qué. Una vez Devan buscó su comida en la cocina y la dejó en la mesa, la laptop en el despacho sonó. Devan fue a comprobar de quien se trataba, y al verificar que era la nueva señora Tucker, le informó a Travis. Travis se rascó una ceja, se quitó la servilleta de las piernas y se encaminó al despacho para hablar con su nueva y querida esposa.
—Hola, querido —saludó Trinity cuando Travis aceptó la video llamada—. Me acaba de llegar el fax con la copia de nuestra acta de matrimonio. Es hermosa, ¿no te parece? Esto tiene mucho peso.
Travis miró el documento que ella imprimió.
—¿Eres feliz? —preguntó Travis.
—¿Y tú? Volverás a ser rico —dijo ella—. ¿No te emociona?
—Estoy extasiado —respondió con ironía.
Trinity, quien era una mujer casi de la misma edad de Travis, se encontraba en su edificio en Chicago, con es hermosa vista al mar que le fascinaba. Llevaba uno de sus trajes elegantes y una sonrisa forzada, la misma que les brindaba a sus socios en sus juntas. Trinity era una mujer con poderío, pero infeliz. Por más hermosa que fuese ante algunos ojos, no lo era ante los de Travis, y eso más que molestarla, la impulsaba a encontrar la forma de llegar a él. Y lo hizo, cuando Travis lo perdió todo. Ese fue el momento del millón de dólares, literal, y Trinity supo aprovecharlo a su favor.
Travis miró a un lado justo cuando Sissi, la sirvienta, le preguntó si guardaba su comida mientras hablaba. Travis le dijo que no se preocupara, que la dejara en la mesa, que volvería rápido, una vez terminara su conversación con Trinity.
—¿Qué voz femenina escucho? —preguntó Trinity.
—Es Sissi, la sirvienta.
Trinity tenía más de un defecto, pero el peor eran sus celos descontrolados. Era una sociópata cuando sentía que podía perder a alguien, y al tener acceso completo a Travis, no lo perdería.
—Cuidado, Travis. Eres mi esposo ahora. No te equivoques conmigo. No pienses que porque no estoy allí, no sé lo que haces.
Travis sintió la punzante amenaza de Trinity en el estómago.
—Estoy en este rancho con arresto domiciliario por mi esposa —dijo Travis levemente enojado—. El sueño de cualquier hombre.
Trinity miró a Travis. Ella sabía que él no la amaba, y que jamás llegaría a hacerlo, pero era suyo, y lo tendría atado a ella para siempre. No le importaba lo que él pensaba, mientras la obedeciera, siguiera sus reglas y mantuviera el contrato verbal y escrito que interpusieron dos meses atrás en Chicago.
—Tenemos reglas —dijo Trinity.
—Y las cumpliré —aseguró Travis—. Quiero mi vida de vuelta.
Eso era lo que más le agradaba a Trinity, el deseo de poder de Travis. Después de tenerlo todo, reducirse a un rancho a la mitad de la nada, no era un paraíso para él. Trinity se enlazaría con eso, y sería el único motivo por el que sujetaría a Travis del cuello.
—Tendrás tu vida muy pronto —aseguró Trinity con una sonrisa—. Por ahora no podré ir a verte, pero espero que eso no sea una invitación para que una mujer caliente tu cama.
Travis le sonrió.
—No te preocupes por ello. Ninguna mujer quiere a un arruinado social y económico, castrado por su esposa.
Trinity le sonrió como si se hubiese ganado el premio mayor.
—Justo los que me gustan —dijo Trinity antes de que su asistente le comunicase que uno de sus socios estaba en la línea dos—. Te llamaré el fin de semana para comenzar a inyectarle capital a tus empresas. Pronto serás de nuevo el Travis Tucker que arrodillaba a las mujeres por un fajo de billetes, solo que ahora, la única mujer que se puede arrodillar ante ti, seré yo.
Trinity le sonrió con un deje de cariño escondido en lo profundo.
