—Siento que esto no es lo tuyo —dijo Raven. Travis cojeó hasta el sillón. —¿Qué te lo hace pensar? —preguntó con una expresión de dolor que le escocía toda la pierna hasta el muslo. —Lo malo que eres para esto —dijo ella. Travis se sentó con su cuerpo golpeando el espaldar. —Estoy oxidado —dijo Travis—. Solo es eso. Raven miró la sangre que comenzó a brotar. —Igual que el clavo en tu zapato —dijo alarmada—. Iré por alcohol, gasas y vendaje para ver si tu dedo se salvó. Raven, el siguiente fin de semana después de comenzar a trabajar, le pidió a Travis que la ayudara a cubrir un hoyo en la pared. Era simple, Raven había comprado una pistola de clavos para facilitar el trabajo. Ella podía hacerlo sola, pero la pistola pesaba, al igual que la madera, por lo que pensó pedirle el