—Feliz día, querido —dijo cortando la conversación.
Travis cerró la computadora de un golpe y colocó su rostro entre sus manos. Devan, quien siempre estaba alrededor, se detuvo en la puerta del despacho con las manos unidas. El señor Tucker no se veía emocionado por recuperar su dinero. Al principio, cuando la bancarrota lo abofeteó, Travis si aceptó hacer lo que fuese necesario para recuperar su dinero, pero una vez allí, la idea de remar ese barco con Trinity, no era tentadora.
—¿Se arrepiente, señor? —preguntó Devan desde la puerta.
Travis elevó el rostro, se irguió, carraspeó su garganta y se colocó de pie. A Travis no le gustaba que lo viesen rendido ni humillado por alguien que ni siquiera debía estar en su vida.
—No —aseguró Travis cruzando a su lado.
Devan giró y lo siguió hasta el comedor.
—Lo conozco hace mucho tiempo.
—Y aun así no dejas de llamarme señor —dijo Travis sentándose de nuevo—. No soy mi padre.
Devan se detuvo junto a él en la mesa. Travis volvió a colocar la servilleta sobre sus piernas, y retornó a su comida. Amaba que le sirvieran todo, y por eso Devan no creía la mentira de las vacas.
—Es respeto hacia su familia —respondió Devan con respeto—. Su padre fue un gran hombre al que estimaba y respetaba.
Travis llevó un bocado a su boca.
—No necesitó que me respetes, solo que me obedezcas cuando te ordene hacer algo por o para mí—dijo Travis mirándolo.
Travis no quería reaccionar como su padre, ni comportarse como si fuese su padre. Él no era su padre, y nunca lo sería. Devan era como un mentor para Travis, y aunque Travis lo valoraba y le guardaba cariño, en ocasiones debía entender que era un empleado, al que no le pagaba, pero lo era, y que debía aceptar sus decisiones. La decisión de casarse estuvo tomada, y Travis no daría marcha atrás por alguien que apenas vio una vez.
—¿Qué le pareció la señorita…?
Travis lo miró al ver que cambió de tema de conversación.
—Raven —dijo Travis—. Raven Lovecraft.
—La señorita Lovecraft.
Travis mantuvo los cubiertos en sus manos.
—Es alegre, aunque sombría —le dijo—. Es mucho menor que yo, aunque agradezco a mi genética no aparentar mi edad.
Devan miró a Travis con el entrecejo relajado.
—¿Le gusta la señorita? —preguntó.
Travis despegó los labios.
—No, por Dios —respondió con una mueca de que no era así, pero sí era así—. Solo la ayudaré como un hermano mayor.
—¿De la clase de hermano mayor como en Juego de Tronos?
Travis agrandó los ojos y respiró profundo.
—Devan —dijo Travis.
Devan alzó las manos.
—Perdón, señor. Por supuesto. Fue mi error pensar que podía gustarle una jovencita diez años menor, con un cuerpo escultural.
Travis miró su plato de comida y lo arrastró hacia el centro.
—Estoy castrado, Devan.
—No literalmente, señor —replicó—. Solo esta casado.
—Estaré castrado cuando regrese a Chicago.
Devan no respondió y Travis lo miró.
—No estaré con ella siempre, Devan —dijo refiriéndose a la ayuda que le brindaría a Raven—. La ayudaré, es todo.
Devan aceptó lo que él dijo, más no le creyó. Era evidente que Travis era la clase de hombre que siempre estaba tras una falda, y que una jovencita como ella, carismática, que viviría sola, era casi la presa perfecta para el citadino. Devan lo dejó comer, tomar una siesta y jugar videojuegos un rato, hasta caída la noche, cuando se sentaron a hablar sobre lo siguiente que harían. Travis esperaba regresar a la ciudad en menos de un mes, así que alguien debía quedarse a cargo del rancho como una carta bajo la manga para no volver a quedar en bancarrota. En ese casi mes, haría lo posible por encontrar nuevos socios para expandir la distribución de sus productos, así como la expansión de las surtidoras.
Devan le contaba sobre un par de personas que encontró que podrían interesarse en él, cuando una persona tocó el timbre de la mansión. Travis miró su reloj, y aunque era bastante tarde, lo que le impresionó fue que alguien tocase a la puerta. Estaban aislados de la ciudad, y nadie, en el mes que llevaba allí, tocó alguna vez, ni para decirles que estaba perdido y empapado por la tormenta.
—¿Quién será? —preguntó Travis.
Devan se levantó para abrir la puerta. Devan se encontró con una jovencita de cabello oscuro, un par de perforaciones en las orejas y una amplia sonrisa, parada justo en la puerta, con una enorme sudadera con un panda timbrado y un pantalón de algodón. Devan sabía quien era, incluso antes de decir su nombre.
—Hola —saludó Raven—. Soy Raven Lovecraft, su vecina del otro lado de la carretera. ¿Puedo hablar con Travis?
Devan, quien no recordó que él era el nuevo dueño, intentó llamar a Travis, quien se encontraba trotando a la puerta cuando escuchó la voz de Raven, seguido de su nombre y que lo buscaba.
—Hola —dijo Travis con una sonrisa de buen vecino—. Raven, él es mi jefe y el dueño, el señor Devan Callen.
Raven agrandó los ojos.
—¿Callen como los vampiros de Crepúsculo? —preguntó ella.
Devan miró a Travis, y luego a la jovencita, sin una sonrisa.
—Oh, el dueño abre la puerta. Es humilde, pero no cómico —dijo Raven con una sonrisa antes de extender la mano para que Devan la estrechara—. Un placer, señor Callen.
Devan, con cortesía, también estrechó su mano.
—El gusto es mío, señorita Lovecraft.
Raven miró con extrañeza la dinámica de empleado jefe. Ella jamás se llevó tan bien con uno de sus jefes. Siempre era la que odiaban, o la que acosaban, pero jamás la amiga entrañable.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Travis en la puerta.
—Sí, no tengo electricidad —dijo moviendo la cabeza hacia el rancho—. No sé si no la pagaron, si no hay, o un espíritu quiere asustarme, así que quería pedirte el favor de cargar mi teléfono.
Travis le sonrió.
—Por supuesto —dijo y miró a Devan—. Si el jefe lo permite.
Devan, quien no quería pertenecer a la mentira, miró a Travis.
—Por supuesto, pero lo descontaré de tu sueldo.
Devan dejó la puerta para encaminarse a la cocina.
—Wow, no es tan bueno como pensé —dijo Raven mirándolo.
—Te acostumbras. —Travis abrió más la puerta—. Sígueme.
Raven entró por primera vez a un lugar completamente limpio, decente, actualizado y que era la casa privilegiada de un estirado como ella decía. Raven soltó el aire al ver que todo en el interior estaba nuevo, o lo mantenía en perfecto estado. Era un lugar enorme, del doble de su rancho, y mejor estructurado.
—Wow —dijo Raven—. Este lugar es increíble.
Travis siguió los ojos de Raven hacia el comedor y el recibidor.
—No es tan genial como otros lugares —dijo Travis modesto.
—Comparado con el mío, es el paraíso.
Travis sonrió y le dijo que podía conectar el teléfono sobre la mesa del televisor en el primer recibidor. Raven se sintió incómoda por estará allí dentro. No le gustaba cuando los lugares eran tan elegantes, y ella iba vestida como camarera de carretera. Y de inmediato se arrepintió de tocar la puerta, pero era el lugar más cercano en un kilómetro y necesitaba la batería cargada.
—¿Seguro podemos estar aquí? —preguntó Raven.
—Sí, el señor Devan irá a dormir justo ahora.
Travis la miró usando una ropa el triple de su tamaño. Lucía como una niña con los gestos de incomodidad, y la constante verificación de la batería que ascendía lentamente.
—¿Qué tal tu primer día? —preguntó Travis.
—Mucho trabajo. Odio tener tanto trabajo, pero era lo que debía hacer si quería dormir esta noche —dijo ella—. ¿Y tus vacas?
Travis movió los hombros.
—Están bien.
Ella le mantuvo la mirada y le sonrió.
—Qué bueno.
Sabía que apenas se comenzaban a conocer, pero se sentían bien. Era algo extraño, pero no sentía esa incomodidad porque un hombre la mirase, ni él sentía el deseo de llevarla a la cama. Raven le quitó la mirada para encender el teléfono. Estaba completamente muerto, así que después de cinco minutos encendió. Raven necesitaba comunicarse con su hermano mayor en la ciudad. Él era el único que estaba al pendiente de ella después de la muerte de sus padres, y debía estar preocupado de que ella no le informase nada, pero las treinta y seis horas de viaje en carretera hasta llegar, mataron su batería por completo.
—Travis —llamo Devan desde la cocina—. ¡Travis!
Raven miró a la cocina. Estaba entreabierta. Era un estilo moderno, pero una parte de ella estaba cerrada con una puerta de madera. Devan se encontraba detrás de la puerta, escuchando la conversación, y pensando que Travis engañaría a Trinity con esa niña. A Travis no le cruzó por la cabeza, pero Devan continuó llamándolo para que la jovencita regresara a su rancho oscuro.
—Dame un minuto —le dijo Travis antes de encaminarse a la cocina y encontrar a Devan—. ¿Qué quieres?
—La señorita tiene que irse. Es tarde.
Travis rascó su barba.
—No se irá. Es mi casa.
—Soy el dueño ahora, usted me dio su rancho, y quiero que se vaya para que usted no se meta en problemas con su esposa.
Travis hizo varios ademanes con las manos para que Devan bajara la voz. Él no ocultaba a su esposa, pero tampoco quería que la vecina sexi supiera que era un hombre casado tan pronto. Era complicado. Travis quería respetar las reglas, pero no esperaba que una hermosa jovencita se mudase tan cerca y que se llevase bien con él. Todo se desmoronaba, y Devan no ayudaba guardando silencio, o al menos el secreto por un poco más de tiempo.
—Baja la voz —dijo Travis llevando las manos a su rostro.
Devan, quien era un viejo, pensó qué hacer para que Raven se fuera. Travis era su empleado, así que podía usarlo en su contra.
—Travis, masajea mis pies —dijo Devan alto—. Tengo ampollas.
Travis lo miró con el entrecejo fruncido.
—Travis. Dile a la señorita que tienes que masajear mis pies. Me duelen, y quiero un masaje para poder dormir —dijo Devan alto.
Por más que Travis intentó silenciarlo, Raven lo escuchó.
—Creo que estoy sobrando —dijo ella cuando Travis asomó la cabeza para disculparse—. Gracias por la electricidad.
Travis dejó a Devan en la cocina y se apresuró hacia ella. Le dijo que se quedara, que no tendría problemas, pero Raven no quiso molestar. Iría a comprobar la electricidad mañana, y solo necesitaba un poco de batería para comunicarse con su hermano.
—¡Travis! —llamó Devan de nuevo.
Raven sonrió.
—Adiós, Travis —le dijo despidiéndose—. Gracias.
Travis la acompañó por la puerta, misma que azotó para regresar a la cocina convertido en un ogro por culpa de Devan.
—Por esto, tardaré un año más en pagarte —dijo Travis
Devan le dijo que no esperaba un p**o antes de su muerte, y le repitió que Trinity no era una mujer con la que pudiera jugar, que se alejara de la señorita Lovecraft, que ella no le convenía. Sin embargo, y como Travis siempre hizo lo que quiso, no le prestó atención e hizo todo lo contrario. Nadie lo privaría de conocerla, ni de entablar una amistad con la hermosa Raven Lovecraft.